Esas oscuras salas de nuestro habitar en el mundo
- martin zelaya
- hace 4 días
- 4 Min. de lectura
Este texto fue leído en la presentación, en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Paz, de La madre de las madres (Pirotecnia, 2025), de Virginia Ayllón.

Como este libro tiene dos libros en uno, este breve texto también se compone de dos lecturas en uno. Empezamos con las ya clásicas y queridas Crónicas de Soledad V.
Soledad es ayudante de un jefe policial. Soledad es acuciosa y perspicaz. Soledad es a veces heroína y otras metepata. Soledad es una valiente mujer que desafía a la ciudad y a su rancia institucionalidad con una osadía y lucidez envidiables.
Soledad tiene carácter, audacia y desparpajo. Hace mucho, no de comedida burócrata, sino de librepensante. Curiosea, actúa, se entromete… y puede errar, pero nunca pecar de timorata o apática.
En sus crónicas hay pasajes memorables, como en “Las equivocaciones”: creyendo ayudar a un presunto inocente, involucrado en un crimen, más bien propicia que el culpable huya y caiga un testigo. También está “Las perras”: en el barrio, se hace justicia por mano propia contra un ladrón. Tras una serie de inexplicables vueltas, resulta muerto por una piedra que poco antes Soledad tenía en la cartera para ahuyentar a los perros que acosan a las perras en celo.
En “Tres son cuatro”: otra vez Soledad, queriendo/sin querer, entre que interviene, atestigua e influye en la investigación y resolución de un delito. En “Un guiño”: testigos y periodistas identifican al paco que casi deja ciego a un universitario al que le lanzó una granada de gas lacrimógeno a la cara.
Ayllón creó una entrañable (anti) heroína que se pasa por mano propia (y propio razonamiento) algunos pocos casos de la siempre injusta justicia. El azar pone a Soledad al frente para resolver, como se debería siempre, con tino y humanidad, algunas de las situaciones diarias sobrepasadas por el machismo, la corrupción, desidia y negligencia institucionalizadas en la Policía y la sociedad.
En “Todo negro”: va a una fiesta de metaleros por encargo de su jefe. Ve de todo, menos la borrachera, a los dealers y las “perversiones” que le ordenan registrar. La Soledad percibe y abstrae su entorno. Piensa, determina y propone… pero, a fin de cuentas, aún no es tiempo de tomar al toro por las astas.
Vicky Ayllón cuenta mucho, muchísimo, en pocos párrafos y páginas. Este libro es un retrato redondo de La Paz de los barrios; del cotidiano del trabajador precario e informal, de impasividad de quienes ostentan el poder, de la corrupción, la ignorancia y las desigualdades estandarizadas; de los prejuicios y el voraz individualismo de la sociedad actual.
Hace un par años, tras leer Común y corriente…, creo que conveníamos todos de que dan muchas ganas de seguir; y pedíamos: “Vicky, por favor, necesitamos más historias de Soledad”. No cabían dudas de que las había.
La Soledad contraataca
En La madre de las madres, tenemos los nueve textos de Las crónicas de Soledad V. más una yapa: “La gringa”, que ya habíamos disfrutado en una edición de Alasitas en 2024. En esta crónica, sobre la disipada vida de una gringa excolega suya, hay un halo de misterio e intriga sobre el pasado de la Sole, y es una bisagra perfecta hacia las confesiones, que vienen después.
El conjunto resulta un todo redondo, pero, la novedad, precisamente, está en “Las confesiones de Soledad V.”, una segunda parte con tres reveladores textos. Arranca con “La madre de las madres”, en el que la protagonista reflexiona:
“También el secreto es un velo, un embozo de nuestras metidas de pata. No hay secretos gratos, los secretos son esas oscuras salas de nuestro habitar en el mundo” (61).
Y empieza a recordar, sorprenderse y de pronto sonrojarse, sola. “¿Dónde pongo ese secreto?”, pregunta la Sole… se pregunta a sí misma, antes de contar la historia de la madre de las madres: una suerte de comunidad marginal, una historia de delincuencia por supervivencia. Una de tantas historias que transcurren cada día ante nuestros ojos sin que apenas nos demos cuenta.
En “La amenaza”, la Sole adelanta:
“…aquí viene la confesión de mi secreto más gordo, más enérgico y más independiente de mí misma. Tiene vida propia el cabrón secreto y puede instalarme una depre de mil demonios, o plantarme una vomitadera que me deja como trapo mojado; ruin es ese secreto. (67-68)
No hay que arruinar con más detalles, basta con adelantar una conclusión de la protagonista: para que sea exitoso un secreto, es decir, para que sea tal, casi siempre viene de la mano con la amenaza y el chantaje.
Se cierra con “Solecita”. Soledad oye la voz interior con la que todos solemos interactuar algunas veces: aquel “yo mismo”, aquel “nosotros mismos” de la infancia que siguen vivos muy adentro y de cuando en cuando reaparecen para revelarnos algo que no habríamos querido saber, recordar o reconocer.
Estas “Confesiones de Soledad V.”, son también crónicas, son también historias de la cotidianidad, son también parte de una novela de vida que, en este caso, se acercan más a lo íntimo y personal, que no tanto en las vivencias de lo colectivo que tan bien se interpreta en el resto del libro.
Cierro con el mismo pedido de la otra vez y ahora sin margen de dudas: Vicky, sabemos que la Soledad tiene aún mucho por decir. Seguiremos esperando.
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