Una lectura de Viaje febril al invierno (Editorial 3600) de Guillermo Ruiz, una de las más sólidas propuestas de la narrativa nacional en la Feria del Libro de La Paz.
En su lecho de muerte, una zanja a la que fue arrojado desde un auto, Juan Finot –cochabambino, pintor en horas malas– no experimenta el clásico repaso mental de la vida en un minuto; más bien acepta con calma la aparición de la Parca con la que se pone a jugar cacho mientras le cuenta los episodios clave que su memoria va sacando a flote. A la vez, no puede evitar recordar otros momentos que, de pronto, no le nacen compartir con la pálida dama. Pero sí con el lector.
Fino, que así le dicen todos, menos la bella Naira que lo llama Gauguin –con cierta sorna que luego deviene en ternura– vivió en París y Barcelona, pintando en las calles pequeños collages para los turistas, volvió a Bolivia para recibir una herencia y porque se sentía acabado como artista, hasta que un golpe de suerte lo devuelve al Viejo Mundo, ¿para su aventura final?
… ¿Qué habías vuelto a Barcelona justamente para ver si se despertaba de una vez el secreto motor que, se supone, los artistas tienen oculto en algún lugar del cuerpo? El artista se ausenta del mundo para traducir mejor su presencia –dijo alguien–, pero vos, Fino, ¿estabas dispuesto a ausentarte? (31)
Ya en su primera etapa europea, Fino se libra por poco de manos de Goran, el matón ucraniano, novio de Abril. Ya entonces fracasa en conquistar a Salomé. Ya entonces Shahid, el gordito indio que se cree la reencarnación de Rimbaud, era su mejor amigo. Pero es en la segunda etapa, detrás de Naira, con la complicidad de Shahid y la crucial aparición de Madú, donde se halla el cenit.
Viaje febril al invierno (Editorial 3600) de Guillermo Ruiz, es un recorrido tan vertiginoso como divertido; un tour de force polifónico; un desfile de personajes y un ágil engarce de tramas y subtramas. Más allá de centrarse en las íntimas debacles a las que son tan propensos, en este aún inicio de siglo, quienes optan por una vida libre de cerrojos (léase trabajo fijo, familia y rutina tradicionales), esta novela es también una continuación (¿coronación?) –muy a la talla– de una suerte de trilogía de la errancia y la memoria que el autor paceño inició en 2019 con Días detenidos y continuó en 2022 con El hombre tocado de viento. Ya volveremos sobre esto.
¿Quién había dicho que no se extraña los lugares, sino los tiempos vividos?, ¿Que no es posible volver a ningún sitio pues los lugares, al igual que los días, no son más que vestigios de un incendio invisible? (16)
El desarraigo territorial hace de marco justo a una incurable inestabilidad emocional de los personajes centrales. El sudaca Finot; Naira, la isleña hija de migrantes y esposa maltratada; el nunca bien asimilado indio comerciante en el puerto catalán: Shahid, y Madú, la africana que pasa mil y un peripecias antes de llegar en una pecaría balsa a la playa europea.
Al mirar por última vez desde la ventanilla temblorosa el lento y majestuoso curso del Wouri, dice Madú, le pareció ver ahí abajo, flotando bocarriba con los ojos abiertos, hinchado y verde, y al mismo tiempo hermoso, el cadáver inmenso del país que dejaba atrás. (241)
Este Viaje febril… es una reflexión sobre la inexorable llegada del después: el destino, el paso del tiempo, lo que siempre quisimos procrastinar. Es un manifiesto de la trashumancia, de la osadía de dejar el nido y conocer mundo; una alegoría del cosmopolitismo no siempre tan romántico y con olor a american dream como nos lo venden.
Ayuda mucho a completar el efecto el manejo narrativo, la variedad de registros y planos: narrador externo, Fino en primera persona, Fino hablando de sí mismo en tercera persona, hablándole a la muerte, a Shahid; Shahid contando todo en sus apuntes; Naira y Madú recordando sus traumas…
Fino-Naira-Shahid-Madú, cuarteto heterogéneo si los hay. Dos pares/parejas de hermosos perdedores huyendo, más emocionados que temerosos, como adolescentes en su escapada iniciática.
¿Una saga?[1]
Hace ya varios años que Guillermo Ruiz trabaja un todo a partir de algunas ideas / obsesiones recurrentes: el tiempo (el pasado que determina el presente y condena al futuro), la memoria y la errancia-viaje-trashumancia (el desarraigo, el exilio, el regreso).
Todo empieza con Días detenidos (Editorial 3600) con la que ganó el XIX Premio Nacional de Novela. Lea, boliviana inmigrante en Francia, vuelve a La Paz para despedirse de su madre moribunda. Mientras reconstruye su pasado: la infancia, la vida de sus padres y abuelos (su origen y antecedentes), empieza a contar, en un bien hilvanado intertexto, su vida en Europa junto a su esposo Raphael y la traumática ruptura que le hizo “huir”.
Esta novela de regreso, de ajuste de cuentas es, además, una rigurosa exploración de personajes –siempre desde la mirada acuciosa de Lea– al punto que da la impresión de que el pasado no deja nunca de estar presente, a veces demasiado, impostando incluso el futuro posible. Lea lucha contra el vacío inevitable que parece llenar la vida de todos a cierta edad: cuando renuncias a ser y simplemente estás; cuando vives solo para ser parte de una rutina-familia-sociedad; cuando no te queda algo de ti para ti mismo.
Y continúa con El hombre tocado de viento (Editorial 3600). Faustino Figueroa y Felipe Lens, bohemios aspirantes a escritores, parten de la aún provinciana La Paz a un París casi irreal de 1950: el parnaso en su mejor momento, donde el destino los cruza ante los mismísimos Sartre, Rene Char, Camus, Cioran y más.
Por casi dos décadas los inseparables amigos comparten pobreza y aventuras, pero mucho menos dura la consigna común de triunfar como artistas o intelectuales en la mágica ciudad luz. Faustino lo logra a medias y termina al pie del cañón; pero Felipe, derrotado de antemano, sucumbe a lo mundano: mujer, hijo, estabilidad… sin poder, no obstante, huir nunca de ese largo episodio de su vida que mantiene encapsulado para siempre.
Una suerte de road movie, no solo por el correteo por las calles parisinas, sino por el transitado ida y vuelta en las vidas y memorias de sus protagonistas. Una detenida parábola de la doble migración y el estigma del extranjero: la categoría de extranjería (desarraigo) en todas sus dimensiones y alcances.
Es de esperar que siga el viaje.
[1] Ojo: sin haberlo consultado con el autor, no podemos afirmar que se trate de un proyecto premeditado, de una saga; y menos que sea una trilogía. De hecho, en los cuentos de Los claveles de Tolstoi, de 2021, Ruiz también trabaja con personajes y tramas ligadas a las dos primeras novelas.
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