Una colección de libros de crítica literaria trabajados en la Carrera de Literatura de la UMSA, invita a leer y releer obras fundamentales de Jaime Saenz, Jesús Urzagasti, Yolanda Bedregal y Julio de la Vega.
Hay libros que nunca terminan de leerse. Libros que, lectura tras (re)lectura, no dejan de proponer y sorprender. Que no solo llaman a volver una y otra vez sobre sus páginas, sino que invitan, al lector paciente y acucioso, a recurrir a diversas aproximaciones: miradas desde diferentes bagajes y experiencias, con diversos enfoques y sesgos; diálogos e interpretaciones.
La mejor acepción de libro clásico dice que clásico es todo título que resiste intacto el paso del tiempo, y eso bastaría para ahorrarse definiciones y posibilidades. Ahora bien, no necesariamente los libros clásicos son obra de autores clásicos, pues no hay pocos casos en los que una sola pieza –dentro de una obra mediana– destaca y se impone rotundamente por sobre el resto. En el caso que nos toca, o, más bien, que toca al Zorro Antonio, se conjuncionan cabalmente ambos escenarios y, de esta manera surge la Biblioteca del Zorro Antonio cuyos cuatro primeros volúmenes están dedicados a cuatro grandes novelas de autores no menos inolvidables.
Esta serie, que es un proyecto de la revista El Zorro Antonio, está pensada para reunir ensayos, artículos, entrevistas, relatos, anécdotas y hasta imágenes y uno que otro fragmento en torno, sobre todo, a la pieza elegida; pero, además, inevitablemente, a la vida y obra de sus autores.
Ana Rebeca Prada, coordinadora de la colección, que es un proyecto de la Carrera de Literatura de la UMSA, señala que estos libros “tienen una muy precisa especificidad: celebrar el cumpleaños de alguna publicación significativa e importante para los lectores de literatura boliviana”. En 2020 se publicaron Felipe Delgado de Jaime Saenz. 40 años, bajo edición de Bernardo Paz y Tirinea de Jesús Urzagasti. 50 años, a cargo de Alan Castro. En 2021 salieron a la luz Matías el apóstol suplente de Julio de la Vega. 50 años y Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal. 50 años; el primero editado por Stefany Diez de Medina y el segundo por Fátima Lazarte.
Tirinea
Alan Castro dividió el libro en cinco secciones: Documentos, Visiones, Lecturas críticas, Textos revisitados y Fielkho. Ofrece, entonces, documentos directamente ligados a Tirinea (textos previos y a propósito de); aproximaciones y experiencias de diferentes autores en torno al libro y un espacio especial dedicado al protagonista y narrador Fielkho.
Escribe Juan Pablo Piñeiro en su texto “Tallando en la oscuridad”: “Tirinea es un lugar que abandonan sus habitantes para buscar la tierra ensoñada y, al encontrarla, descubren que se trataba de aquel mismo que habían dejado”. (80)
Gracias a la gentileza de Sulma Montero que abrió su archivo al editor, se reproduce, ya casi para cerrar el libro, el breve texto “Fielkho”, mecanografiado y fechado por Urzagasti en 1965:
Este es Fielkho. Según su costumbre, no podría decir gran cosa sobre él. Salvo que es joven y que permanece pensativo en su habitación mientras, afuera, circula una dicha agresiva que ya no le atrae. Creo que nada más se podría decir sobre Fielkho. Pero tal vez el mundo se derrumbe y Fielkho quede solo y se asuste. Porque Fielkho es pequeño. Su materia es frágil como un niño, y no sabría medir los alcances de un peligro. Por ejemplo, un verano demasiado violento lo reduciría hasta hacerlo desaparecer. Él ignora que no existen los veranos violentos. (307)
Felipe Delgado
La reflexión en torno al canon literario –planteada párrafos arriba– halla continuidad en la Introducción que el editor Bernardo Paz traza del volumen dedicado a la novela mayor de Saenz:
En agosto, habrán pasado ya 35 años desde la muerte de Jaime Saenz y estamos en medio de una transición: conviven hoy lectores que conocieron al autor y aquellos que solo conocen a alguien que lo conoció. Con los años, se irán añadiendo eslabones a esta cadena. Pocos, como Saenz, sobreviven a este oleaje irrefrenable y, entre ellos, menos aún pueden consolidarse como un mito. (11)
Este volumen está estructurado a partir de acercamientos personales y académicos Felipe Delgado, y cierra con una yapa sobre Imágenes paceñas que se publicó el mismo año.
Luis H. Antezana, Álvaro Díez Astete, Rodolfo Ortiz y Mauricio Murillo destacan entre los autores. Antezana aporta con la clásica y acaso mejor entrevista hecha a Saenz, y publicada en la revista Hipótesis en 1978, acompañada de un fragmento de adelanto de Felipe Delgado; pero además un breve texto, “Umbral”, en el que cuenta detalles de la visita al escritor, un primer acercamiento al mito de quien con los años se convertiría, acaso en su mejor lector y más lúcido analista de su universo escritural.
En el trabajo de Diez Astete hallamos un párrafo que bien puede tomarse como una buena síntesis posible de la novela. Una buena síntesis de una de las facetas, valga decir, pues como toda obra maestra, soporta y requiere múltiples perspectivas.
Felipe Delgado es una novela del espíritu. Y, como tal, su “fondo” (por usar un término imprescindible para los literatos didácticos del “fondo y forma”) es la espiritualidad de su personaje central, espiritualidad demoniaca hacia Dios, alrededor de la cual y por la cual en definitiva se da la existencia de los otros personajes, inmediatos al protagonista y terceros que son testigos indispensables del sacrificio jubiloso de Delgado. Sin embargo, la espiritualidad de la que trata la obra, teniendo un trasfondo profundamente religioso, lo hemos dicho, no proviene de ninguna religión convencional, puesto que se mueve en otro ámbito de la realidad, el encuentro con el sí mismo como objeto y sujeto de una poética mística de la muerte. (81)
Bajo el oscuro sol
Este libro dedicado a la única novela publicada en vida por Yolanda Bedregal, sigue la estructura del anterior: presenta aproximaciones personales y académicas, pero además incluye artículos y trabajos críticos clásicos sobre la novela, y entrevistas que la editora realizó a escritores, familiares y amigos de Bedregal.
Queremos destacar acá una relación entre los trabajos de Virginia Ayllón y Rosario Barahona, ambos en la sección II, “Nuevos acercamientos críticos”. Entre diversas aristas en torno a la novela, las dos se refieren a Loreto, la protagonista. Escribe Ayllón:
Loreto ya no distingue entre sexo, violencia y poder; el tatuaje del incesto la ha marcado, tanto como la pobreza. Y si salir de la pobreza la ha llevado por los caminos del trabajo y la autonomía económica, y la ha acercado, además, a la militancia izquierdista, el tatuaje del incesto le ha quitado la propiedad de su cuerpo. Loreto no existe y por eso tienta su presencia en el mundo a través de los diversos nombres que le han dado y ninguno la convence; no puede responder a la pregunta ¿quién soy?, para eso necesita decirse. (147)
Mientras tanto Barahona, en su texto “El oscuro sol que no desdeña brillar: la imagen de la heroína”, reflexiona en torno a una interrogante: ¿Es Loreto una heroína? Y entre muchas otras respuestas, escribe:
Loreto es el cuerpo develado de la escritura que, sin tapujos, pone en primer plano su trabajo literario y con ello devela su humanidad, sus miedos, traumas y frustración y, a la vez estos ofrecen la posibilidad de una defensa de derecho intelectual que, si bien no se da, es sacado de las tinieblas de Caravaggio hacia la luz solar, expuesto como un pecado público, aunque quede como un alma en pena, suspendida en el aire.
Es el grito de denuncia de esa relación que reconoce y aprueba que el hombre tiene la autoridad y el poder en toda la amplitud de su mundo práctico y simbólico.
Como la sangre de Abel que clama justicia desde la tierra, la voz de la heroína Loreto es un clamor de sangre por la expresión escrita, por un poder hablar por sí misma, sin hombres o intermediarios patriarcales. (94-95)
Matías el apóstol suplente
Stefany Diez de Medina es la editora invitada para editar este libro sobre la novela de De la Vega que gira en torno a la guerrilla del Che en Bolivia. Son cinco secciones: Semblanzas y recuerdos familiares, con textos de Lupe y Dora Cajías de la Vega entre otros; Cartas a Julio de la Vega; Entrevistas en torno al autor y su obra; Rescate de estudios críticos, donde hay trabajos de Juan Carlos Orihuela, Carlos Mesa y Óscar Rivera-Rodas, entre otros; y Nuevas miradas académicas, donde escriben Juan Ignacio Siles, Mauricio Murillo y la propia editora.
Ahora queremos rescatar una mirada personal, familiar, trazada por Dora Cajías, su sobrina, en el texto “El tío Julius”:
El tío Julius era un silencioso observador de su entorno y un escudriñador de sí mismo y por eso, en muchas oportunidades, proyectaba una imagen de soledad y ensimismamiento, de extrañeza y distancia, que era más una manera de ser y estar propia de personas pasivas y contemplativas que una conducta de carácter antisocial.
Para mí será siempre el consejero y comentarista de lecturas, películas y exposiciones, el maestro, el ejemplo y el colega dentro de mi profesión, el tío cariñoso y querendón que ocupa un lugar irremplazable en mis mejores recuerdos familiares.
Me quedo con su silueta borrosa, de hombre mayor y cierto aire desvalido, enfundado en un abrigo oscuro recorriendo lentamente, como siempre a pie, las calles de su ciudad y de su barrio. (54)
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