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Teratos y logos

Nueva reseña en “Autores leyendo autores”, una iniciativa de 88 Grados, La Trini y La Ramona, en esta ocasión dedicada al libro Teratológica de Rodrigo Simons.


Un innatural confort acompaña a la lectura de la palabra logos (estudio) junto a la palabra teratos (pesadilla o monstruo). Me da la falsa seguridad de que el acercamiento académico a la deformidad le resta fuerza al inexplicable rasguño que aparece en el lienzo de la certeza. Pero los monstruos que conjura Rodrigo Simons escapan a ese estudio. Pese a tenerlos en las manos, apresados entre páginas, conjurados a través de letras, entre las tapas oscuras del libro, habitan y respiran, se mueven y solo necesitan alimentarse de una lectura para quitarnos el aliento de vida y volver a andar entre nosotros. El autor es uno de los grandes exponentes del terror, ejercitado desde su propia admiración por lo desconocido y perfeccionado en su obra narrativa.


Ninguno de los cuentos se presenta igual ni sigue el mismo formato. La narración va en el hombro de la primera persona, el relato de los eventos del pasado de la tercera persona, la tragedia del género epistolar de tener el último recuerdo de los hechos que trajeron la desgracia, la asfixiante e irresistible fuerza que nos hace revisar una narración encontrada, Rodrigo Simons las usa todas, las mezcla para generar un monstruo de múltiples extremidades y nos regala la certeza de no tener un lugar cómodo en el cual cobijarse de los horrores de la realidad. Su forma, como su fondo, parten de la incomodidad y llega a buen puerto a base de historias con estructuras naturales y aterradoras. En su mundo, la ficción es lo normal, y lo normal aterra al que se asome demasiado para echar un ojo. Pero el piso es de arenas movedizas, y como las peores maldiciones, una vez que uno empieza debe terminar a como dé lugar.


Teratológica es un libro de cuentos en el que el placer de la lectura se invierte. En todos sus cuentos, llega un momento en que uno deja de leer atento, con comprensión lectora, aprendiendo palabras, y pasa a leer horrorizado, tratando de acelerar la lectura sin perderle rastro como si huyera por un camino de tierra en la noche, ansioso por llegar a la presunta seguridad de casa pero sin atreverse a mirar atrás para que el monstruo no te alcance, para que la maldición no se conjure, para que la noche se pase. Pero la noche nunca se pasa.


Desde la dedicatoria el libro insinúa la sorpresa, el estupor. “Qué siempre hizo el Rodrigo”.


El paseo por el índice, que siempre es asomarse por la ventana antes de irrumpir furtivamente en el libro, es un relato de terror en sí que como la fachada de las casas abandonadas advierte sobre su contenido. Este lugar no es un libro común. No hay refugio ni espacio etéreo. En estas letras habitan los monstruos, los seres sin nombre, los que se alimentan de nuestra carne y se beben nuestro aliento. Y aún así (o tal vez por eso) uno decide comenzar a leer.


“Aparecidos en el techo”: El protagonista de este cuento descubre los rincones de la comunión con los espíritus. Se desenvuelve con maestría en esa ruleta de pactos que no se sellan con un apretón de manos, sino con el decreto de los anhelos de los que no tienen carne y hueso. Pero sobre la palabra de los muertos y el compromiso de los vivos, hay algo más que un apretón de manos. Simons usa espacios duros y cruentos, lugares físicos muy reales para que el lector recuerde que la ficción no siempre necesita volar a reinos imaginarios. A veces está hecha de cosas que pasaron. A veces el dolor es lo que más en común tenemos entre nosotros.

 

“La noche del buitre”: En el recorrido por curar a su hijo de un mal que no tiene explicación, un madre aprende que nadie puede hacer nada contra el destino, y que los crueles juegos de la casualidad son el único sortilegio seguro. Nos preparamos contra la desgracia, nos armamos de magia y amuletos, pero no se puede hacer nada contra el azar y sus designios caprichosos. Esos cultos particulares, que no deberían ser malos para nadie, empeoran nuestras enfermedades. Y descubrimos que algunas curas nos envenenan.


“Zombies y stand up”: Para esta altura del libro ya te has dado de cuenta, ya sabes con certeza que nada va a salir bien. De que el horror del autor puede manchar sin problema todos los otros géneros. En este caso, el de las tres historias que arman esta matrioska de horror. Y son tres historias breves, enredadas en su desgracia, conjugadas en clave de tragedia. La historia dentro de la historia dentro de la historia. No necesitan monstruos para dejarte incómodo en el lugar donde por desgracia te pusiste a leer. El padre que sueña al hijo que sueña al padre que sueña ¿al hijo?, ¿a sí mismo?, ¿a su padre? Me incomoda que las piezas perfectas de palabras sirvan para dejarme deliberadamente inquieto ante la tragedia de la narración. Y este cuento lo logra.


“Hijos de la selva”: Una composición de thriller y aventura trágica. Como sabe hacer el autor, da giros a su propia caja de sorpresas, y en este caso el monstruo no viene del averno, no escapó de una tumba, no es otro humano como nosotros. Es la tupida, inmensurable y sobrecogedora selva la que funge como monstruo de esta historia. Un monstruo que no está quieto como aparenta, y que aunque no se pueda explicar, llama a los incautos a adentrarse en su boca.


“Nocturno para un hombre trabajador”: El principio ya te liquida. Que el último mensaje del protagonista tenga una parte solo para sus wawas, que no quiera que escuchen lo demás, ya pone el tono de lo que va a ocurrir. Es lo terrible en las narraciones epistolares, en el último mensaje de un hombre perdido. Los detalles que extraen a una ficción de la imaginación para sembrarla en la realidad con un lugar, una hora, un esposo, una mujer y un monstruo. Desacomoda la comodidad de saberse lector, y te quema con la certeza de saberte testigo. Y Simons lo sabe. Lo usa. Este es el relato del terror imparable. Nada termina bien. Renuncia a las convenciones del terror para darnos algo peor: una maliciosa tragedia con metamorfosis.


“Vecinos”: Yo no presumiría de conocer a mis vecinos, tal vez ni de haberlos visto. Pero si tengo una idea más o menos acertada de lo que son. Porque son como yo, o deberían ser algo similar a mí, ¿verdad? Ya escribí que nada es lo que parece en los cuentos de Rodrigo. En este la regla da una vuelta más, un giro trágico en su historia, pero para sorprender, casi con orgullo, al lector con la habilidad del autor para jugar con las posibilidades de la narración. Con las herramientas que ya no son las de siempre, sino que son usadas para divertimento del narrador y asombro de uno que no sabe si está leyendo o si lo están leyendo a él.


“La lluvia y la noche”: Aparte de la destreza de hacer un cuento breve, y de hacerlo muy bien, en este punto del libro uno está ya convencido de que no importa de qué se trate el texto, en apariencia al menos, pues con Rodrigo Simons nunca habrá derrotero normal. Hasta las actividades más rutinarias, lo que nos aburre de nuestro día común, se tornan en espeluznantes conjuros. Y terminas pidiendo que lo aburrido vuelva, que no se vaya, que nunca más vamos a quejarnos de lo ordinario de nuestras vidas. Que sea nuestra otra opción al horror desconocido de no saber qué entró en nuestra casa. 


“Morir no es la respuesta”: En el cruento género gore, el golpe al lector viene de una adición de ingredientes vivos, fileteados con mano de carnicero y cocidos a hervir para cuestionar físicamente al lector sobre la integridad de su carne. Esto usualmente es una construcción de masacre y sangre hecha en páginas y páginas para morboso deleite de los cultistas del género. Rodrigo Simons lo consigue aquí con una línea. Una oración. No necesita más para sorprender al lector y demostrarle que eso no es todo lo que tiene en su bolsa de sepulturero. Y ojo, que eso no lo detiene de seguir dando un giro final a este cuento, que tuerce su trama como te tuerce el cuello. Como en todos sus cuentos.


“Doble funeral”: Como los relatos son en realidad ríos, en esta historia el Rodrigo lleva tres ríos a un cauce asombroso. El amor que mata, el amor que duda, el amor que muere. Son comunes, pero la marca de su tragedia es el denominador. Una maestría del relato breve que, como los buenos venenos, solo necesita una gota para matar.


“La casa del árbol”: Así como los juegos de los niños son lo más serio para ellos, también nosotros deberíamos tomarlos en serio. No sabemos qué ocultan, qué planos, qué presencias. Nos acercamos con la inexperiencia de los adultos, pensando comprender ese mundo que creemos tan sencillo. Pero ese es el horror de este cuento, que piensas que no te puede matar.


La escritura de Rodrigo Simons cumple con esa máxima de los grandes cuentos: no es una batalla a largos rounds, te gana por knock out. El golpe final llega en diferentes momentos de cada cuento, pero eso es lo que hace que sea tan disfrutable leerlo. Nunca hay fórmula predecible ni rutina en la escritura de Rodrigo que nos permita presentir el horror o la tragedia que se avecina. Está ahí, es tu única certeza. Y sabes que te observa, esperando el momento para saltar de entre los arbustos. Pero no sabes cuándo. Lo único que te queda en las manos es el consuelo de que todo cuento tiene un final. Y apenas terminas un cuento cierras el libro rápido, convencido de que terminaste de leer y de que (por ahora) los monstruos se quedaron entre páginas. Pero mientras miras a tu entorno inmediato, tienes la sensación bajo la piel de que te llevaste algo contigo. No sabes si tiene rostro de mujer, colmillos de bestia, aliento de ánima o conjuro de maldición, pero está contigo. La tapa del libro te mira con ojos vacíos, cuencas negras que ocultan su verdad en sombras.


Playlist recomendada para leer el libro:


Sigur Ros - Hryggjarsula

Ethel Cain - Housofpsychoticwomn

Alice Sara Ott - Nocturne No. 9 in E Minor, H. 46

Will Bates - The ballad of Talbot Falls

Burzum - Sôl austan

Diamanda Galas - A soul that's been abused

Alexandre Desplat - Bella Dreams

Yann Tiersen - Porz Goret

Akira Yamaoka – Prayer

Chelsea Wolfe – We hit a wall

Smashing Pumpkins – Glass and the Ghost Children

Nicole Dollanganger – In the land

Sacred Son – Ossuary II

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