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Ritual de lo habitual

Actualizado: 5 jun 2022

Acerca de Kirki Qhañi. Petaca de las poéticas andinas (El Cuervo, 2022) el más reciente libro de Elvira Espejo.

Hay otros mundos, pero están en este

Paul Eluard

Hoy, que se habla superficial y alegremente de multiversos, conviene atender (leer, mirar, escuchar) la poesía de Elvira Espejo. Poesía que es música, que es trama textil, que es memoria ancestra, que es liturgia de las cotidianas y pequeñas cosas, que es origen y futuro, que es semilla y predestinación.


La cuidada edición de El Cuervo permite experimentar una poética que excede lo literario, para inscribirse como una suerte de diario u objeto contenedor, de ahí –también– el sentido de “petaca” del subtítulo: equipaje atesorado, una intuición del camino colectivo de las poéticas andinas; algo oculto que late dentro, que se porta como un carnet de signos, como un legado profundo.


Las lenguas aymara y castellana, la simbología textil y el idioma del dibujo (éstos últimos, obras de Salvador Pomar), amplían las dimensiones en las que puede ser recibido y asimilado este poemario, tan extenso como intenso, que aúna a todos los mundos nombrados una musicalidad tácita, una robusta raíz cultural y un sustrato rebelde, resiliente, político.


La música es, de hecho, una presencia transversal en el libro. La música se funda –formalmente–en la repetición de sonidos, de estructuras armónicas, de insistentes y constantes ritmos y melodías y, en la canción, en la repetición de palabras o frases. Así, las resonancias de los poemas de Espejo pueden leerse/escucharse como cantos que, en su ancestralidad, “tenían tanta fuerza que podían responder al universo”. La multiplicación de las palabras es, entonces, música, es énfasis, es canto concatenado, ¿no son acaso el mantra, la oración, el cántico ceremonial, invocaciones-diálogos respecto a la divinidad-ancestralidad?


Kirki Qhañi parece concebida más como una obra multidimensional que como una colección de poemas. Los diversos aspectos creativos que cultiva con impresionante naturalidad y frescura Elvira (la poesía, la música, el arte textil), nos sugieren, además, más allá del famoso multitasking, otra forma de concebir al creador: no la “genia” multifacética que pretende hacerlo todo bien desde su talento innato o su instrucción abarcadora, sino la preservadora y continuadora de un conocimiento, de una cultura, de una manera de vivir la vida y de habitar el mundo en diálogo constante con la naturaleza y la tradición. El arte como la manifestación de lo colectivo a través del trabajo y de la exploración estética individuales.


Al parecer, es posible hablar de universos paralelos sin recurrir a los ardides de una manida ciencia-ficción de multicine. Mientras el sistema-mundo (I. Wallerstein) proclama e impone la proliferación de lo banal y desechable, y pretende el mismo destino para los objetos y para las personas: la obsolescencia programada, la limitación de su sentido y temporalidad al consumo, su muerte prematura e intrascendente, Elvira propone la coexistencia del día a día con la historia y los usos ancestrales: con una crianza no solo utilitaria sino ritual del ganado auquénido, con los cantos como alientos inmanentes, con la circularidad y recurrencia de los tiempos (que pregona la actualidad de viejos tropos), con la cualidad totémica de los animales, las montañas y las plantas, con una condición humana –¿olvidada, silenciada?– que dialoga con el cosmos mientras recorre sendas solitarias, pastorea llamas o hila arcoíris con la rueca.


En Kirki Qhañi, la mitología no es cosa de eras fantásticas. Se la edifica y cría todos los días, como el nido del chiru chiru, “en la parte más alta”, como las casas con “pared de adobes de azúcar”, como el cuerpo de este libro que palpa la etimología de “texto” en “textil”: un entramado de tiempos y espacios, una expresión física de la complementariedad y reciprocidad, un asidero de la memoria singular y cultural ante el olvido alienado y global; la intuición y representación de un organismo en perpetua formación, que late vivísimo y evidencia que la poesía y sus esfuerzos “no son para en vano”.


Ilustraciones: Salvador Poma

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