top of page

Canción animal

Actualizado: 26 jul

Cecilia Terrazas Ruiz y Vadik Barron entablan un diálogo en torno al nuevo libro de la poeta y académica Mónica Velásquez, Animal Print (Plural, 2025), que se presentó hace poco en La Paz y en Cochabamba.

ree

Vadik Barron / Cecilia Terrazas Ruiz


1

Siguiendo la noble tradición de obsequiar libros, me ha sido concedido el libro de Mónica Velásquez Guzmán, Animal Print (Plural, 2025) que, con su correspondiente fauna (y flora) textual (sin florituras) obliga aquí a trazar unas líneas para especular sobre su discernimiento, mecánica y aproximaciones; que la impresión (print) ya la tenemos, clara, indeleble y celebrada.

 

Tan celebrada como inevitable es la curiosidad que despierta el libro desde el primer verso, reclamando mirada y escucha. Leal a su estilo, la poeta lanza preguntas, señala huellas y compone un bestiario donde el asombro es casi un mandato y el riesgo una manía vital que nos recuerda quiénes y qué somos.

 

2

El perfil más bien académico de la autora, que acaso, desde la percepción de “fuera”, “contamina” a la creación estricta, nos recuerda el hecho de que Velásquez llevaba nueve años sin publicar poesía; léase: poemas. La poética de Velásquez, de histórico grave, informada de lo clásico y de un diálogo filosófico con una tradición que reflexiona exhaustivamente la propia palabra y el lugar de la enunciación, ahora propone sin renunciar a lo dicho antecitos, en grata renovación, giro o adición, un filudo desenfado humoroso y, en varios instantes, humorístico, y una sobrada lucidez que también recurre a lo lúdico. El juego de la razón cede paso al juego de la lengua.

 

Esta renovación, léase re(regreso) -nov(nuevo) -ación(acción/proceso) ofrece no solo un giro de estilo, sino una reconfiguración profunda de la experiencia poética misma. En ella, la animalidad se convierte en personajes, en diálogos, en escenarios y escenas; todo ello en una combinación perfecta de corporalidad e instinto, por supuesto, sin orden establecido. En Animal Print el lenguaje se descompone, la palabra se rearma con ironía y precisión, confirmando la madurez de una autora que muta y deja instalada –nuevamente– una huella poderosa y única en la poesía.

 

3

¿Esta poesía es animalista? No, es animal. Despliega como principal y potente recurso una sensualidad-sexualidad que aúna un discurso naturalista con un tono poético pasivo-agresivo, y que se mueve (para adentro y para afuera) entre el cuerpo animal y el cuerpo del texto impulsada por el mecanismo (esta vez racional, premeditado, diseccionado) de una máquina que es, a la vez, émbolo engrasado y reflexión del lenguaje, expresado claramente en los textos escritos en prosa, que fungen como separadores de sección, como disparadores de imágenes o como pistas de aterrizaje de las ideas que volaban en bandada en los poemas precedentes.

 

El engranaje animal/animalidad es, entonces, la marca del libro; entiéndase animal como un ser que se desdobla en sombra y resplandor en una animalidad constituida como territorio; animal como un instante en la pisada extendida que representa la animalidad; animal como vocablo único y versos como rastro de animalidad. El animal habita el cuerpo; la animalidad habita el texto. Vaca, gusana, pez, larva, gallas de pelea, oseznos, conejos de Cortázar, cada uno siendo refugio y riesgo, huella y mutación, bestias siendo bestias.


4

“Verbear”. Velásquez “verbea”, muta sustantivos en verbos. Y en ese plan, digamos también que “feminiza” nombres que de ordinario no se usan ni en la zoología ni en la vida real. Se atreve con faenas que se conciben, pero raramente se nombran: “ardilleas”, “empielarse” o “desnombrabas”, que superan la picardía del neologismo para abrir posibilidades del lenguaje y de acciones concretas en su tarea de “animalar el lenguaje” (“materiales: la operadora”; pág. 23). En esa transgresión transversal, vocablos como “colmilla”, “animala”, “murciélaga” o “tigra”, desafían a la imaginación (y a la RAE), nombrando lo omitido, en una sutil maniobra política de nomenclatura.

 

Pero este juego no se reduce a una audacia lingüística, o de la lengua tan intrínsecamente animal; se amplía hacia una acción que desafía la censura: feminizar términos no solo introduce nuevos significantes para cuerpos y experiencias, sino que abre espacios subversivos en un idioma normativo y excluyente. Será entonces necesario acomodar la lengua pícaramente y gesticular nuevas formas para nombrar otras presencias que suelen quedar fuera de la zoología –y la antropología– en una suerte de insurrección semántica.

 

5

¿Animal Print es una poesía materialista? No, es material. Las prosas (precisamente llamadas “materiales” y “circuitos”) nos remiten a la soltura ensayística de la autora, que enlaza con oficio frases de una contundencia, valga el término en este contexto, bestial; con una cualidad no “menos” poética que la que fluye en sus versos. La poesía, entonces, es un cuerpo, y el lenguaje es un animal que camina, olisquea, caza su presa y se aparea, tomando los modos y mañas, de natural fascinantes en su hiperrealidad, de caballos, tigres, hormigas o avispas, en una suerte de gabinete de curiosidades. Animal Print nos lanza a la cara la pregunta del poema “uno” (pág. 9): “¿Qué somos (humanos) cuando no estamos (animales)?”

 

Velásquez domestica la palabra –aunque quizá no sea esa su intención– para liberarla de nuevo con renovada fuerza, transformándola en un bestiario verbal complejo, bello y brutal; sustancia misma de la poesía que no alcanza para responder a la pregunta. Mientras “gocemos a todo cuerpo, a todo chancho” (“veinticinco”; pág. 51).

 

6

La seducción se libra en varios frentes, y subyace en varios pasajes del libro como un concepto especialmente lúbrico y lúdico y, por lo mismo, “hipernatural”: el que establece la correlación o triángulo vida-sexo-muerte. Velásquez nos recuerda que la naturaleza no es buena ni mala, sino que es fundamentalmente violenta, autofágica, autoregulada; y que esa constatación produce en los humanos una fascinación digna de grandes momentos poéticos, que ella ejerce, construye y libera en Animal Print. Aquel triángulo, que intercambia líneas de conexión y secuencia, sugiere también a la escritura como un acto vital y, por ende, sexual. La vida se genera en el sexo, desemboca en la muerte y la muerte se escribe en una escritura que es, pues, acto sexual. “Sensual el asunto” (“circuitos: sistema lector”; pág. 61).

 

Es entonces que la escritura puede habitarse simultáneamente entre lo deseante y lo finito; como un cuerpo que se expone, se entrega y también se fragmenta frente a la muerte; una tensión palpable entre eros y tánatos; un cuerpo que late y se detiene. Un animal que se reapropia de la materia y la transforma.

Comentarios


Recibe nuestras novedades

¡Gracias por tu mensaje!

  • Facebook
  • Twitter

© 2023 Creado por LaGaceta con Wix.com

bottom of page