top of page

Ese afanoso impulso de compartir

Compartimos el texto introductorio del libro Biografía colectiva de Oruro, que los hermanos Mauricio y Fabrizio Cazorla prepararon para la colección biográfica de la Fundación Cultural del BCB.




Voy por las calles donde se enrosca

la palabra silencio;

rompiéndose en diminutos fragmentos de carburo

con los que trenzará un collar la luna.

Fragmento de “Oruro”, de Milena Estrada Sainz

 


Lo primero que se viene a la mente al oír o leer el nombre de Adolfo Mier es la céntrica calle de Oruro que lleva su nombre, atraviesa la Plaza 10 de Febrero y llega hasta el Socavón, poco después de pasar por la Comibol. Es decir, con solo un nombre referencial, se puede trazar un pequeño boceto histórico orureño: la glorieta que fue centro de históricas revueltas y lleva como nombre la fecha de la gesta cívica; el Socavón que acoge a la iglesia del mismo nombre y es el punto culmen del emblemático Carnaval de Oruro; y la sede regional de la Corporación Minera de Bolivia, para simbolizar el ineludible carácter minero de este departamento.


Pero Adolfo Mier es más que su nombre, y que la anécdota onomástica que se refleja en una calle. Estudió medicina, aunque esta no fue el centro de su vida profesional, pues muy pronto se interesó en la historia de Oruro y devino en reconocido maestro de historia y filosofía, articulista, y poco a poco se forjó una carrera política en el Concejo Municipal, en el Congreso Nacional y como ministro de Estado.


Así es este trabajo de Fabrizio y Maurice Cazorla Murillo: detallado, exhaustivo y rigurosamente documentado, como amerita una biografía colectiva: un ambicioso intento de plasmar la esencia colectiva a través de un puñado de vidas ejemplares. Como sucede con Adolfo Mier, la mención de la mayoría de los nombres acá seleccionados, tiene esa capacidad de remitir a mucho más que sus vidas y trayectorias: trasciende hasta reflejar un todo, en este caso: una ciudad, un departamento, a partir de la suma de pequeñas pero valiosas gestas particulares.


De José Víctor Zaconeta, en Oruro, sabemos que es el nombre de uno de los más prestigiosos jardines infantiles, pero poco se conoce de la vida y obra del notable poeta que también estudió medicina, pero terminó atendiendo al llamado de su veta literaria y política.


Algo similar sucede con Genoveva Jiménez, en cuyo honor se nombró a un reconocido colegio público del centro de Oruro, que por décadas fue exclusivo para niñas y señoritas. Pocos saben, como ahora podemos conocer al detalle, que fue una de las primeras poetas bolivianas en la medianía del siglo XIX. ¿Y de Carlos Felipe Beltrán? Muy poco o nada se conoce, y es grato enterarse, por ejemplo que fue un precursor de la reivindicación y visualización del aymara y quechua, y que incluso trabajó manuales para alfabetizar a indígenas en sus lenguas maternas.


A Marcos Beltrán Ávila se lo conoce sobre todo en círculos de historiadores orureños, pero no mucho más allá. Fue un pertinaz polemista que no tenía empacho en cuestionar abiertamente –generalmente desde sus columnas periodísticas– verdades sagradas de los libros de historia, pero que él ponía en tela de juicio, con argumentos, desde sus investigaciones y un privilegiado acceso a documentos únicos legados por su tío, Adolfo Mier. Tanto o más que por esta labor, Beltrán Ávila merecería ser leído y estudiado por un singular tomo, diferente a toda su prolífica obra de historicista: La tormenta en el jardín de Epicuro, una colección de ensayos o apuntes filosóficos de corte intimista; una suerte de crónicas subjetivas que, hace mucho, piden reedición y difusión.


Los 27 personajes orureños retratados en estas páginas pueden, de pronto, agruparse en cinco subconjuntos:


a)     Los patricios e intelectuales de inicios o mediados del siglo XIX, como Adolfo Mier, Carlos Felipe Beltrán, Genoveva Jiménez o León M. Loza

b)     Los escritores e historiadores, ya de definida vocación y oficio, en los albores del siglo XX: José Víctor Zaconeta, Marcos Beltrán Ávila, Josermo Murillo Vacareza y otros.

c)      Las pioneras del periodismo y las letras femeninas, no solo de Oruro, sino de Bolivia: Laura de la Rosa Torres y Nelly López Rosse.

d)     Los más emblemáticos personajes de la cultura y el arte de Oruro: Luis Mendizábal Santa Cruz, Raúl Shaw Moreno, Milena Estrada Sainz, Ramiro Condarco Morales, Alberto Medina y Alberto Guerra, entre otros.

e)      Los referentes de la cultura popular y de provincias: Tiburcio Gutiérrez y Gumercindo Licidio, pilares de las hoy emblemáticas bandas de música del Carnaval de Oruro; el cronista Donato Juanez y el fotógrafo Damián Ayma.


Se sintetiza, entonces, la historia y preeminencia cívica de las primeras décadas de la república, cuando tan necesaria era la reafirmación de la identidad y entereza criolla y local; se hace un repaso a los primeros brotes de la literatura de la mano de polígrafos que, necesariamente, compartían aún tiempo y pasión con la historiografía o la docencia o la abogacía para sostener su labor; se refleja la pionera aparición de mujeres orureñas que al carecer de espacios entonces monopolizados por varones, crearon sus propios medios, como la mítica Feminiflor; se hace hincapié en los referentes ineludibles de la poesía, la plástica y la música; y, finalmente, se abre un necesario espacio a quienes recuperaron la esencia de la expresividad artística indígena y campesina desde el arte popular.


En estas páginas, los orureños reconocemos el aroma del carnaval: es imposible no tener en mente la melodía y tararear a la vez la insuperable “Mi mariposa”, de Licidio, acaso la canción per se que define a la morenada del Carnaval de Oruro; y lo propio pasa con “Las palmeras”, cuando leemos el perfil de Raúl Shaw Moreno; es difícil no visualizar o recorrer imaginariamente las calles orureñas al leer nombres que nominan avenidas, instituciones, plazas; y, de pronto, para un grupo más selecto de lectores, repasar la biografía de Luis Mendizábal Santa Cruz, lleva de inmediato a repetir la estrofa inicial del clásico poema “Póker”: “Jugando al póker con la mala vida / me hizo un bluff el destino. / Pero yo, jugador empedernido, / le he copado a la vida su revancha”.


Desde hace ya un par de décadas largas, los hermanos Cazorla Murillo llevan adelante una remarcable labor de recuperación y difusión de la historia, la cultura, los personajes y las expresiones populares orureñas. Siguen la ruta abierta por su abuelo, el escritor e historiador Josermo Murillo Vacareza, y aprovechan al máximo su invaluable biblioteca y archivo documental-hemerográfico, que comparten y difunden para solaz general.


Vale, entonces, para cerrar, este fragmento de un discurso otoñal de Murillo Vacareza que Maurice y Fabrizio reproducen en su perfil en este libro:


…Ese afanoso impulso de compartir cuanto la sabiduría lleva a la mente humana, impulsa sin tregua a estar navegando a lo largo del tiempo…

Comments


Recibe nuestras novedades

¡Gracias por tu mensaje!

  • Facebook
  • Twitter

© 2023 Creado por LaGaceta con Wix.com

bottom of page