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El roce de lo inquebrantable

Karen Veizaga nos habla de los muchos recursos literarios que hacen de Lazos de sangre, hilos rojos y otras superficies inquebrantables de la autora Avril Pol, un poderoso libro de cuentos. 

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Para pequeñas criaturas como nosotros la inmensidad es soportable solo a través del amor”.

Carl Sagan


La palabra vínculo proviene del latín vinculum que significa atadura, lazo, cadena. Es así que esta palabra hace referencia a la relación, conexión o unión que puede haber entre una persona o cosa con otra, ya sea de manera física o simbólica.


A lo largo de la vida, las personas van generando vínculos. En algunos casos, estos están dados por nacimiento y legalidad. Tan simple como la sangre, los genes, el apellido que unen a padres y madres con hijas e hijos, la relación con los hermanos, primos, tíos, abuelos. 


Con un poco de suerte, estos lazos físicos se constituirán en vínculos afectivos que nutren y que representan un aprendizaje fundamental: la forma de amar a otros y de recibir amor.


Quizás, más adelante en la vida, la suerte continuará contribuyendo con la química y el aprendizaje que se tuvo de pequeños acerca del apego y, al escoger a alguien con quien jugar en la primaria, al aceptar la invitación a bailar de un desconocido en una fiesta o tener un cruce de miradas con alguien que genera atracción, habrá un proceso más complejo de toma de decisión, la mayor parte de las veces inconsciente. Quizás fueron sus ojos o el tono de su voz, tal vez esa forma tan particular de mirar fijamente mientras invitaba bebidas a otras personas. 


Había algo. 


Algunas personas lo llaman corazonada, tink´aso, destino, providencia. Pero tal vez es solo nuestro cerebro que, en adición a las feromonas, lee en ese otro ser rasgos parecidos a los de nuestro padre ausente, de la abuela que nos cuidaba, del hermano que solía jugar juegos extraños con nosotros. El sistema límbico llevándonos a establecer y conservar vínculos afectivos que creemos merecer, algunos de ellos, más allá de este plano de existencia.


Lazos de sangre, hilos rojos y otras superficies inquebrantables de Avril Pol (Editorial 3600, 2022), libro de cuentos dividido en tres partes, como indica su título, nos lleva a ese algo, a las agujas con las que tejemos relaciones, en ocasiones creando algo hermoso y liso al tacto, en otras, pinchándonos, sangrando hasta dejar manchas indelebles que forman un patrón impreciso, un remedo de nuestra idea original. Quién sabe si esto sea bueno o malo, si acaso es funcional, bello, terrorífico o cualquier adjetivo que el ser humano pueda inventar con todos sus matices en medio. 


Solamente es.


Desde sus trece relatos escritos en primera persona –con excepción de dos de ellos–, el lector o lectora establece un lazo íntimo con Pol y sus protagonistas, mujeres en la mayoría de los casos, quedando una sensación de inseguridad con respecto a si las vivencias retratadas en las historias son ecos de un recuerdo propio o de un pensamiento, una posibilidad que se imaginó alguna vez. 


Puede que esta sensación se deba a que el oficio de la escritura encontró a Avril Pol cuando tenía dieciocho años, a través del hábito que consolidó de apuntar diversas reflexiones sobre su día a día. Esta costumbre se enriqueció en 2019 cuando, radicada en Argentina, se unió al taller de la escritora Natalia Brandi y se introdujo en el mundo de la literatura de ficción. 


Si bien, los cuentos que nos presenta el libro son ficcionales, la forma en que están escritos es íntima y personal, aspecto que interpela el mundo interno del lector y crea ese halo de familiaridad, ya que recurre a sentimientos y experiencias que son inherentes a los seres humanos.


De esta manera, el desarrollo de esta colección de cuentos significó para Avril Pol la construcción de un vínculo inquebrantable con la escritura y con su maestra, Natalia Brandi, a quien va dedicado. 


Lazos de Sangre

Los lazos de sangre son relaciones que se dan entre personas con un antepasado en común y se pueden extender por generaciones. Familias, clanes, tribus, linajes que, con el pasar del tiempo y la construcción de normas sociales para la convivencia, son reconocidos desde las leyes y los derechos humanos. 


Pero la sangre no es todo. Sobre esos vínculos biológicos se configuran diferentes tipos de relaciones simbólicas entre esos individuos emparentados.


En la primera parte de su libro, Avril Pol nos conduce de la mano a través de cinco relatos que, cual una puerta semiabierta, nos llevan a vislumbrar una gama de variantes de los lazos familiares, con aspectos que se explicitan en su escritura y otros que se dibujan –o desdibujan– sutilmente entre líneas, como “tinta aguada sobre papel”.


“Ella te daba una cosa rara entre devoción completa y culpa. Como que tenía una forma interesante de hacerte sentir culpable por existir, supongo que porque ella sentía eso” (Pág. 59). Esas experiencias de familia, ya sean funcionales, disfuncionales o patológicas, dejan sus huellas en cada uno de sus personajes –tal vez de forma muy parecida a lo que sucede en esta vida que solemos calificar como real– donde la única opción parece ser salir adelante con lo que toca. Sobrevivir, siempre que esta tarea sea posible.


Los personajes de Pol nos comparten sus historias, las maneras que han encontrado para sobrevivir, al menos el día de hoy. Confían tanto en ese lector, transmiten la impresión de que el interlocutor está tan familiarizado con ellos y ellas que, como si se tratara de un susurro, dejan abierta una tenue posibilidad de que mañana, eso que nos han mostrado pueda cambiar. Sin embargo, eso no llega a saberse, como en el cotidiano. A veces, a pesar de la incomodidad o el dolor, se resiste, más allá de la felicidad o el amor, se permanece.


Hilos Rojos

Una leyenda originaria de China y Japón dice que dos personas destinadas a establecer una relación importante en su vida se encuentran unidas por un hilo rojo desde su nacimiento. Este hilo puede desgastarse, enredarse, estirarse, pero nunca romperse, aspecto que los llevará a coincidir en algún punto de sus existencias, a través de cualquier tipo de nexo –no necesariamente amoroso–, que será reconocido como especial.


¿Destino o casualidad? ¿La persona que se fue era eso que llaman “el amor de mi vida” o llegará alguien más que realmente lo sea? ¿Si la relación acabó, en algún punto del camino volverán a encontrarse? ¿Alguien amará de forma más pura y profunda que un mejor amigo, que te conoce con y sin máscaras? Estas y otras preguntas se introducen en la mente del lector al finalizar cada una de las cinco historias que forman parte de este apartado. 


Se hace posible acariciar la alegría, adivinar rastros de pasión y picardía, pero también hay un sabor a lágrimas, a nostalgia por lo que fue y ya no es, por lo que pudo ser y no fue. No completamente. “No sabes si arrepentirte de no haberle dicho nunca que lo querías, porque seguramente te hubiera dicho que él también y nada duele más que un te amo en pasado” (Pág. 121). 


“Ahora tu tiempo está lleno de espacios vacíos, de latidos que no tienen ganas de existir” (Pág. 121).


¿Acaso la pérdida del ser amado no duele en el esternón y en la boca del estómago, sobre todo, en los primeros días de ausencia? ¿Acaso no lo buscamos en las calles y los lugares que frecuentábamos juntos y si somos lo bastante valientes o cobardes –eso es relativo–, evitamos aquellos espacios, pero estos seres ya incorpóreos, al menos en nuestra realidad, se dan modos de seguir existiendo hasta en los rayos del sol?


Quizás el estado natural del ser humano es la búsqueda, el vacío, la falta. Probablemente, el pensar en amores no correspondidos o sí, pero de una manera inusual, es una justificación para seguir vivo, para creer en una existencia llena de aventuras que contar a los nietos o a los amigos en una noche de copas. Pero cuando volvemos a casa está el espejo donde vemos a alguien que ya no reconocemos porque no sonríe como antes lo hacía o como imaginamos que debería sonreír. Ya no. Él o ella ya no está. No más.


Pero Avril Pol nos mueve el escenario de nuevo, a cuestionar si las cosas son realmente como pensábamos: ¿Y si la ausencia fuera mejor que la presencia?


Otras superficies inquebrantables

Más allá de mitos orientales, de lazos consanguíneos y legales que, en numerosas ocasiones, en la cotidianidad se rompen como cáscaras de huevo aunque usemos todo tipo de mejunjes e invenciones para pegarlos o pretender que no se han roto, ¿habrá algo inquebrantable?


Los personajes de las dos últimas historias del libro de Pol nos remontan a sus propias experiencias de lo inexorable, halladas en los recuerdos que conservan de sus seres amados, con quienes transitaron la existencia durante un tiempo finito e irrecuperable, marcado por la muerte.


Hay recuerdos de vida y recuerdos de muerte que, durante el proceso del duelo, se entremezclan y resignifican. Se pueden fijar en la memoria el sabor de las comidas que probaron juntos, las rutinas en las que se acompañaban, los logros que, sin sus muertos, las personas sobrevivientes están seguras de que no se habrían alcanzado. Sin embargo, también están los trances de sufrimiento, de un adiós largo y tormentoso.


¿Qué es lo que más duele? ¿Qué ya no está y es imposible reencontrarlo a la vuelta de una esquina? ¿Qué sus últimos momentos en este mundo hayan estado llenos de dolor y sufrimiento? ¿Qué nos haya dejado? 


“... por favor Diosito ya no quiero más, haz que todo esto vuelva abajo abajo abajo a lo oscuro porque es ahí donde tiene que estar y donde se tiene que quedar para siempre, porque ahí es donde pertenece, porque solo ahí es donde viven los muertos” (Pág. 135).


En ocasiones, pareciera que olvidar es lo mejor, pero, con el pasar del tiempo, tal vez lo que más duele sea que los recuerdos se diluyen y no es posible recuperarlos. Y puede que volvamos a la búsqueda, a tratar de encontrar en vida ese amor que nos tenía la persona que ya no está, a quien atribuimos en nuestros recuerdos una afecto único, irrepetible, irrecuperable y perfecto.


Al terminar la última página del libro, tengo un espasmo, como cuando sueño que caigo al vacío. Golpeo el fondo. Me encuentro con algo pequeño, negro y circular. Es el punto final. 

No obstante, aún queda un cuarto de página en blanco, además del reverso.


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