La escritora y gran amiga de Rubén Vargas, leyó este emotivo texto en la presentación de Geografías inconclusas, obra en dos volúmenes editada por Plural Editores.
Me siento muy emocionada, contenta y sorprendida de estar aquí esta noche. Emocionada y contenta de recordar, de revivir a Rubén. Sorprendida de ver estos dos tomos voluminosos que recogen los artículos literarios, culturales, que escribió durante años y años; sorprendida por el esfuerzo de recopilación y publicación.
En estos libros podemos constatar esa enorme capacidad que tenía de interesarse en múltiples aspectos de la creación: arte, literatura, música, en fin. Y su también enorme capacidad de trabajo, de dejar todo plasmado, para suerte nuestra.
Muchos de estos artículos los leí cuando salieron publicados, otros estaban presentes en nuestras largas charlas y otros, quizás los más, los iré descubriendo ahora y será para mí como seguir hablando con él, seguir compartiendo.
Conocí a Rubén a finales de los 80 en torno a Presencia Literaria y sobre todo, alrededor de Jesús Urzagasti, quien tenía un don particular, un olfato afinado para unir personas que según él podrían llevarse bien. Yo colaboraba de tanto en tanto en Presencia Literaria y Rubén, seguro, más asiduamente. Ahí comenzamos a coincidir alguna vez.
Luego Rubén desapareció un tiempo en México y Jesús “inventó” Linterna diurna, suplemento cultural semanal en el que yo tenía el rol de coordinadora y Jesús de director. Cuando reapareció, Rubén, Jesús le dejó su puesto y pasó a ocuparse de algún otro asunto en el periódico. Entonces, comenzamos a trabajar juntos o, más que trabajar, a estar cotidianamente, en el mismo espacio, en el mismo escritorio.
Esa oficina, ese suplemento, se convirtieron en espacios de encuentros con los colaboradores como Juan Cristóbal Urioste, HCF Mansilla, entre muchos otros. De charlas, de risas, de intercambios múltiples que se prolongaban por varias horas. En ese tiempo, también surgió la idea de la revista Piedra Libre, junto a Carlos Villagómez y Sergio Vega; un lindo proyecto, muy entusiasta y sugestivo que, sin embargo, no logró superar los dos números. Fue una verdadera aventura creativa.
Para entonces, nuestra amistad había crecido y nuestras afinidades también, así como nuestra fascinación por las ciudades. La ciudad como el espacio donde todo es posible, el espacio del deslumbramiento, del infinito. Estaba La Paz, claro, esta ciudad extraña, con su geografía escarpada, con sus rincones misteriosos de los que tan bien habla Saenz. Pero sobre todo París, la ciudad por excelencia, la ciudad mundo, con Baudelaire, Rimbaud, Breton… por donde transitamos innumerables veces, en el imaginario y en la realidad, siguiendo los pasos de esos poetas, revisitando sus palabras, sentándonos en las terrazas durante horas para ver el mundo ante nosotros, el verdadero teatro humano.
Y Benjamin también, otro conquistado por París. “París, capital del siglo XIX”, escribió, con loas a los pasages, esas calles cubiertas que permitían estar afuera y adentro al mismo tiempo y que recorríamos una y otra vez. Benjamin, autor importante para Rubén, con quien logró un verdadero diálogo.
Así íbamos en esos tiempos, con candidez y algo de romanticismo, persiguiendo la sensación de la “alteración de los sentidos”, la “deconstrucción de la realidad”. Y lo logramos algunas veces, como cuando íbamos a visitar a Agnes, cuando entrábamos en ese espacio pequeño que era su sala y que ella había convertido en el lugar de exposición de sus cuadros, y de pronto, en ese espacio pequeño, el infinito hacía irrupción y la banalidad de un día cualquiera adquiría otras dimensiones.
O cuando nos sumergíamos en la música de Nick Cave, mundo poderoso que nos tomaba como un torbellino para dejarnos alterados y turbados; mundo donde lo sublime encuentra el horror, la gracia casi mística, lo abyecto del humano.
Hace poco descubrí a Christian Bobin, inmenso poeta francés que no conocía, para quien los muertos y los vivos están juntos siempre; no solo porque la vida contiene a la muerte, sino porque los muertos no están muertos en su capacidad de revelarse, de incitar a abrir otros caminos, otros encuentros… En esa línea, la filósofa Vinciane Despret dice que hay muertos que insisten, que activan a los vivos. A mí me gusta ese concepto, me gusta pensar que los que se han ido tienen todavía la capacidad de motivarnos, como ahora, esta noche, con estos libros, Rubén.
“Nuestra amistad había crecido y nuestras afinidades también, así como nuestra fascinación por las ciudades. La ciudad como el espacio donde todo es posible, el espacio del deslumbramiento, del infinito. Estaba La Paz, claro, esta ciudad extraña, con su geografía escarpada, con sus rincones misteriosos de los que tan bien habla Saenz. Pero sobre todo París, la ciudad por excelencia, la ciudad mundo, con Baudelaire, Rimbaud, Breton… por donde transitamos innumerables veces, en el imaginario y en la realidad”.
Fotografía libros: Silvana Baltz / Fotografía presentación: Marcela Araúz
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