El arte, la muerte, el artista y la vida: una lectura de Viaje Febril al Invierno
- camila urioste
- 15 jun
- 4 Min. de lectura
Camila Urioste resalta una temática en Viaje febril al invierno, novela del autor Guillermo Ruiz Plaza, a través del análisis de un fragmento en particular del libro.

Advertencia: se cuentan detalles de la trama que podría arruinar la lectura de quien no haya leído el libro.
Es un lugar común (entiéndase un lugar que tenemos en común, un espacio compartido de experiencia, entendimiento o intuición) decir que prácticamente todos los artistas, ya sea su medio la escritura, las artes visuales u otra disciplina, están en encrucijada entre hacer arte por amor, pero necesitar venderlo para vivir. “Arte” es una palabra cargada de connotaciones morales. Decimos cosas como “un verdadero artista”. Decimos cosas como “el arte de verdad”. Contraponemos “el arte” a cosas prácticas y necesarias, como alimento, protección, salud.
La novela Viaje febril al invierno, de Guillermo Ruiz Plaza, publicada el 2024 por Editorial 3600, es una novela entre road-trip y picaresca, que trata sobre temáticas como la migración y la muerte. A mí me interesa hablar aquí de su tratamiento del arte y del artista. El relato empieza con Juan Finot, pintor cochabambino, tirado en una zanja luego de un ataque del que solo sabremos más detalles al final de la novela. Mientras agoniza lo visita la muerte y comienza el relato del libro: el artista (así lo llaman varios de los personajes a manera de apodo) primero recuerda solo y luego le cuenta a la muerte cómo ha llegado hasta esta zanja al borde de la carretera. Este es otro lugar familiar que la novela trata con cuidado: la relación lúdica y a veces romántica entre artista y muerte. En este caso, por momentos el artista y la muerte juegan cacho. Por momentos la muerte esconde su rostro, por momentos toma la forma de una niña a la que Juan ha pintado hace tiempo. La muerte lo escucha y se burla de él. Parece sentir por él una atracción especial.
¿Cuál es la relación entre el artista y la muerte? En El Lado oscuro del corazón el poeta se pelea con la muerte y le llama “berreta”. Ella lo llama “inmaduro”. En El Lado oscuro del corazón Dos, la poeta tiene un gitano que le canta todas las noches, y esa es también la muerte. Ambas películas, y la novela de Ruiz, parecen poner el dedo sobre otro lugar común: el que indica que el arte y la muerte están relacionados, o que al menos los artistas son los favoritos o los más odiados de la muerte, o que los artistas se enamoran a veces de la muerte y a veces es la muerte la que se enamora.
Volviendo al relato, nos enteramos de que Juan ha vivido una temporada en París tratando de vivir de la pintura, luego regresó a Bolivia para cobrar una herencia, y entonces una propuesta demasiado buena para ser verdad lo ha llevado a viajar de nuevo a Europa, esta vez a Barcelona. La novela intercala pasado y presente: En el “presente”, en Barcelona, el pintor conoce a su vecina, una hermosa mujer llamada Naira. Tras la muerte del esposo de Naira y junto a otros dos personajes (Madú, migrante africana, y Shahid Bagdi, reencarnación de Rimbaud), Juan inicia un viaje en busca de un manuscrito perdido de Rimbaud. En el relato del pasado, el pintor recuerda la temporada vivida años atrás en París, cuando tuvo una relación amorosa con dos mujeres, la boliviana Abril y la francesa Salomé, y el novio ucraniano de la boliviana casi lo asesina.
Quiero enfocarme en el relato del pasado en París, porque es aquí donde la novela hace un comentario sobre el arte que me llama la atención. La historia es así: Finot hace vida de bohemio en París, y en esas conoce a Salomé, una (por supuesto) bella parisina profesora de literatura. Una noche, ambos conocen a Abril, una paceña (también hermosa), y a su novio, Goran, ucraniano grande y medio mafioso, amante de Tolstoi. La cosa es que, una noche, Abril se va a la casa de Juan y Salomé y se acuestan los tres. A partir de ahí comienza un juego de esconderle la relación a Goran, temer que el ucraniano pueda hacerle daño a Abril, enterarnos de que Goran tiene una Glock e imaginarnos lo peor. Me interesa que aquella primera noche, cuando Salomé y Abril empiezan a besarse por primera vez y el pintor las mira embobado, su primer gesto no es meterse entre ellas sino sacar el cuaderno y dibujarlas.
Durante la relación, cuando Abril, Salomé y Juan se encuentran a escondidas y le mienten a Goran, cuando él nota que algo no está bien y Abril desaparece varios días, es por ella por quien tememos. Goran se establece como un personaje violento y peligroso porque es un hombre común y corriente que además posee una pistola. Pero es por ella por quien tememos, no por Juan.
Pasa el tiempo y, aprovechando un viaje de Goran, las muchachas posan en el cuarto de Juan y él las pinta desnudas, haciendo el amor. Ese cuadro se convierte en la prueba más concreta de la infidelidad de Abril y de la culpa de Juan frente a Goran, que le dice l’artiste y se ha hecho su amigo. Una noche, luego de que Abril parece haber dejado a Goran, este se emborracha y termina en el cuarto de Juan y descubre la pintura. No hay cómo disimular, no hay manera de explicar lo que Goran ve con sus propios ojos. Todo está claro. Goran saca la pistola y lo que hace Juan es sacar de nuevo el cuaderno y dibujar al hombre destrozado. El hombre destrozado, a su vez saca la Glock y le apunta a la cabeza, pero el pintor sigue dibujando. En lugar de matarlo, Goran pide a Juan que lo pinte. Como una especie de Sherezade de las artes visuales, Juan pinta y pinta. No hablan. Cuando el cuadro está terminado, el ucraniano amante de Tolstoi se lleva la pintura de las amantes y le deja el cuadro del hombre triste. Y Juan dice al final: “porque pinté, porque pinté estoy vivo”.
Y es en esa escena donde la novela dice con máxima elocuencia algo que puede parecer sencillo pero es difícil de articular. Algo sobre la relación entre la muerte y el arte, la utilidad del arte y la relación entre el arte, el artista y la vida.
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