Una lectura de la novela que el escritor chuquisaqueño publicó en un tiraje mínimo en el sello artesanal Mendrugo. Una historia de historias que pugna por meterse de lleno entre las mejores obras de ficción escritas en los últimos años en el país.
Ay áaamor aaamor pórque me has dejado ay áaamor aaamor pórque te has marchado ay aaamor aaamor pórque me has desolvidado ay aaamor aaamor pórque te has alejaaadooo… si me quisiste si tú me adoraste… pórque de pronto me abandonastes pórque pórque pórque me dejaaastes pórque pórque pórque me desolvidastes.
Letra: Margolita
Música: Las desolvidadas del amor
Máximo Pacheco ha escrito la parábola de la Bolivia criolla del siglo XXI. La que podía ser la million dollar baby story, se impone más bien como una alegoría cruda y realista de la vida en los márgenes: el campo, la pobreza; la migración, asimilación y exclusión.
La Margolita y la Sirenamelia –entrañables personajes de la narrativa boliviana, desde ya– unen sus destinos de proscritas, estigmatizadas… desabandonadas. De niña mimada y privilegiada a pecadora kencha, la primera; de fenómeno y mal augurio a triste mascota de un circo grotesco, la otra.
Completa el trío de desolvidadas la comadre, la clásica soltera de campo, condenada a la marginación social que, no obstante, le da la autonomía e independencia como a pocas.
Una historia de historias
La “Sirena” nace con serias malformaciones: nunca llega a hablar y de pura chiripa la operan y le separan sus piernas. Sus padres la rechazan y a la madre postiza que la cría un tiempo, la obligan a dejarla en la ciudad para así revertir las malas cosechas por el kencherío. A Margolita la violan y embarazan y nunca terminan de creer su versión. Su padre, que pasa de la adoración total a la furibunda vergüenza, la olvida a manos de su comadre en la ciudad.
En este nuevo contexto urbano, y tras juntarse insólitamente, ¿quién diría que un día no muy lejano las tres conformarían un exitoso grupo musical de cumbia chicha? Pocos. Queda claro ya al inicio, eso sí, el desenlace de desencanto, engaños y más abusos.
El Panduco (después Hillari), el más reconocible personaje masculino –en medio de los bien perfilados don Tiburcio, don Hilario, don Macario, el Gringo, doña Casiana, doña Marta, etc.– es un campesino también huido de su comunidad que devino en pandillero. Se prenda de Margolita y la persigue incansablemente hasta que, tras librarse de dos intentos de linchamiento, termina rocambolescamente como pastor cristiano de tan fulgurante como fugaz éxito, paralelo al de Las desolvidadas del amor.
La plata que antes les caía moneda a moneda, ahora les llegaba frecuentemente. En cada presentación ganaban cinco mil, seis mil bolivianos y poco a poco habían ido adquiriendo fama nacional. Ni qué decir que lo mismo el Panduco se había ido haciendo famoso a nivel nacional. (114)
En las chicherías y en los templos, entonces, se desencadenan dos focos de éxtasis y paroxismo; al son de la música y por el fervor religioso. La muchedumbre es mansa, voluble y fácil presa de supercherías en las que no caería nadie por sí solo.
Ni bien empezó a predicar el pastor Hillari, las viejas cayeron rendidas a su encanto, a la media hora cantaban como locas en unos veinte idiomas desconocidos y confesaban sus pecados a gritos, algunas se daban de latigazos con sus carteras y otras se rompían sus blusas a jirones y cayeron una a una desmayadas cuando las tocó y se revolcaban en el suelo como sacudidas por descargas eléctricas. (125)
…el público parecía encantado, nadie abría la boca, todos en silencio, como hipnotizados, escuchaban la melodía y más o menos por la mitad casi todos derramaban una lágrima y unos minutos después lloraban desconsoladamente mientras la Margolita cantaba con voz triste, tan triste que el tiempo parecía haberse detenido. (128)
Pacheco escribió una historia de historias. Una acuarela de vidas y destinos de campo y ciudad que refleja minuciosamente la tragedia normalizada de las mujeres, de la pobreza y de la peligrosa indefensión a la que expone la ignorancia. Aunque parecen sacadas de apuntes de antropólogos, o incluso de cuadernos de investigación policial –¿o, de pronto, precisamente por eso?– las peripecias de los protagonistas son perfectamente posibles en el universo macro de la obra (y en la terrenal realidad boliviana).
El derrape de Sirenamelia y Margolita, rechazadas, despreciadas, es un reflejo de miles de casos anónimos en aldeas y comunidades olvidadas, pero también en los cada vez más grandes suburbios urbanos inflados por la migración interna. El destino de ambas signa, dramáticamente, el de sus comunidades. Se cumplen las maldiciones, los castigos divinos; la desgracia anunciada. Y es que la novela configura no solo la idiosincrasia, sino también los dogmas y supersticiones del mundo quechua. Hay, entonces, retazos de fantasía en medio de un realismo de por sí fabuloso de los pueblos chicos.
Y resulta que a la pachamama nadie le había estado dando bola por lo que la pachamama estaba empezando a resentirse, porque el hambre de la pachamama es insaciable y si no se le sacia se empieza a poner nerviosa y a hacer maldades y a cobrarse sus víctimas. Así es la pachamama. Hacía ya tiempo que nadie le daba pelota, todos ocupados en sus cosas, todos muy metidos en su propia música. (132)
Cuestión de registros
No se puede intentar una aproximación a Las desolvidadas del amor (Colección Mendrugo, 2023) sin tomar en cuenta también a Los dos entierros de Eleuteria Aymas (Mama Huaco, 2019)[1]. Aunque las tramas de Pacheco muestran un dominio total de las hablas e idiosincrasias campesinas y lumpen, y aunque su lenguaje es verosímil y solvente, no se debe dejar de lado que queda librado –sobre todo en el segundo libro– al triste descuido editorial[2].
Se debe destacar, sobre todo, el paulatino cambio de registros y planos narrativos a medida que avanza la trama y cambian las escenas y escenarios de campo a ciudad; y no solo de los protagonistas, también del narrador, que muta del español cerrado de los quechua hablantes, primero, a la rusticidad de los campesinos y cholos de ciudad, después; y, ocasionalmente, al paternal modo de hablar del citadino que, incluso, sorprende con un usteo a los lectores.
El narrador ubicuo lleva de la mano al lector para que siga la historia. La voz cantora se interrumpe ocasionalmente con diálogos también plasmados bajo su directa disposición, nunca al clásico modo guionizado. Este control narrativo total, no obstante, no les quita autonomía a los personajes. Quizás sea precisamente este rasgo el que cimenta el plus y sello maestro de Pacheco.
La reunión entonces se había ido poniendo cada vez más grave, unos querían agarrar al que había hecho la brujería y quemarlo, otros quieren matarlo a pedradas, otros más tranquilos habían decidido que se trataba de un aborto. Alguien había metido una lana a su matriz y la había ahorcado a la wawa y luego la botó para que se la comieran los perros. (34)
Las desolvidadas… es una crónica de la Bolivia masiva cada vez menos marginal; de la Bolivia que, de ser ninguneada, pasó a ser tolerada, aunque de mala gana. Pero también de una Bolivia que, lentamente, asume la transformación y, en esa ruta, busca hacer del kitsch el secreto del éxito.
Las mejores páginas de esta novela huelen a fideo graneado, orines y pijcho sopado en alcohol; suenan a cumbia laiku laiku y dejan una sensación de que finalmente alguien supo contar a cabalidad lo que nos rodea en el día a día en las calles, mercados y boliches. Los puntos altos dejan pasajes y personajes memorables.
[1] En una primera versión, esta novela se publicó en 2004 como Huesos y cenizas. En Los dos entierros de Eleuteria Aymas, Pacheco cuenta una historia de mentiras, confusiones y delitos en un pueblito de mala muerte. Pero también habla de las injusticias de las mujeres; también la protagonista cría una wawa ajena, también hay exilio y desarraigo; también hay un derroche de lenguaje y registros.
[2] Para redimir un poco los descuidos de edición y corrección, vale la pena una comparación. El editor de Periférica Blvd., emblemática novela de Adolfo Cárdenas, parámetro en el manejo de la oralidad en la narrativa boliviana, cuenta que, tras el intenso trabajo de edición con el autor, volvió a revisar la novela hasta tres veces en sucesivas reediciones, hasta igualar registros, corregir incoherencias y despistes más abundantes cuanto perdonables en textos de tan alta complejidad en su estructura y construcción. Esta riqueza que ahora da lugar a erratas, da, a la vez, ilusión por ver pronto una versión definitiva para redondear una novela notable.
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