Los juegos fantásticos de Leaño Martinet
- guillermo ruiz plaza
- 11 may
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 16 may
Una reseña de La fuga del paralítico loco.

El género fantástico, reconocido como uno de los pilares de la literatura hispanoamericana del siglo XX, resulta paradójicamente infrecuente en la literatura boliviana contemporánea. En este nuestro país –que a menudo evoca la atmósfera onírica de un sueño lyncheano o el dramatismo de una pesadilla goyesca–, pocos autores se adentran en este territorio ambiguo.
Con su obra debut, La fuga del paralítico loco, Leaño Martinet se adhiere conscientemente a esta rica tradición literaria, cuya estirpe se refleja en los grandes escritores del Río de la Plata, tal como él mismo reconoce en el epílogo.
Siguiendo la línea de los grandes autores argentinos –Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Cortázar–, Leaño Martinet se adentra en un territorio sutil de la literatura fantástica. Esta conexión no solo enriquece sus cuentos, sino que también abre la puerta a una reflexión sobre cómo lo cotidiano se ve trastocado por lo inexplicable.
Un niño no nace hombre, aprende a serlo. Para ello debe aceptar una serie de “verdades” o relatos impuestos por la sociedad y la historia. El aprendizaje de las normas, los consensos, el lenguaje, es una sumisión a los designios de la colectividad. Lo fantástico pone de relieve lo arbitrario de estas normas y de estos límites. La realidad no es lo real, sino el consenso al que han llegado los hombres sobre lo que es real (y lo que no). En otras palabras, la realidad es la percepción normalizada de lo real, su reducción o sacrificio en el altar del orden social. A la incertidumbre, preferimos la persuasión, el convencimiento, incluso la imposición. De allí a la certeza hay solo un paso que se da con la tradición y la costumbre: “el embrutecimiento”, que, como escribe Girondo, “nos teje telarañas en los ojos”.
La literatura fantástica inicia recreando un cuadro realista –cuanto más sólido y cotidiano, más eficaz– para, posteriormente, introducir un elemento perturbador –anormal, ilógico, transgresor– que lo cuestiona.
Este recurso no busca asustar como en un cuento de terror, sino provocar una inquietud en el plano metafísico. La angustia experimentada tanto por el narrador como por los personajes, incluso la que nace en el lector conforme avanza en el relato, provienen de la amenaza de sus certidumbres. Luego se escenifica el mecanismo de defensa ante lo inexplicable –el recurso sistemático a una explicación racional–, que es espontáneo en nosotros, pues proviene de un instinto de conservación. Sin embargo, tal reacción es siempre insuficiente, y el desasosiego y la pregunta permanecen.
Porque lo fantástico descree de los dogmas, los prejuicios, las supuestas verdades impuestas por la sociedad y, al contrario, afirma esa gran libertad que es el escepticismo. De ahí el efecto de duda que se crea en el lector entre una explicación racional o irracional del fenómeno anormal que resquebraja, sutilmente, el cuadro realista. Lo fantástico es un escepticismo creativo, que utiliza la imaginación como arma.
Para penetrar lo real, hay que deshacerse del cascarón añejo de las representaciones colectivas. Aunque los teóricos difieren en las formas de suscitar este efecto en el lector, coinciden en que tal es el objetivo de la literatura fantástica. También es unánime la distinción con lo maravilloso, pues este género no cuestiona nuestra representación mental de la realidad: crea un mundo ajeno al nuestro –en general remoto–, en el que los fenómenos sobrenaturales son la norma y conviven en armonía con guiños a nuestra cotidianidad.
El realismo mágico también recrea un cuadro realista; sin embargo, a diferencia de lo fantástico, aquí los elementos sobrenaturales se integran tan naturalmente en la narrativa que resultan casi cotidianos para los personajes. En el realismo mágico los elementos sobrenaturales cumplen una función estética, en el mejor de los casos metafórica. No se pone en crisis la realidad, se intenta traducir, con humor y desenfado, cierta realidad latinoamericana.
Por su parte, la ciencia ficción refrenda nuestra representación racional de las cosas: no cuestiona, sino que se basa en el potencial del paradigma científico. Lo fantástico se fundamenta en el terreno antagónico: el de la intuición, la imaginación creadora y lo sensorial, es decir, todas las facultades de conocimiento sometidas a la dictadura (falible) de la razón. Naturalmente, esto no implica ninguna jerarquía entre los tres géneros, aunque sí los distingue.
Por lo demás, el alcance filosófico de lo fantástico intensifica el goce estético de su literatura, que pasa por el redescubrimiento de la extrañeza, pues “La costumbre nos roba el verdadero rostro de las cosas” (Montaigne). Quitar el velo y deslumbrarnos, esa es la función de lo fantástico. En el plano literario, se caracteriza por crear variantes e innovar así los tópicos fantásticos, mostrando la fecundidad de sus motivos, para no caer en lo predecible y atentar, paradójicamente, contras sus propios principios.
La fuga del paralítico loco consta de 12 cuentos breves. La fulgurante ascensión y caída de una directora de cine centroamericana. La obsesión filosófica de un lector que acaba suplantando a Baruch Spinoza en una realidad paralela. Una mujer esotérica que termina convertida en otra. El monólogo de un fantasma solitario sumido en el olvido, pero aguijoneado aún por el sentido del propietario. Un padre extraviado en el laberinto de Habana La Vieja. El corazón de Chopin ofrecido en un tarro de pepinillos como talismán. El conjunto resulta unitario y orgánico, pues estos relatos comparten, más allá de cualquier consideración genérica, cierta entonación y atmósfera. En efecto, los personajes, los sucesos y las cosas bordean siempre lo desconocido o lo inesperado. En unas ocasiones se mantienen ahí, en ese límite poroso, frágil, y en otras, basculan del otro lado en giros finales muy escuetos. Así, estos relatos oscilan entre un realismo quebradizo y un fantástico declarado.
Estas historias están escritas como crónicas de sucesos reales y, en ese sentido, recuerdan un poco los cuentos de Dino Buzzati, cuya labor periodística le enseñó a narrar los sucesos más inverosímiles con mucha naturalidad. Leaño Martinet declara, en el epílogo, haber empezado como cronista. Así, en este libro lo fantástico es referido con sencillez, sin énfasis ni aspavientos. Es significativo el caso de “La casa patrimonial”, donde un fantasma cuenta en primera persona, sin asombro ni patetismos, su cotidianidad en la casa que está a punto de perder.
Hay naturalidad también, y una profunda aceptación del curso de la vida y las leyes del tiempo, en el relato que da su título al libro. La historia de una directora de cine guatemalteca que realiza una película de bajo presupuesto, la cual es aplaudida y premiada en el Festival de Cannes y, solo dos años después, olvidada casi por completo. Por supuesto, se trata de una fábula que nos recuerda, como aquel poema de Borges, que “la meta es el olvido” y que algunos llegan antes. Lo que llama la atención aquí es la actitud serena de la protagonista –la directora de cine celebrada y olvidada sin transición–, pues no solo parece aceptar, sino disfrutar del desenlace ineludible. El tiempo nos afantasma –parece sugerirnos el autor en estos dos cuentos– y nuestra sabiduría consiste en entrar al olvido sin asombro ni lamentos.
Entre los temas fantásticos abordados, destacan la problemática de la identidad inestable o incierta, que es una variación del clásico tema del doble, y otra ramificación de este: el de la metamorfosis. A veces, todos estos se entrelazan en la misma historia, como en “La maga”, donde la narradora consulta a una bruja de forma obsesiva hasta acabar transformada en lo que tal vez era secretamente desde el principio. Asimismo, es recurrente la problemática de las percepciones. En “Baruch”, por ejemplo, el autor imagina un mundo en el que, de pronto, desaparece de la memoria de la humanidad todo rastro del célebre filósofo Spinoza, salvo en la memoria del protagonista, quien se entrega con entusiasmo a la ardua tarea de reconstruir la obra del gran pensador con un resultado inesperado.
Así como Leaño Martinet borra las fronteras entre la vigilia y el sueño, es clara su intención de deshacerse de todo límite geográfico y cultural. En La fuga del paralítico loco se entrecruzan personajes y escenarios franceses, cubanos, colombianos, polacos, argelinos, italianos... sin que esta variedad se sienta forzada o artificial. De hecho, esta visión cosmopolita y multicultural resulta refrescante, aunque, a mi ver, el autor podría haberla explotado más, a fin de otorgarle mayor relieve y textura a los personajes y a los espacios narrados, sin perder la concisión de estos cuentos, uno de sus puntos fuertes.
En definitiva, La fuga del paralítico loco se erige como una obra que, con naturalidad y concisión, desdibuja los límites de la realidad. Leaño Martinet, a través de relatos que oscilan entre el realismo quebradizo y lo fantástico declarado, invita al lector a cuestionar sus propias certezas y a redescubrir la extrañeza de la existencia. Se entrega plenamente a los fértiles juegos de lo fantástico, reforzando un territorio poco cultivado en la literatura boliviana contemporánea, en un claro diálogo con la rica tradición hispanoamericana.
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