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Cuatro novelas de Kurt Vonnegut

Hace pocos días se recordó el centenario de este autor estadounidense de culto. Un bálsamo necesario al que podemos acudir en cualquier momento. ¡Nunca decepciona!


Leer a Kurt Vonnegut es un punto y aparte. No hay nada igual. Es disparatadamente original. Sin descollar en todo momento, su prosa mantiene un gran nivel asentado en el humor, la desbordada imaginación y el absurdo para plantear una no menos mordaz crítica de la sociedad capitalista, individualista y del falso sueño americano.


El viernes 11 de noviembre me enteré, vía Twitter, que ese día se recordaba su centenario. Escribo 48 horas después, antes de que la crisis de domingo por la tarde cunda, y cuando aún tengo fuerzas para ubicar, recoger y hojear las cuatro novelas suyas que leí (gracias a ello, me acordé que la quinta que yace en mis estantes, Payasadas, aún no la leí).


Hocus Pocus

Eugene Debs asiste, en un futuro cercano[1], a una distopía no tan descabellada: finalmente el imperio sucumbe a sus taras internas y se desmorona. Estados Unidos está a merced de políticos ignorantes, racistas, religiosos… No hay mucha diferencia a lo que sucede, en la vida real, en los últimos años; solo un pequeño detalle: el país está quebrado, el dólar ya no tiene poder y los japoneses, con su enorme desarrollo tecnológico y disciplina inquebrantable, tomaron el relevo y son sus mayores acreedores. Prácticamente se adueñaron del país con sus megaempresas que lucran con absolutamente todo.


Sí, y ahora los japoneses se están retirando. Su Ejército de Ocupación en Trajes de Negocio vuelve a casa. La gran fuga de Athena fue la gota que rebasó el vaso, pienso yo, pero ya estaban abandonando posesiones, sencillamente estaban marchándose y dejándolas ahí, antes de esa onerosa catástrofe.


Por qué alguna vez quisieron poseer un país en un estado tan avanzado de dilapidación física, espiritual e intelectual es un misterio. Tal vez pensarán que sería una buena manera de obtener revancha no por 1 sino por 2 bombas atómicas que habíamos dejado caer sobre ellos.


Así que con eso ya van dos grupos, hasta el momento, que han renunciado a ser propietarios de este país por su propia y libre voluntad, principalmente, pienso, porque resulta que tanta gente infeliz de todas las razas, cada vez más descontrolada y que no posee nada, viene con las propiedades.


Desayuno de campeones

Kilgore Trout (que por cierto es una especie de alter ego que Vonnegut utiliza en varias obras), es un escritor de ciencia ficción casi desconocido. Tiene más de cien novelas disparatadas ambientadas en planetas imaginarios o con objetos pensantes: “un diálogo entre dos pizcas de levadura” que “hablaban sobre los posibles propósitos de la vida mientras comían azúcar y se sofocaban en su propio excremento”; y otra sobre la importancia del clítoris en el acto del amor.


Solo le publican en revistas porno donde sus textos se ilustran con fotos y dibujos obscenos, así que nadie lo conoce, salvo uno que otro obseso pornógrafo. Un día recibe una invitación para asistir al Festival de las Artes y atraviesa el país para llegar al lugar donde, como advierte el narrador, se encontraría finalmente con Dwayne Hoover, un millonario vendedor de autos que está al borde la locura y cree que todos en la tierra, a excepción suya, son robots.


Por cierto, el narrador es Philboyd Stuge, el creador de Hoover y Trout y, sin que se explique cómo ni por qué, vive en el mismo mundo que sus personajes y en cierto momento asiste de cerca al encuentro por él pergeñado.


Casi al final, arrepentido por las disparatadas peripecias que le hace vivir, Studge intercepta a Trout y le dice:


Señor Trout, lo amo –murmuré–. Le destrocé la mente. Quiero repararla. Quiero que usted sienta una plenitud y una armonía interior que nunca le he permitido sentir. Quiero que alce los ojos, que mire lo que tengo en la mano. (…)

Me estoy purificando y renovando para los años venideros, que serán muy diferentes. En un estado espiritual similar, el conde Tolstoi liberó a sus siervos. Thomas Jefferson liberó a sus esclavos. Yo pondré en libertad a todos los personajes literarios que me han servido lealmente (…)

Levántese, señor Trout, usted es libre, libre.


Madre noche

Howard W. Campbell Jr., fue un doble agente durante la II Guerra Mundial, pero como no sobrevivió casi nadie que conociera la trama, quedó como un estadounidense pro nazi. Escribe sus memorias o, más bien una suerte de fe de constancia, desde una prisión israelí en 1961, tras una serie de rocambolescas correrías en Nueva York y en espera de que, finalmente, lo ahorquen.


Campbell amó a una alemana, fue un dramaturgo de éxito en el Berlín pre Hitler, nunca fue militante de causa alguna y estuvo a punto de ser salvado por una conspiración religiosa antijudía.


Mi Helga creía que yo era sincero en mis peroratas sobre las razas humanas y las maquinarias de las historia, y yo se lo agradecía. Al margen de lo que yo fuera en realidad, necesitaba un amor incondicional, y mi Helga fue el ángel que me lo dio.


En abundancia.


Ninguna persona joven de este mundo es tan excelente en todos los aspectos como para no necesitar amor incondicional. ¡Por Dios! Cuando los jóvenes interpretan su papel en tragedias políticas cuyo elenco suma millones de personas, el amor incondicional es el único tesoro auténtico al que pueden aspirar.


Matadero Cinco

Billy Pilgrim fue soldado en la II Guerra Mundial y estuvo prisionero en Dresde cuando los aliados bombardearon la ciudad una vez que Alemania ya estaba derrotada, en uno de los mayores crímenes de guerra de la historia, que jamás fue tomado como tal y del que casi no se habla. (En esto, autor y personaje son el mismo: esto fue lo que le pasó de verdad a Vonnegut, desde entonces, feroz antibelicista).


Billy quiere escribir sobre este suceso, pero no puede hallar tono y valor. Recuerda, apunta, busca antiguos compañeros, viaja a Dresde… hasta que se cruza con los tralfamadorianos, extraños seres que, lejos de solo raptarlo y llevarlo a su mundo (lo que sí hacen, al punto de exponerlo como un animal en una suerte de zoológico surrealista), le propician una serie de viajes en el tiempo, la memoria, las dimensiones y todas las posibilidades de vida y cambios y destinos que ello conlleva.


Lo más importante que he aprendido en Tralfamadore es que cuando una persona muere, solo muere aparentemente. Continúa estando muy viva en el pasado, y por lo tanto es muy estúpido que la gente llore en su funeral. Todos los momentos, el pasado, el presente, el futuro, siempre han existido y siempre existirán.

[1] Valga aclarar que el “futuro cercano” es 2001, pues la novela se escribió a fines de los 80 y se publicó en 1990.



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