No se puede leer Mugre rosa, la última novela de Fernanda Trías, sin un vínculo con La azotea, su primera novela de hace 20 años. Con énfasis en la más reciente, en estos párrafos se intenta vislumbrar las claves comunes entre ambas y el embeleso de la prosa de la uruguaya.
¿Dentro de la nada que hay? Nada. ¿Y dentro de esa nada? El infinito
Fernanda Trías, Mugre rosa.
Catástrofe ambiental. El mar está muerto y tormentas rosas acechan la ciudad costera. La sociedad ya se acostumbró a cuarentenas, restricciones, escasez, pánico, abusos de poder… Qué irreal se lee este panorama. Qué familiar suena.
Ella sobrevive recordando y manteniendo una cada vez más débil esperanza en un futuro. No en “el futuro”, apenas en “un futuro” que se antoja casi imposible. Un futuro que sea como fue su vida pasada. Con perdón por el entrevero, creo que así se explica Mugre rosa (Mantis, 2022) de Fernanda Trías. Pero mejor aún se explica en una breve frase suya: “el recuerdo también es un residuo reciclable”. (57)
Es una regla, con muy pocas excepciones, eso de que repetir la fórmula adelanta un fracaso. Esta es una gran excepción. Si bien en La azotea (2001), potente primera novela, Trías no recurre a la ficción especulativa, el entorno, el clima son los mismos que ahora, 20 años después, vuelve a explorar en Mugre rosa, que se publicó hace ya casi dos años pero que recobra actualidad por la oportuna edición boliviana de Mantis.
Para no sucumbir mientras su (ex)esposo sobrevive en cuarentena en un hospital panóptico y mientras lidia con las sirenas que cada vez más seguido anuncian la neblina tóxica, ella acepta cuidar por largas temporadas a un niño enfermo, casi incontrolable para no sucumbir ante sí misma.
…me creía capaz de anticipar las cosas que lo pondrían nervioso, que lo harían esconderse dentro de sí como un molusco, resguardado dentro de un cuerpo que era puro instinto. Tal vez por eso Mauro tenía ese efecto tranquilizador en mí. Solo frente a él me sentía en la facultad de no ocultar ninguna parte de mí misma. Mauro era el terreno seguro que me devolvía al letargo. (64)
Ella junta una fortuna de los padres ricos que disimulan así su culpa hasta que vuelvan a llevárselo por unos días. Una fortuna inicialmente anhelada para huir al interior, pero al final tan inservible como todo proyecto en un momento culmen. ¿Cómo huir de su interior, desde su interior?
En La azotea, mientras tanto, en un “mundo normal”, el encierro va por otro lado: la protagonista se niega a abandonar el departamento donde pare y atiende a su hija y a su padre enfermo. Pero la angustia, la fantasía de un escape imposible son las mismas.
Novelas de espera, desesperación y esperanza. Gran parte de las tramas se desarrollan en pequeños departamentos y con las protagonistas junto a un(a) niño(a) que, aunque superficialmente intensifican su asfixia, en el fondo son un bálsamo que las ayuda a resistir. ¿A resistir o a prolongar la agonía?
En ambas hay un peligro latente, inmediato. El miedo se encarna en cada pasaje. En ambas, las mujeres se rehúsan, hasta el final, a romper el vínculo odio-amor: “yo siempre había confundido el miedo con el amor, ese terreno inestable, esa zona de derrumbe”. (95)
Trías hace gala de una especial pericia para transmitir el desasosiego que agobia a sus personajes y que se trasunta en los escenarios: encierro voluntario, en un caso; contexto apocalíptico, en el otro. Pero a la vez, el notable dominio de la narración y su originalidad a la hora de plantear temas y escenas complejas –acaso repelentes en el caso de La azotea–, imprimen en el lector atento una suerte de compulsión que le impiden dejar de pasar las páginas. No es necesario saber qué pasará, pero sí urge seguir disfrutando de cómo la autora lo cuenta: “¿qué es el silencio? La pausa entre un pensamiento y el siguiente”. (240)
Volviendo solo a Mugre rosa, es, además, una novela tiempo: cuando el presente casi no existe por un hecho pasado que condena el futuro: “¿es así como terminan las cosas? ¿Un final es solo la constatación de que algo más ha empezado?”. (234)
Cuán sincrónica es esta novela a la que Trías puso punto final bastante antes del primer contagio en Wuhan.
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