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Nadie dijo que fuera fácil

El renombrado poeta uruguayo Jorge Palma, a quien ya entrevistamos y publicamos en esta revista, reseña el libro de poemas La niña que se diluyó en el tiempo (Pasanaku, 2025) de la poeta sucrense Ruth Ana López Calderón.


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Nadie dijo que fuera fácil vivir, tampoco que era esta vida un campo de rosas. En todo caso habría que hablar de vértigo, abismo, desasosiego, al ser conscientes de la transitoriedad, los límites de la piel, las fronteras de la existencia humana.

 

Tal vez por muchas razones: miedo, incertidumbre, duda, o simple y llanamente por terror al aniquilamiento de lo que somos, pasamos por alto olímpicamente las realidades últimas que tarde o temprano, se presentarán a cobrar la factura.

 

Ser consciente de la finitud es duro de aceptar, y más aún cuando comprendemos cabalmente y de forma inexorable que la vida misma es, en esencia, impermanente. Que cuando se dice como una frase: “estamos de paso”, lo estamos. Y cuando uno muere, se muere para siempre.

 

Ya el poeta chileno Pablo Neruda se preguntaba: “¿por cuánto tiempo muere el hombre?, ¿qué quiere decir para siempre?”. Y es eso, justamente lo que late en cada uno de nosotros debajo de la piel de los días. Asumirlo conlleva un doble efecto. Por un lado libera. Por otro produce vértigo ante lo desconocido. Pues más allá del sistema de creencias que sostiene a cada uno, la única certeza comprobada es que vamos a morir.

 

La poesía de Ruth Ana López Calderón está atravesada por esa pulsión, ese contrapunto en permanente tensión entre la brevedad de la vida y un territorio desconocido llamado eternidad. Dicen que todo artista sabe de antemano qué es la muerte. Ya la ha sentido en vida, en carne propia. Algo así como un privilegio luctuoso de tener la posibilidad de morir dos veces.

 

La poesía de López Calderón dice lo que siente y siente lo que ha vivido: torrente, torbellino, fuga, arrebato, el sonido y la furia entre dos silencios, la cercanía del trueno y la anticipación del relámpago como símbolo inequívoco de lo que somos realmente: un relámpago en el cielo.

 

Pero la poesía del libro La niña que se diluyó en el tiempo es mucho más que eso, y abarca otras zonas: la trascendencia, el valor o la inexistencia de la vida misma, la individual, la cotidiana, en un derrotero que lapida las mejores intenciones, sueños y aspiraciones, acaso porque ninguna de estas tres manifestaciones nos pertenece enteramente. En última instancia, con un lenguaje descarnado, riguroso y profundamente filosófico, nos confronta con nuestra propia realidad o acaso, aunque nos cueste admitir, con nuestra propia esencia.

 

Celebro la poesía verdadera, auténtica, rigurosa. Acaso porque es la única que cuenta. Y no es lo que abunda, por cierto.

 

Dos poemas de Ruth Ana López Calderón


El espasmo y la calma,

ir de un lado a otro

con los pies colgando en el vacío.

Las huesudas manos

se aferran a la delgadez del hilo

y la telaraña inevitablemente se rompe.

El cuerpo se precipita.

 

¿Dónde quedó la cabeza?

 

***

 

Un olor terroso, amaderado,

cubría toda la estancia.

El grosor de las paredes de adobe,

el crepitar de los pisos de madera

y los grandes ventanales.

 

La tía canturreando en la cocina.

¡Oh!, qué placentera sensación,

ya se percibía el olor de la comida

desde el patio de baldosas irregulares

donde pensaba y contemplaba:

El árbol de albarillos,

las puertas y más puertas

abiertas y cerradas.

Los dos rectángulos de tierra

donde danzaban las flores.

 

En el fondo un batán de piedra.

La brisa fresca

acariciándole el rostro

y en sus ojos la pena

por tener que regresar,

por no poder quedarse en ese hogar,

un hogar ajeno,

tan lejos del monstruo...

 

Ruth Ana López Calderón (Sucre, Bolivia, 1968). Ha publicado los poemarios Desde las profundidades (Black Diamond Editions, 2013),Sin óbolos para Caronte (El País, 2014) mención de honor de la Sociedad Dante Aligheri e Itinerario de una metamorfosis (MediaIsla, 2016). Ha participado en antologías nacionales e internacionales.

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