Una aproximación a Los belgas (Editorial 3600), la novela que Adhemar Manjón presentó en la FIL Santa Cruz 2024, y que confirma su proyecto narrativo de visualizar lo que pasa casi siempre desapercibido en la megaurbe cruceña.
Ciudadano cero,
que razón oscura te hizo salir del agujero,
siempre sin paraguas siempre a merced
del aguacero…
Joaquín Sabina
En la estela de Los fantasmas del sábado, su anterior libro, Adhemar Manjón sigue contando historias de la Santa Cruz metrópoli. Si en aquellos de cuentos –que bien pueden también entenderse como una nouvelle hecha de recortes–, primaban las historias de similar raíz y desarrollo, aunque con diferentes protagonistas, para pintar un panorama de la frenética y violenta vida actual en la urbe, ahora –con los mismos orígenes y motivaciones– el ojo está centrado en los personajes.
En Los belgas (Editorial 3600), el autor se enfoca, además, en la provincia y los provincianos tan cercanos que ya casi están subsumidos por la monstruosa capital lo que, no obstante, no borra las terribles secuelas del desarraigo y la discriminación.
Beto finalizaba sus jornadas agotado, con ganas solamente de llegar a su dormitorio y acostarse; además, se sentía intimidado por los otros tipos que trabajaban con él (…).
… se había vuelto muy introvertido, apenas podía dirigir la palabra a las cajeras o a las degustadoras que le gustaban. Cumplió 18 años y trabajó de manera normal, sin nadie que supiera de su aniversario ni lo felicitara. (41-42)
Al igual que la anterior obra, en esta también encontramos a entrañables beautiful losers. Beto es un don nadie que un día cree llegada su hora y se anima a dar el gran golpe de su vida. Un ciudadano cero que puede ser cualquiera de nosotros que, en el momento clave –cuando sale bachiller, cuando tiene que decidir su futuro, cuando se desanima a participar y queda estigmatizado…–simplemente no da el paso, algo sucede y todo se confabula para configurar un destino fatal[1].
Beto saca la pistola, le dice “vas a caminar calladito y no vas a hacer escándalo porque te planto pa’ tu tiro hijo de puta”. Tiene la voz firme, habla con los dientes apretados. Javier se sorprende, abre los ojos grandes. (87)
La ficción que trabaja Manjón tiene, entonces, un claro horizonte, al menos en sus tres primeros libros[2]: mostrar lo marginal; rescatar, visualizar a los que siempre pasan desapercibidos. En Los belgas, son los trasfondos los que cuentan más: la ciudad cada vez más grande e impersonal; la sociedad extraviada: conservadurismo provinciano con aires de desarrollo y ascenso social; la falacia de los malls y Starbucks.
Beto es uno de miles de la clase media baja cruceña: crece dando tumbos en la escuela, jugando fútbol todo el día y sobreviviendo a la ley del más fuerte en la calle. Desde que cobra conciencia se sabe con pocas expectativas, pero como cada vez más gente, en cierto momento se va a Santa Cruz de la Sierra con la esperanza de vivir como se ve la vida en la sección Sociales de El Deber.
Beto no sorprende y no da el salto para establecerse como pasa, por ejemplo, con Javier, su paisano con quien halla el desenlace. Beto no aspira siquiera al trabajo mediocre, la familia precariamente sostenida y la farra infaltable, dinámica en la que viven todos en su entorno. Beto se hunde cada vez más en un ensimismamiento enfermizo y solo parece reaccionar cuando pasan, como si nada, 20 años divagando de un trabajo servil a otro, sin amigos, alejado de su familia y –ahí puede estar el meollo– todavía virgen a sus casi 40.
La soledad cala hasta los huesos. Beto se pasa la vida viendo todo desde afuera. No es siquiera un convidado de piedra, simplemente no existe. El (auto)marginamiento, la invisibilidad lo torturan lenta pero inexorablemente hasta desencadenar al monstruo.
[1] Este tema precisamente es el leitmotiv de Lecciones, la más reciente novela del británico Ian McEwan, sobre la que compartí hace poco este artículo en La Trini
[2] Debutó con la novela Génesis 4:12 (La Perra Gráfica, 2016). En aquel entonces en una breve reseña escribí: “Depresivo, ansioso, un loser total. El protagonista de esta novela deja infaliblemente todos los trabajos que –ni él sabe bien por qué– se afana en conseguir. No tiene objetivos, motivaciones, pasiones, ni siquiera valor para tomar las “drogas fuertes” que le receta su psiquiatra; tampoco, por supuesto, para matarse tomándolas todas de golpe, como en algún momento se tienta. No puede sacarse de la cabeza a Vero, su ex, pero tampoco termina de animarse a reconquistarla. Se pasa los días, semanas, meses vagando, viendo tele, bebiendo y yendo de putas. Solo o a veces con algunos amigos cuyas vidas se infieren iguales”.
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