Lecturas (re)descubiertas III: Viaje en balsa por los tiempos y submundos paceños
- martin zelaya
- hace 13 minutos
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A casi un año de su lanzamiento, el autor de esta nota finalmente leyó Hasta que el río aclare (Editorial 3600) de Diego Mattos, una novela que está llamada a sumarse al selecto grupo de imprescindibles para el imaginario literario paceño.

La bóveda era de una inmensidad y majestuosidad tal que Mauricio Antezana solo atinaba a contemplar y entregarse a la experiencia. Le parecía que todo estaba construido de una piedra de otro tiempo, incluso le daba la sensación de que todos los tiempos habían confluido en ese preciso momento. (271)
Antezana y “los Tres” –Pope, Ayaviri y Laura– entran a la bóveda del Apumalla, pasan hasta el Choqueyapu, recorren muchos otros ríos, entregan su destino al inframundo y no salen más.
Los cientos de ríos que convergen debajo de La Paz no solo fluyen: se mueven, se trasladan, crecen a voluntad; cobran vida. Hay un submundo en las alcantarillas y embovedados: un plano alterno solo visible y realizable para quienes osen inmiscuirse.
Descendía viendo la luz del casco de Raymundo Ayaviri como referencia. De los otros dos que iban sobe él, tan solo escuchaba el ruido de sus botas al hacer mal contacto con la superficie metálica de la escalera roída. Las paredes asemejaban un estado de putrefacción, el color crema percudido las mostraba como hechas de miga porosa remojada en pus. No tenía más de un metro de diámetro el hueco, y su estrechez sofocaba hasta hacerlo insoportable. No era solo el vapor agrio y punzante, sino el calor lo que le hacía a Mauricio Antezana transpirar por dentro y por fuera. (101)
El joven ingeniero debe cumplir un contrato y hacer unas evaluaciones en las viejas y laberínticas bóvedas, y los tres expertos de la alcaldía le hacen de guía. Un derrumbe les impide salir por la misma puerta por la que ingresaron y su camino de una a otra posible salida se hace un peregrinar fantástico e imprevisible.
Mattos traza un paralelo con el descenso al infierno de Dante; con el barquero que lleva a los muertos a su última morada; con Odiseo que navega incansable, pero incapaz de llegar a algún puerto, por azares ajenos, divinos, por las sirenas que embaucan con su canto.
Una ola de viento aun más fuerte golpeó al grupo hasta casi hacerlo tambalear. Con ella, las voces de decenas (¿cientos?) de mujeres de distintas edades y tiempos, que hablaban, que cantaban, que los llamaban. Eran frases, palabras sueltas, versos indescifrables. El grupo, unido en sí mismo, resistió y se abrazó, no ante la fuerza del viento, sino ante el miedo que los arropaba. Lo hicieron aguerridamente con cada ola que los batió, hasta sentir que la brisa y el sonido se alejaba y se perdía. (143)
Al mismo tiempo, Hasta que el río aclare, hace un guiño a las más ortodoxas tradiciones literarias bolivianas: el costumbrismo del habla popular y la idiosincrasia de la cotidianidad chola; la mística de las minas, la coca y el acullico.
Hay que destacar que junto con la trama central –plena de encuentros con personajes y fantasmas, y nociones y alucinaciones– el autor construye un sólido corpus narrativo con diferentes planos y tiempos en los que nos permite conocer a los personajes, vía reminiscencias o simples momentos del pasado inmediato.
Esta novela es un viaje entre la posibilidad de una ciudad casi irreal, devaneos con las fantasías de la literatura clásica y las fabulaciones típicas collas; un recorrido de horas que bien puede ser un tiempo infinito… el que dura el descenso a los mismos infiernos.
–Los más gramputas –explicó [el Caronte andino], siempre agarrando fuerte el palo, maniobrando, tratando de avanzar más rápido–. Los que gobernando han robado, los que han mandado matar a bala, los que han traicionado, los que se han aprovechado, dice que toditos esos están ahí, bien al fondo. (251)
La Paz de Jaime Saenz y Adolfo Cárdenas está, definitivamente, presente y se confirma así, en esta novela, que ya tienen sobrado sitial en una categoría selecta de ciudades mito, urbes totales que funden imaginario con cotidianidad; como la Dublín de Joyce –explícitamente emulada–, como la Nueva York de Auster o Woody Allen, y como más de una de las ciudades invisibles de Italo Calvino.
Hasta que el río aclare es una novela que debería, a futuro, tener varias reediciones –como Felipe Delgado, como Periférica Blvd.–, en las que vaya ganando lectores, en las que sea objeto de estudio y reflexión; en las que se corrija –hay que decirlo– uno que otro desliz en el manejo del lenguaje. Un camino, o más bien un navegar sobre un curso ya trazado, hasta asentarse en el imaginario paceño y boliviano.
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