A propósito del Día de Libro que se recordará este martes 23, recuperamos algunas citas y conceptos sobre la cadena libro-lectura-lector, de la pluma de varios reconocidos escritores en lengua hispana.
El 23 de abril se recuerda el Día Internacional del Libro. Hace 29 años a los señores de la Unesco se les ocurrió institucionalizar esta fecha por una feliz triple coincidencia que, al final, resulta que ni es feliz ni es coincidencia.
En 1616, “ese día”, fallecieron (por eso no es feliz, claramente) Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega; ese es el argumento, pero… a fin de cuentas, resulta que no. El autor del Quijote murió a últimas horas del 22 y lo enterraron el 23, y el genio creador de Hamlet sí murió el 23 de abril, pero del calendario juliano, que correspondió al 3 de mayo de ese 1616 en el gregoriano; es decir, 10 días después que su par español (por eso no es coincidencia).
Muy aparte de este enredo vale, cómo no, celebrar al libro como objeto o sujeto, como vehículo, canal y mensaje; como impulso y cenit de transformación y evolución. Y claro, de paso a la lectura, el verbo: el acto de leer; el vicio, costumbre, necesidad; el don.
Partiremos con Piglia, promediaremos con Piglia y terminaremos con Piglia. “¿Qué es un lector?”, se pregunta el maestro argentino en uno de los capítulos de El último lector. “Primera cuestión –se responde–: la lectura es un arte de la microscopia, de la perspectiva y del espacio (no solo los pintores se ocupan de esas cosas). Segunda cuestión: la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión de la física”.
Esto me recuerda a mi querido amigo Edwin Guzmán que hace ya casi cinco lustros, en su clase de Lenguaje de la Imagen en la UTO orureña, nos dijo a los pocos alumnos madrugadores, que la única manera de escribir bien era, antes, sentarse a leer, leer, leer y leer, y que por eso “para ser buen escritor, hay que tener buenas nalgas”. Y eso me recuerda –también– otra valiosa enseñanza de Jesús Urzagasti: “tienes que trabajar (se refería al oficio de escritor) hasta que te caguen las palomas”.
Sobre la lectura. Rebuscando en los anaqueles de la biblioteca aparecen algunas interesantes reflexiones. Dice Javier Marías en el ensayo “Mi libro favorito” de Literatura y fantasma:
…escribir es, en suma, la forma más perfecta y apasionada de leer, y seguramente por ese motivo los adolescentes, que suelen disponer de tiempo, se toman la molestia de transcribir a veces el poema que tanto les ha gustado: volverlo a escribir es no solo una manera de apropiarse de él, de asumirlo y de suscribirlo, sino también la mejor manera de leerlo, la más cabal, la más alerta, la más segura.
Más de una vez he citado en artículos anteriores este párrafo que el enorme Sergio Pitol escribió en su libro El arte de la fuga:
...uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
Ya promediando, otra vez Piglia:
El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida.
Y para ver cómo vamos por casa, hace algunos años, en un texto publicado en LetraSiete y también en ocasión del Día del Libro, les pedí un par de párrafos sobre este tema a algunos escritores bolivianos. Liliana Colanzi escribió: “entro a los libros como ladrona… buscando qué saquear”. Y Maximiliano Barrientos: “la lectura de ficción es una experiencia tan íntima como el sexo”.
Antes de cerrar lo de leer-lectura y pasar a lo de libro… Hace un tiempo, revisando una vieja entrevista que le hice a Eduardo Galeano, vi que después de varias preguntas, le pedí al uruguayo que escriba breves frases de descripción-concepto sobre algunas palabras que le plantee. Esto escribió Galeano a vuelta de correo electrónico:
Lector: yo fui muy amigo de Julio Cortázar, pero no coincido con él en aquella definición del “lector hembra”, en el sentido de lector pasivo. Primero, porque ahí a Julio se le escapó el machista que todos tenemos adentro, y segundo porque el acto de lectura, cuando es verdadero, es una comunión donde las palabras van y vienen y terminan perteneciendo, también, a quien las recibe.
Libro: cuando el libro vale la pena, está vivo y respira. Uno lo siente respirar cuando lo apoya en la oreja.
Ya que lo mencionamos, Cortázar dijo: “los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Y ya que hablamos del Cronopio, por qué no a su gran amigo el Gabo, quien en una entrevista con Darío Arizmendi sostuvo: “los escritores siempre pensamos que el libro es como nosotros pensamos que debe ser y no como piensan los otros que debe ser”.
Dos más antes de cerrar. El cochabambino Rodrigo Hasbún describe: “libros: artefactos peligrosos, maquinitas misteriosas” y el gran Augusto Monterroso en “El autor ante su obra” de su libro La vaca: “en los últimos años, un libro mío recién publicado que se desliza de mis manos en la alta noche, es lo único que se ha interpuesto entre mi mujer y yo”.
Como prometí, el cierre es de Piglia:
La pregunta ¿qué es un lector? es, en definitiva, “La” pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta –para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales– es un relato: inquietante, singular y siempre distinto.
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