Cronista de un peregrino
- luis moya salguero
- 23 jul
- 6 Min. de lectura
Ofrecemos un fragmento del texto leído en la presentación, en Cochabamba, del libro Alberto Villalpando, profeta de sí mismo, de Cergio Prudencio.

Quisiera comenzar citando una reflexión de Cergio Prudencio que aparece en este libro y que, estimo, es una buena síntesis.
Son muchos caminos, y hay que caminar para encontrarnos en las intersecciones, reconocernos y seguir, y volver a encontrarnos, hasta llegar, o haber vuelto, y volver a partir. Así, el maestro es un caminante más, pero es quien se levanta primero y empieza a caminar sin jamás declinar el propósito.
El otro viaje es hacia adentro. ¿Quién sabe dónde estará Villalpando ya después de haberse transitado a sí mismo tantos años por las cornisas de su inmaterialidad...? Consciente es él de lo que busca; sabe que lo esencial lo aguarda en los recodos de su interioridad, como sabe que ese transitar va en solitario. Y en silencio. El mismo silencio donde la música se hospeda a manera de crónica o bitácora. A buen escuchador… La hospitalidad del silencio acoge la verdad, y alcanzarla es virtud ermitaña y peregrina. A eso venimos, y para eso habitamos este espejismo, hasta que logramos entenderlo así, y nos toca dejar de habitar. (174)
El libro es, por supuesto, más que solo una biografía. Más allá de los datos de la historia y de los eventos discurre sobre diversos aspectos de la vida centrándose en la música, la labor pedagógica, su relación con otras disciplinas como el teatro, la literatura, el cine, la gestión cultural, indagando incluso la postura espiritual, teosófica y hasta la postura política del maestro.
El tejido argumentativo, que se fundamenta en la propia versión del maestro, tras varias sesiones de entrevistas (en Cochabamba, entre el 4 y el 14 de septiembre de 2024), enlaza de modo asincrónico las circunstancias externas que acompañan el recorrido del compositor en la producción de sus obras: los eventos de la vida cotidiana, los viajes, los personajes que acompañan su experiencia, su vocación pedagógica. Pero, todo esto es apenas el contexto en el que Prudencio busca en realidad lo íntimo en los recuerdos, quizás de la soledad, del amor y de la muerte; es decir, lo subjetivo o el otro lado del universo como fuente inagotable, por tanto, de la creación musical.
A ratos, no solo son entrevistas; el encuentro se convierte en un intercambio de ideas, en una conversación. Se produce —versiones de por medio— una explicación y un esclarecimiento de situaciones históricas que se entretejen entre los actores de la escena artística musical y que si no fuera por la función verbal y por la memoria histórica no serían conocidas jamás: tal es la relación del maestro con el poeta Jaime Saenz, o el desencuentro con el compositor Ilich Jachaturian, solo para nombrar algunos. Lo que hace Prudencio es escudriñar entre los vínculos del maestro, en los lugares tópicos de su memoria, para responder a las preguntas de “dónde” y “cómo” se desarrolla su pensamiento estético. A partir de esta información casi se puede imaginar un mapa de los lazos y una fenomenología de las relaciones vinculares, por medio de los cuales, en consonancia o disonancia, el maestro construye las influencias y las fuentes desde donde desarrolla este pensamiento.
El libro está lleno de anécdotas, de notas de pie de página esclarecedoras y de referencias contextuales sobre lugares, periodos históricos, notas biográficas relativas a compositores, musicólogos, poetas, escritores, maestros del esoterismo, políticos, personajes nacionales y extranjeros que tuvieron influencia en el maestro; personajes, todos ellos, que acompañan su vida intelectual y artística. Personas y destinos geográficos que ocupan un lugar definitivo en la memoria del maestro: en Potosí, La Paz, Buenos Aires, Moscú, París, Santa Cruz, Cochabamba.
Prudencio valora también la labor pedagógica como una de las más fecundas de entre los seres que habitamos este territorio, no solo en el contenido de la transmisión de conocimientos relativos al lenguaje musical propiamente dicho, sino por la extensión en el tiempo y por la confluencia de un conjunto representativo de discípulos formados en la música, prácticamente a lo largo de más de sesenta años.
El trabajo de Prudencio contiene un catálogo completo de las obras musicales del maestro escritas hasta la fecha; eso quiere decir que incluso ha podido recuperar obras que pudieran no haber estado registradas, por ejemplo, piezas para obras teatrales y piezas electroacústicas. Contiene además un conjunto precioso de fotografías.
Peregrino y profeta
El texto se pone más interesante cuando Prudencio vira en su perspectiva para dejar lo meramente descriptivo, al desprenderse de lo fenoménico, para abordar lo sutil e inmaterial, el mundo de las ideas y de los símbolos, del misticismo y la teosofía, donde, de cualquier modo, el objeto central, el núcleo, es la música misma. Y es que Villalpando parece haberse vuelto para algunos de nosotros, un símbolo, un oráculo: todo lo que dice, lo que escribe, nos produce sentido, nos ilumina o nos plantea enigmas que nos pone a pensar, a trabajar, nos confronta con lo místico y trascendental de la música y de la vida. La prueba es nuestra presencia aquí y ahora. Escribe Prudencio:
[…] la música de Villalpando se erige simplemente desafiante y misteriosa. Desafiante, por lo auditivamente nuevo; misteriosa, por las evocaciones subjetivas a una lejanía incógnita. Y por desafiante y misteriosa esta música remueve el conformismo de la sociedad ante sí misma, y —a su vez— la del individuo ante sí mismo, como dos horizontes de vida en los que lo trascendental sería el fin. (173)
A propósito de lo místico, hay un evento biográfico que me gusta citar mucho porque contiene la localización histórica precisa de una manifestación espontánea en la niñez del maestro, una exaltación emocional seguida de un encuentro y un estado de plenitud, momento desde el cual, ante el armado de un pesebre navideño, Villalpando le promete al niño Jesús que le haría música por siempre. Se trata de “la escena del nacimiento”[1] y tendría entonces el maestro cuatro años; se acercó al piano y pulsó algunas notas:
Después de tocar el piano yo sentí que había hecho algo prodigioso. Y lo que toqué a mí me había gustado mucho; eso me colmó interiormente, tenía una sensación de plenitud muy acusada. Mi corazón me latía fuertemente. Cerré el piano, me acerqué nuevamente al nacimiento y le dije al niño que yo le iba hacer siempre música, y me fui. Me quedé con esta plenitud interior, […] interiormente muy colmado. Como suele ser a veces la experiencia mística (comunicación personal, 13 de junio de 2006. Cit. por Moya, 2009).[2]
Este es el momento de la confluencia de todo lo que Villalpando perseguirá a lo largo de toda su vida y del sentido existencial de lo que Prudencio mencionará como profético. ¿A qué se refiere cuando menciona el sentido profético en Villalpando? Prudencio formula la pregunta correcta sobre la misión y la función que la música desempeña en la búsqueda existencial del maestro. La respuesta que obtiene del maestro es:
[…] porque es el lineamiento que ha conducido mi vida interior, mi búsqueda interior, mi búsqueda de dios. Yo he sido desde muy joven un lector y estudioso del esoterismo, porque una serie de eventos y de experiencias interiores, me mostraban una direccionalidad en ese sentido. (23)
Para Villalpando la creación musical misma es un autoengendramiento y el medio de la manifestación de lo divino. Componer música es la búsqueda, la disciplina a la que uno se somete para dejar que se manifieste lo divino. Ese es el camino por el que Villalpando transcurre en su andar sobre el lenguaje musical: el trabajo que imprime sobre el sonido produce a su vez una identidad sonora. Villalpando muestra lo que él es en su producción sonora, es decir, un medio por el que se revela, a través del lenguaje sonoro, el deseo de alcanzar a dios en un estado de plenitud. En otras palabras, solo si la música se revela, se revela también la presencia de lo divino. Ese camino no puede menos que ser único, singular, y, por tanto, no solo original o quizás, más bien por eso, solitario.
[1] Le hemos llamado “la escena del nacimiento” en el libro Invenciones sobre la sonoridad andina. Estudio patrimonial sobre el pensamiento estético musical de Alberto Villalpando. Agalma Ediciones. Universidad Mayor de San Simón. Cochabamba, Bolivia. Pgs. 80 y 81.
[2] Véase una explicación de esta escena, en Moya (2009), Ob. Cit.
Foto: Anghelo Nikholay







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