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benjamin chávez

Afilada luz

Este texto fue leído en la presentación del poemario de Edwin Guzmán


Afilada Luz es una antología de poemas. Una antología personal, es decir, elaborada por su propio autor. Fue él quien, con generosidad que agradecemos como lectores, eligió poemas de todos sus libros para armar este volumen.

 

Edwin publicó 3 poemarios. El primero, publicado en Oruro, llamado De/lirios es de 1985. Es un libro pequeño, breve, por eso los poemas que aparecen en esta antología también son pocos.

 

Luego, en 1993, publicó La trama del viento, libro que, además de medular en el conjunto de su obra, considero que es uno de los mejores libros escritos en Oruro en los años 90 y, por ende, también uno de los mejores más allá de esas artificiales fronteras regionales. De él hay en este libro una sustanciosa muestra que actualiza la lectura de esos poemas memorables que, por las consabidas razones del poco alcance de los libros de poesía, más aún en la época anterior al internet, hacía tiempo que ya venían reclamando nuevas lecturas. Esta es la ocasión y nuestra oportunidad de hacerlo.

 

La antología continúa con Juegos fatuos, un libro publicado en el año 2007, aquí en La Paz, en la colección “Papeles de ogaño” de La Mariposa Mundial, en alianza con Plural editores. De él también se nos ofrece una amplia muestra que permite leerlo sin desperdicio y alta fruición. Se trata de un libro que, quiero creer, amplió el merecidísimo universo de lectores de Edwin tras casi 15 años de no haber publicado poesía.

 

Finalmente, Afilada Luz, la excelente antología que hoy nos ocupa, en cuya portada apreciamos un óleo del artista Jaime Calizaya, se cierra con los poemas del cuarto poemario de Edwin y que, hasta el día de hoy permanecía inédito. Me refiero a Aura nómada. Aquí figura fechado en 2020, pero ello se refiere al momento en que Edwin terminó de escribirlo. De hecho, hubo una presentación o lectura pública de los poemas de ese libro en la Casa del Poeta en Miraflores, por esa fecha, antes de la pandemia. Ahora aparece por fin publicado y atinadamente integrado a Afilada Luz. Ese libro, creo yo, está completo, lo cual, obviamente es un regalo para nosotros los lectores.

 

Así, tenemos un volumen con más de 90 poemas que trazan el recorrido poético y existencial que, me atrevo a decir, en el caso de Edwin son prácticamente lo mismo, de modo que leyendo Afilada luz somos partícipes plenos del universo poético urdido por Edwin a lo largo de casi toda su vida.


Desde aquel lejano momento en que practicando redobles y paradiddles de tambor en su casa siendo aún un adolescente, estropeara un libro de Borges de la biblioteca de don Dulcardo, su padre, con las rockeras baquetas que empuñaba, hasta hoy en que nos reunimos a escucharlo leer sus poemas, ha pasado toda una vida, donde la poesía estuvo siempre presente. Tanto que yo diría que la labor intelectual y profesional de Edwin estuvo y está permeada por la mirada poética del mundo, por ese modo de entender la realidad y encarar la existencia que hace que podamos reconocer en él un modo poético de razonar y habitar entre libros, música y conversaciones. O como él mismo, al referirse a la época en que se desempeñó como docente universitario, dice en su poema El maestro: “Proclamar en voz alta libros leídos, voces escuchadas, universos husmeados tiene con frecuencia destinos imprevisibles.”

 

Edwin nació en Oruro y allí nos conocimos y trabamos una amistad que lleva ya más de 30 años. Puesto a recordar, me salen al paso muchas, muchísimas cosas vividas y momentos compartidos, y al leerlo nuevamente en esta antología, más aún.

 

Cierro el libro y veo en la contratapa otro gesto de amistad de Edwin. Dos textos, uno de Rubén Vargas y otro mío y no puedo dejar de recordar aquel sábado en Oruro, hace como 12 o más años, cuando en medio del babélico Festival de Bandas se nos ocurrió fundar una comparsa carnavalera entre los cuatro amigos melómanos presentes. Edwin Guzmán, Rubén Vargas, su hijo Julián y yo. Una comparsa que fue inmediata y festivamente bautizada por Rubén como: “Alegres Tom Waits” (en alusión al músico californiano). Inmediatamente nos pusimos a buscar una banda que sea la que acompañe a la flamante comparsa en un ulterior, improbable pero muy deseable baile y, en medio de ese Valhalla, de ese nirvana musical, junto a la Pagador, la madre de las bandas, la Intercontinental Poopó, la real Imperial y otras señeras majestades, nos decantamos por una modesta bandita (dicho con todo cariño), que en ese preciso instante iniciaba su demostración. Así, los Alegres Tom Waits, nos instalamos en primera fila y disfrutamos de todo el concierto de la banda Expansión picaflor. Bandita que, debo confesar nunca más pude ver ni escuchar en ninguna parte, y eso que no me pierdo ni un solo festival de bandas, ni un convite, ni menos el Carnaval. Estoy por llegar a creer que se trató de una bendecida aparición que descendió del cielo aquella tarde frente al santuario del Socavón, o emergió del mancapacha para fiestear junto al supay y los Alegres Tom Waits.

 

Bueno, no digo más, simplemente invito a todos a sumergirse en la lectura de este libro de uno de los poetas más interesantes y sugestivos de la poesía contemporánea escrita en Bolivia.

 

 

 

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