Reseña de La araña gigante, novela de Sergio Suárez Figueroa que La Mariposa Mundial rescató y publicó en el año del centenario del escritor uruguayo-boliviano.
Gervasio es un guitarrista ensimismado y con misterioso pasado; Kolia un pintor sarcástico e irreverente; Hernández un machista, edípico e inseguro; Liviebski, un nihilista devenido en la desidia; el coronel Vancini, un viejo bonachón que los soporta; y Jaime Stil es Jaime Saenz.
La araña gigante (La Mariposa Mundial, 2024) de Sergio Suárez Figueroa es una novela de personajes. Un grupo de amigos con aires de intelectuales, todos en situación de marginalidad (viven en cuartuchos inmundos, siguen siendo mantenidos por sus padres), que se la pasan bebiendo y en una dinámica de humor cáustico y labia rebuscada y que hacen del absurdo y el malentendido una lógica constante.
-Querido Stil, así como mucha gente los desprecia, a usted y a sus amigos, yo considero que representan, con el alcohol, el escándalo y las infantiles monstruosidades, una nueva gente que se rebela contra nuestra repugnante pequeña burguesía.
Stil lanzó una horrible carcajada: poseía un temperamento tiránico. Era un poeta que nadie toleraba ni entendía. (36)
Suárez pinta una semblanza de la pequeña sub élite artística, literaria, intelectual de la La Paz de mediados del siglo XX. Y se vale para ello de este grupúsculo posero que divaga en torno a mística de la trascendencia, paradójicamente, desde una incurable misantropía.
O se es artista… o sino un vil esclavo, un servil eunuco de la anemia del mundo. Hay que librarse y penetrar en el gran misterio de las cosas. De los ríos, de los árboles y las mariposas, de todo esto que nos rodea y que es maravilloso a cada instante. ¿Qué significa una reyerta ante esta inmensa totalidad profunda que nos rodea? (45)
En la segunda parte –ambientada varios años atrás en Oruro– se narra la llegada a Bolivia de Gervasio (a estas alturas, queda claro que es un alter ego de Suárez) como polizón en un tren en el que conoce a Liviebski. Allí conoce además a Ana, su futura esposa, una extraña joven también de pasado traumático.
En esta etapa orureña siguen proliferando las borracheras –curiosamente, todos se la pasan de exceso en exceso, salvo Gervasio–, correteos por barrios marginales y bares de mala muerte. Si antes el autor se explaya en pintar de cuerpo entero al reducido grupo, ahora arriesga una mirada más amplia: describe, con cierto paternalismo, a los cholos y su idiosincrasia e incursiona de refilón en experiencias místicas o sobrenaturales. Pero los trasfondos son los mismos: Gervasio y Liviebski, y en parte Ana, tratan de encontrarse a sí mismos a través de las rutas menos oportunas.
Oruro fue para Gervasio una especie de extraño eslabón. Una especie de pausa poética en el camino. Un camino que luego se convirtió en algo abismal, descendente: el infierno.
Bajar a las zonas infernales es también escalar. A Kolia y a Hernández los conoció mucho antes que a Llibely.
Ellos también bajaban hacia su propio infierno. A Jaime Stil logró conocerlo mucho después que a estos otros. Y todos ellos gravitaban en la búsqueda de algo que no pertenecía a lo cotidiano. Buscaban arduamente un camino difícil: el encuentro consigo mismos. (233)
Hay en esta novela momentos de misoginia, racismo y otras taras que, más allá del humor ácido y pesado que flota en todo momento en la atmósfera del grupo, reflejan ciertas predominancias sociales de la época. Son parte de la propuesta provocadora –narrativa del grotesco– de Suárez: todo vale en la fútil cotidianidad, mientras se persigue –con el arte y la filosofía alcohólica– el plano elevado… qué, bien visto, en la ambigüedad de los protagonistas, más bien de pronto es todo lo contrario: una deriva en extremo escéptica-hedonista.
La araña gigante es una novela que no fue concluida por su autor, que murió apenas a los 44 años, pero a la vez, como dice Alan Castro, su editor-rescatador, no se puede decir que esté inacabada. Queda claro, eso sí, que, de haber podido, con toda seguridad Suárez la habría pulido bastante; de pronto, desarrollando más algunos personajes que muestran mucho potencial. Así, como también lo advierte Castro, muchos de los capítulos provienen de relatos sueltos o tienen otra versión-origen como tales. Nada impide, en todo caso, la conformación de un corpus sólido y coherente, resultado que en buena medida debe agradecerse a Alan Castro y a la encomiable labor “reskatari”[1] de La Mariposa Mundial.
Merece remarcar el memorable capítulo final, protagonizado por Jaime Stil y Abraham Sotomayor (trasunto de Ismael Sotomayor): Stil (Saenz) hace, deshace y dice lo que le da la gana a su amigo, su madre y su tía (la memorable tía Esther), y a todo parroquiano que se le cruce por delante. Suárez, que fue su dilecto amigo, lo pinta a cabalidad tal como refieren escritos y el boca a boca de quienes lo trataron.
- ¡Señora! -gritó de pronto Stil, dirigiéndose a la dueña.
- ¿Qué quiere usted caballero? -preguntó la chola.
- ¿Qué lindo enanito, ¿no es verdad?
Stil puso un gesto de simiesca ternura y miraba al hombrecito con una descarada fijeza. El hombrecito dejó de silbar. Se paró en seco.
Al punto Jaime Stil se levantó como impulsado por un resorte, se acercó al hombrecito e inclinándose, mascullando cosas incomprensibles, acercó la nariz hasta casi tocar la nariz del interlocutor.
- ¿Qué le pasa mi amigo?
Stil, arrastrando exageradamente las eses, comenzó a explicarse:
- Hay que establecer la diferencia, pues, no es lo mismo tubérculo… –aquí efectuó una pausa, y haciendo gestitos acabó–: que ver tu culo. (265)
[1] En su portal, La Mariposa Mundial se presenta como una editorial archivo que “rescata y difunde obras literarias y artísticas de todo el mundo (…). La constelación de obras y escritores que promueve esta editorial y archivo atrae a lectores diversos: sacádicos y anarquistas, académicos, reskataristas, desarchivistas e investigadores de toda índole”.
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