Una conversación con la poeta y editora española Nuria Ruiz de Viñaspre, quien recientemente visitó Bolivia donde presentó su libro Las abuelas ciegas.
- ¿Tienes una rutina, un método o un proceso de trabajo específico para escribir poesía (o es algo que va surgiendo de una manera espontánea o como consecuencia de las lecturas)?
- Empiezo por el final de tu formulación. Escribir es entregarse a lo interminable. Tal y como mantenía Blanchot, reescribimos lo que leemos, ahí no hay duda alguna. Lo mismo para Heidegger, leer es reescribir. La intertextualidad es una herramienta ideal para hacer un viaje de ida y vuelta y revisitar lugares ya vistos, escuchados o leídos. Inter-relacionar un texto y otro, ya que ello propicia un diálogo interno y resulta muy constructivo. Una revisitación, a veces en forma de citas, a veces en forma de sutiles alusiones.
Y sobre mi proceso creativo, todos mis libros nacen de algo sensorial. Algo que ha captado mi atención, y desde ese asombro, escribo. En ninguno de mis libros he buscado la finalidad de que fuera un “libro”. No busco el poema, y no lo busco porque está en cada escena cotidiana de la que eres testigo. Es el poema el que te encuentra a ti. Puede cruzarse contigo en un vagón de metro, en la oficina, en unas vacaciones, en un paisaje volcánico, en una madre que no recuerda a su hijo… ahí sobreviene el enamoramiento. En Las abuelas ciegas, por ejemplo, ese enamoramiento vino del paisaje volcánico de una isla, de su ruido de viento contra roca, de la soledad del propio paisaje, de la indagación del lenguaje en un lugar que de por sí ya te lleva a la memoria, al lenguaje primigenio, hasta que se incorporó al libro la historia de un hijo que me presentaba a una madre con Alzheimer.
Todo está ahí, solo hay que mirar, es un profundo ejercicio de contemplación. Hay que mantenerse alerta, es todo. Y partir de ese enganche, del “enamoramiento” de una imagen poética, nace la gran metáfora que te dará nuevas vistas a nuevos e intransitados horizontes. Por ejemplo, en Tablas de carnicero estaba escribiendo sobre vacas camino de un matadero, y en mi rutina, de pronto, todos éramos vacas dentro de una sociedad que se me antojaba como otra especie de matadero. También podía ver peces interactuando en la ciudad cuando escribí El pez místico. Libro despertado por una imagen poética de la película Lluvia negra de Shôhei Imamura donde una carpa saltaba del agua llena de vida en un paisaje desolador de muerte y lluvia de ceniza. Lluvia negraera el concepto utilizado por los supervivientes de la catástrofe nuclear para referirse a una de las consecuencias de la guerra, en este caso en forma de precipitación nociva.
Mi honestidad a la hora de ser “tomada” por un poema es tal que una vez inmersa en ese mundo, su mundo, todo a mi alrededor toma la misma forma. Es algo así como una transmutación imaginaria.
Por otro lado, he de mencionar la importancia de la música en mi vida, de jovencita escuchaba incansablemente música clásica y ella me llevó a la poesía. Tanto es así que hay un libro publicado, Tabula rasa, escrito a dos manos con otra amiga poeta Ana Martín Puigpelat, también melómana, donde el planteamiento era escuchar por separado una pieza de música clásica y posteriormente escribir un poema también por separado para después juntarlo en el libro, los amantes de la música disfrutarán sin duda este título. Descubrimos que música y poesía eran el mismo hilo.
- ¿Cómo surgió la temática, el discurso, la motivación de Las abuelas ciegas, libro que presentaste en Bolivia?
- Las abuelas ciegas se impusieron. Escuché su parpadeo y dejé que se expandieran. Se erigieron ante mis ojos en un viaje a Lanzarote. Y después de indagar en la memoria a través del paisaje de la isla, en el lenguaje, tras una experiencia vivida con un vecino de la casa donde yo veraneaba el libro incorporó su historia y acogió amorosamente una enfermedad tan insondable como el Alzheimer.
Conocí a Migue, un vecino que vivía a 500 metros de la casa que yo habitaba. Hablamos largo y tendido. Una mañana me invitó a ver su huerto, y me presentó a su madre. Recuerdo la imagen de una mujer con una sonrisa casi infantil en la boca y sentada en una gran mesa rectangular. Dibujaba la nada con vistas a la nada. Tenía Alzheimer, en ese instante conecté con ella, con la imagen viva de aquella mujer dibujando como una niña que ha descubierto la magia del lápiz. Con ese otro “cuadro en movimiento” escribí una primera línea que mucho más tarde fue el primer verso de Las abuelas ciegas. Como ves la poesía en mí son una sucesión de cuadros en movimiento.
Las abuelas ciegas ha sido la travesía de un viaje; bueno, dos para ser más exacta, uno a Lanzarote y otro al interior de la memoria, y este último me llevó a su vez a otro viaje, a una enfermedad a la que pude poner rostro, el Alzheimer, donde la rotura del lenguaje se agudizaba al son del olvido. Es un libro que se dirige hacia el lenguaje desde el lenguaje mismo. Hace camino hacia el lenguaje. He dejado que aconteciera el lenguaje, me he abandonado a él hasta la ruina. Y desde esa ruina fundar otro mundo. Podríamos llamarlo la poética de la ruina.
Meses después de terminar el libro saltó la noticia del volcán de Canarias y ahí leí en una titular que a las islas sumergidas que vivían bajo el las Canarias se las conoce con el nombre de Las abuelas y que las actuales islas son solo un eslabón en una cadena viva de millones de años que incluyen formaciones erosionadas y volcanes submarinos. Así que el título es un guiño a esa extraña circunstancia que se dio.
En una entrevista me preguntaron si el trasfondo de este libro era la muerte del lenguaje, pero en absoluto, es más bien una boya, una baliza en mitad del océano que nos señala que más abajo está ese otro lenguaje sumergido por recuperar. Es una guía para orientarnos, para reorientarnos. Es un libro luminoso a pesar del adjetivo “ciegas” que apellida el título.
La tensión estaba servida, me gusta que haya tensión en la poesía, creo además que es inherente al lenguaje poético, cohabita en él. Pienso en la lucha que se genera por encontrar en las profundidades la palabra exacta, el idioma exacto para nombrar lo enigmático, lo desconocido… Ahí está la tensión, pero la que va implícita al poema, y en este libro, esa tensión es como si fuera la misma que siente el buzo al descender, presurizado, a las profundidades, como una bomba a punto de estallar. Así el poeta y lector van descendiendo por los riscos del lenguaje.
Hay una deconstrucción del lenguaje que ha sido intencional. Hay una arquitectura deconstructiva. Un leguaje roto, pero desde esa rotura nace otro modo de decir. Esa es la rendija desde el que escribo. Escribir desde esa ruina. Desmontar las estructuras conceptuales, la norma del lenguaje, y buscar la contradicción. Solo hay movimiento cuando hay contradicción. Así veo la escritura, como ese intento de reconstrucción desde el lenguaje bombardeado, extinguido para erigirlo de nuevo desde su deconstrucción.
Tras el vómito inicial, borramos mucho de lo escrito. Y en ese acto de borrar también destruimos. Pero lo que resurge de esas cenizas es algo más auténtico, más fortalecido, como aquellos árboles sólidos que aún se pueden ver en Chernóbil. Anthony Burgess decía: “Lo que he escrito, escrito está. Podemos destruir lo que hemos escrito, pero no podemos borrarlo”. Una vez das por cerrado un escrito, podemos destruir el papel, quemarlo, hacerlo añicos, pero nunca podremos borrarlo. Hay que borrar antes de dejarlo escrito y tomarlo como definitivo, porque de lo contrario jamás podremos borrarlo y mucho menos de la memoria.
En este libro en particular intento hacer el ejercicio de reconstruir la memoria, no dejar que se vaya lo que se escapa, inventarse otro mundo en caso de que falten el mundo detalles y piezas del rompecabezas que es la vida.
- ¿Qué diferencias y similitudes ves entre el ambiente literario, poético y editorial de España y de los países de Latinoamérica que visitaste?
- En general es llamativo ver cómo la literatura en América Latina vive un momento privilegiado. Ser testigo desde España de que países como Colombia o Bolivia –por no hablar de México– congregan cada vez más público y más profundamente interesado e inclinado hacia la palabra es un verdadero regalo. La oralidad es algo muy destacable en esos países, la escucha atenta, la relación con el leguaje desde la niñez, la memoria (he visto –gratamente asombrada– recitar a niños de cinco años largos poemas de memoria en Colombia). El poeta allí es casi equiparable a una estrella de rock. En España no se generan estas dinámicas, no congrega tanta multitud y muchísimo menos la poesía. Si acaso los grandes novelistas, aunque es cierto que ahora estamos viviendo un buen momento en la poesía, se escribe y se lee poesía, pero la reflexión es si en algún momento las ventas superarán en cifras o se equipararán a las novelas.
Uno de los mayores problemas en las literaturas de uno y otro lado del océano son los puentes que hay que construir. Como lectora siempre he tenido la certeza de la dificultad para que la poesía cruce esas orillas. Es un trabajo que no deberíamos abandonar, la construcción de esos puentes. Sabemos que la poesía hispanoamericana está en auge y la mayoría de esas veces no llegan a conocerse aquí porque no se distribuyen en España. A la inversa también ocurre. De ahí mi deseo de que se uniera ambas orillas.
Hoy en día esto está más equilibrado, y se publican muchos textos de países latinoamericanos, pero no debemos soltar esos amarres que hacen que el puente se mantenga sobre las aguas para que circulen las aguas de ambos lados. Fíjate lo sucedido en Feria del libro de Frankfurt, cuyo país invitado era España, llegó a la feria con una congregación de 200 autores y solo cuatro de ellos eran latinoamericanos. Una pena que España no aprovechara esa oportunidad para reconocer la importancia de Latinoamérica en la construcción de su mundo respecto del libro actual. Por tanto, ese puente con América Latina apenas se refleja aún.
- ¿Cómo fue tu experiencia en Bolivia y qué impresiones te llevas?
- Viajar a otro país siempre es enriquecedor, se generan sinergias muy positivas. Gracias al programa de Movilidad de la Acción Cultural Española fue posible responder a la invitación el marzo pasado a la 1ª Feria Internacional del Libro de El Alto. Había mucha expectación en esta primera edición organizada por la Cámara Departamental del Libro de La Paz, y dirigida por David Pérez Hidalgo –siempre tan eficiente y tan amable– ya que la Feria Internacional del libro de La Paz cumple 30 años y realmente había una necesidad de hacer esta feria en El Alto, una ciudad emergente y llena de poetas y escritores alteños.
La poeta y gestora cultural boliviana Valeria Sandi fue la programadora del Encuentro Alto Poesía en el enclave de la feria, y allí incluyó mis participaciones. Presenté junto a Valeria el último libro Las abuelas ciegas, Premio Nacional Nicolás de Hierro, publicado en España y posteriormente en México y fue un precioso feedback el que recibí del público boliviano, joven, muy atento e interesado en la poesía española, y es que la lengua nos une, sin duda alguna. Días antes participe también en un taller con unos poetas jovencísimos. Fue muy grata la experiencia. Sin duda, una experiencia fructífera y hermosa y con una respuesta increíble del público. Además, hay que señalar que esta primera edición ha sido todo un éxito en asistencia y también de participación, me fascinó las múltiples actividades que desde la mañana estaban programada, visitas de colegios, presentaciones, música, conversatorios interesantísimos, danza, en fin, toda una fiesta homenajeando al libro. Creo que cerca de 30.000 personas visitaron la feria situada en la Terminal Metropolitana de El Alto, un espacio amplísimo que dio mucho color a una ciudad también llena de color.
Gracias a esa visita a tierras bolivianas conocí a poetas muy interesantes como la peruana Ruth Puñal, cuya poesía –desconocida para mí hasta ese día– me dejó tocada. Totalmente abrumadora. Un puñal clavado en el corazón y que termina por amplificar los límites de tu mirada. También conocí a la peruana Pilar Vilcapaza, a la boliviana Muriel Buenaventura, que me mostró generosamente el sur de La Paz, Fernando van de Wyngard, Elías Caurey, al ingenioso Eduardo Álvarez encargado además de publicar la antología del Encuentro Alto Poesía con todos los poetas participantes, así como a la grandísima Elvira Espejo, artista y poeta boliviana y directora del MUSEF (Museo Nacional de Etnografía y Folklore en La Paz). Bueno, imposible nombrarlos a todos, pero fíjate, guaraní, quechua, aymara y castellano en un mismo acto, realmente enriquecedor. …
Lo literario se mezcló con lo personal cuando conocí a la poeta y crítica Mónica Velásquez, por la conexión que hubo entre nosotras, para mí toda una eminencia, ya que días antes de mi viaje a Bolivia me empapé de poesía boliviana y sin conocerla aún, di con el libro Poesía en Bolivia (1990-2023), edición y selección suya, y a través de él llegué a algunos otros de su autoría. ¿Quién me iba a decir que en unos días estaría junto a ella charlando de vida y poesía como si nos conociéramos de toda la vida? Un encuentro mágico este. Tres nombres para un lugar y La hija de Medea aún yacen en mi memoria. Recientemente se publicó en esta revista una profundísima reseña de mi libro Las abuelas ciegas, firmada por Mónica, y quedé fascinada por la exactitud y concreción de sus palabras, de su mirada, no es un libro fácil a primera vista, y ella supo llegar al tuétano del libro, a esa constante indagación del lenguaje, se lo agradezco muchísimo. Curioso la última línea de la reseña de Mónica donde dice: ¿acaso las yemas de las manos no advierten que está naciendo una forma justo donde parecía no haber nada más?, curioso porque sin ella saberlo ha escrito la primera línea de mi próximo trabajo. Quiero decir que sin leer mi nuevo trabajo ha resumido en una solo línea la temática del próximo libro. ¿Es o no este hecho de que la nuestra haya sido una conexión fantástica?
Foto: Meritxell Cid
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