El renombrado narrador Juan Pablo Piñeiro, incursiona con paso firme en la poesía con un libro iluminado por sus recursos y oficio, y que se constituye en una de las atracciones de la FIL La Paz 2022.
Hay una profundidad y una certeza tremendas en la escritura de Piñeiro. Para hacernos una idea, Cuando Sara Chura despierte es, como gran parte de la buena prosa, un despliegue de poética que enriquece la relación de sucesos y personajes, y que ilumina y potencia un lenguaje propio, en este caso de vertiginosa construcción, destilado, para situar una muestra, en el tercer momento de esa novela que desafía géneros, El bolero triunfal de Sara. Las imágenes que sugiere y entrelaza, además de la intensidad del ritmo que el autor establece en su narrativa, son inequívocamente poéticas.
En su primera incursión formal en el género, Insectario (El Cuervo, 2022), Piñeiro desdobla el oficio hacia muchas aguas: el haiku, el coloquialismo, la contemplación, la meditación; e intuye la labor de la escritura misma como un insectario:
Para escribir es necesario consumar un insectario,
contemplarlo arder en el altar de aquel paisaje intuido donde todavía no se ha descubierto el fuego.
(“Medidas exactas”, 28-29)
Cada pieza se relaciona de una manera distinta con el concepto, la imagen y el ser-en-sí del insecto: unas veces como alegoría o metáfora de la condición humana; otras como personajes de poemas que funcionan como microficciones (“Rozando el vientre”, “Mosquito y piedra”); como descripciones que exceden –a veces apenas por el vocabulario– a la entomología; o como motor reflexivo o contemplativo, a la manera en que se implica con la naturaleza el haiku japonés o la filosofía zen. Hay algo también del aire de Akirame, primer poemario de Roberto Echazú, vocablo japonés que significa: “aceptación de lo inevitable”.
La profundidad de las reflexiones de Piñeiro, que en sus mejores pasajes generan asombro, es de hecho uno de los fuertes de este poemario:
Nosotros
somos una sucesión infinita,
solo nos pertenece el instante en el que tenemos
la máscara puesta.
(“La pulga no cambia”, 30)
Y en el mismo sentido:
En esta vida, un único segundo
tiene pasado.
(“Maestra fugaz”, 19)
Insectario se divide en cinco partes: “Larvas”, “Pupa”, “Subímago”, “Ímago” e “Invocación”. Las distintas subdivisiones del libro no suponen una mudanza palpable de temática o tono sino, en todo caso, de perspectiva. Sin embargo, pueden anotarse algunos puntos que caracterizan a ciertos momentos del libro. En “Ímago”, por ejemplo, es evidente la voz del insecto en primera persona. Se percibe, asimismo, un sustrato saenciano, evidente en cacofonías y definiciones circulares tan propias del autor de La noche; estilismos, por cierto, que en cualquier otro autor serían suficiente para la desaprobación de la crítica nacional. (Me pregunto al respecto si estos rudimentos que solo se le toleran –y celebran– a Saenz, no producen un ruido algo incómodo cuando provienen de otras plumas):
Cuando masco hojas, mi sombra masca hojas, cuando masco otra cosa, mi sombra no masca, lo que me recuerda el viejo enigma de las miradas infinitas, nada es igual a nada, (…)
escribe en “Zumbido”, ilustrando este recurso, que se torna elevado, embellecedor e inapelable en el cuarto poema del libro:
Un vientre no es distinto a una tumba,
pero una luz siempre será́ igual a otra luz.
(“Flor de curucusí”, 20)
En “Invocación”, que consiste en el único poema “El misterio del ciclo”, aparece una inquietud mística y despunta una noción que también es de las más interesantes de la obra y se podría escribir así: los insectos son testigos del mundo, estuvieron aquí antes del hombre y sus dioses y seguirán aquí cuando la especie humana se haya extinguido.
Este final a su vez, en alusión a su título, completa el ciclo sugerido por el epígrafe de Jaime Sáenz que abre el libro: “El insecto, en cierto modo, es el creador del hombre, / porque le da la piedad y la medida de su grandeza. / Ama al insecto, ten fe en él y no le des muerte nunca. / Es el espejo de tu propio ser. Ámalo en vida e inventa / formas de tumba para él luego de su muerte”.
Mención aparte para las exquisitas ilustraciones de Mario Andrés Piñeiro que redondean la experiencia de la lectura, y sugieren al lector hallarse frente a un insectario virtual y verbal, un libro-objeto, que se cuenta entre las propuestas poéticas más interesantes de los últimos años.
Ilustraciones: Mario Andrés Piñeiro
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