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Liturgia en Portales

Una crónica del estreno mundial de Flores para Nayjama del compositor Daniel Álvarez Veizaga, que tuvo lugar en el Palacio Portales de Cochabamba el día jueves 23 de octubre a las 19:30, con un concierto para guitarra solista, interpretada por Héctor Osaki. La gira de presentación de las obras y de libro de partituras y poemas, visitó también Santa Cruz y este jueves 6 de noviembre culmina en La Paz con la lectura de varios(as) poetas invitado(as).


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Es imposible saber si algún día seremos capaces de transmitir cabalmente una emoción, una sensación o una experiencia sensorial auditiva o visual: todas las artes lo intentan con mayor o menor éxito y capacidad de comunicación, y en el mejor de los casos, de comunión. El arte,  a su vez, genera eventos, encuentros de la humanidad con la materia, de lo inasible y lo concreto, de algo que sucede en el tiempo ante una audiencia.  Y por su parte, una crónica o reseña, desde una mirada personal, intransferible, trata de dar fe de una experiencia que procura dejar huella en los asistentes y en los protagonistas de un evento, en este caso, un concierto. De eso se trata este texto.


La obra de Daniel Álvarez Veizaga, compositor y pianista orureño radicado en Alemania, y actualmente uno de los más referenciados músicos académicos de Bolivia en la escena internacional, ha estado trabajando en los últimos años en un acercamiento o aproximación muy interesante a las tradiciones de las músicas originarias, criollas y populares de Latinoamérica. Flores para Nayjamaes, a la vez, un concierto y un libro (y un futuro disco) con trece piezas escritas para guitarra y que son, de hecho, como el autor subtitula, “ofrendas”, obras con pulsión ritual que, aludiendo a la novela de Fernando Diez de Medina, Nayjama, y en las manos de un gran músico como lo es el eximio guitarrista Héctor Osaki, nos propone una belleza que se agradece y nos acerca a las manifestaciones de divinidad terrena por excelencia:  las flores.

 

El estreno mundial de Flores para Nayjama tuvo lugar en el Palacio Portales de Cochabamba el día jueves 23 de octubre a las 19:30, con un concierto para guitarra solista al que asistieron muchos músicos connotados de la ciudad. En el recital, el espacio del Portales, con toda la carga  histórica y solemnidad que impone la estricta acústica, que enfatiza la cualidad y acepción de “en directo” permitió una experiencia muy palpable, muy cercana al público. Ahora reflexiono y agradezco conscientemente la liturgia que significa el momento dedicado exclusivamente a la escucha. La prohibición (o previsión), por un tema de derechos de imagen del espacio, que impide filmar videos durante el show y la cercanía y atmósfera del lugar hicieron que sea imposible desviar la atención visual y sonora de lo que estábamos presenciando. Y, evidentemente, Osaki logra intensificar estas ofrendas, las eleva más allá del silencio que impone el suntuoso auditorio. Se sintió de manera especial estar sentado muy cerca del compositor quien por primera vez estaba escuchando y viendo ejecutadas sus propias obras en público, en un concierto que se convirtió en una ceremonia. La interpretación de Osaki nos llevó a una constatación de la belleza acústica del instrumento y de las intenciones artísticas autorales.

 

Como poetas participantes en el libro, donde las y los trece poetas de toda Bolivia aluden a las flores que nombran a cada una de las piezas musicales escritas para guitarra, en esta primera presentación participamos tres poetas radicado(as) en Cochabamba: Vilma Tapia, Juan Cristóbal Mac Lean y yo, quienes leímos nuestros poemas antes de la ejecución de las obras correspondientes. El poema entre concreto y coloquial, aliterado y lúdico, de Mac Lean, “La flor”, precedió a “Ipé-amarelo”, una singular obra que nos conecta con las raíces brasileras del choro y de los preludios a la Villalobos, y con una rítmica muy particular que, como en la mayoría de las obras, está sugerida, así como los movimientos y los acentos que, más que escritos o directamente ejecutados, dibujan puntos en el aire que uno tiene que unir a partir de la memoria sonora y que manifiestan la comprensión que el autor tiene acerca de estas músicas en sus orígenes tradicionales y populares provenientes de diferentes lugares de Latinoamérica y del mundo entero, como es el caso de la pieza “Higanbana”, que es un gagaku, un género de música japonesa, que contó con el poema homónimo previo de Vilma Tapia, leído en su habitual sosegado estilo.  Mi poema “Amancay”, cuya pieza musical es una chacarera, siempre refiriéndonos a estos géneros musicales no como cargas selladas sino más bien como como referencias y una posibilidad a partir de la cual el autor y la impecable interpretación de guitarra nos llevan a otros descubrimientos, había sido escrito sin ninguna referencia sonora y tiene más bien que ver con la leyenda extendida en regiones de Argentina y Chile sobre el origen de la flor nombrada amancay. Así, los mitos, la novela Nayjama, las ideas de otros compositores, las imágenes poéticas, la propia geografía a la que remite la flor que nombra cada pieza, van dando cuenta de un universo creativo donde se hilvana la historia antigua con la nueva música, la tradición y el concepto.


El libro, que contiene las 13 piezas musicales escritas para guitarra y 13 poemas “encomendados” a las y los 13 poetas bolivianos participantes, se constituye ya en un objeto de colección y, como apuntó Osaki en el propio concierto, representa un hito para la guitarra boliviana y mundial, una afirmación que nos remite a la posibilidades que Álvarez Veizaga propone desde su tratamiento de las partituras con precisiones y anotaciones muy originales y que explotan las posibilidades sobre todo percusivas de la guitarra y otros recursos, como aquel de los “silbidos” de cuerda o la emulación de una matraca en la morenada “Uva negra”, tocada casi directamente sobre el puente de la guitarra. Las detalladas indicaciones y el glosario que trae el libro explican técnicas (tambora, apagado, yumba, etc.), diagramas y posiciones conforman un sólido texto de literatura musical, un ámbito editorial aún no muy desarrollado en nuestro país y que es un rico terreno a explorar por músicos académicos y populares y que, potencialmente, puede aportar mucho a la formación de los músicos nacionales. 


Otros ritmos bolivianos como el taquirari (“Urucú”), el huayño (“Puya Raimondi”), la cueca (“Retama”) o el bolero de caballería (“La siempreviva”), que homenajea a Alfredo Domínguez; y latinoamericanos, como el son jarocho (“Obelisco”), el porro (“Orquídea”) o el tango (Buganvilla”); sugieren las numerosas posibilidades de recrear o reimaginar la música. El concierto, que evidenció diversidad sonora y consistencia conceptual, fue seguido por media centena de personas, y contó con la presencia del autor, quien reside en Colonia (Alemania).

 

La gira, que también pasó por Santa Cruz, finaliza en La Paz el 6 de noviembre, con la Fundación Patiño como  institución anfitriona.  Obras como las de Daniel Álvarez Veizaga, testimonian la rica variedad y las constantes búsquedas de los músicos bolivianos que están formándose en diferentes espacios; la necesidad, o acaso el recuperado instinto natural de mirar hacia las raíces de nuestras músicas, muchas veces en la historia marginadas o subordinadas por la academia; y también la pertinencia de estos conciertos donde la experiencia sonora es protagonista, nos reencontramos con la magia del ritual, de la liturgia de la música, y con la esencia transparente de la orquesta portátil que es una guitarra, que en su matriz contiene un mundo.

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