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La multiplicación del agua 

Compartimos el prólogo del libro Nombrar las gotas, de Sarah Gonzales Áñez, que se presenta este 10 de agosto en la FIL La Paz.

 

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Nombrar las gotas (2025), el tercer poemario de Sarah Gonzales Áñez (San Ignacio de Velasco, 1994),  es un libro poético que habla del dolor que como lluvia cae tanto dentro del cuerpo como afuera. Dar cuenta de este dolor es el trabajo de la escritura, en este caso, nombrar como ejercicio de alumbrar,  dar a luz el mundo: “Para nombrar mi dolor / necesito un llanto / y para llorar / las gotas”, nos señala imperativamente la autora, en el poema que abre el texto poético.


Es la voz lírica quien va creando, dibujando a partir del agua a las personas, los objetos, los insectos, el mundo aparece con sutileza y a partir de sus detalles más íntimos escarba en la profundidad de las emociones transformando el dolor en un hallazgo luminoso.


La voz poética, el cuerpo poema que nos interpela en este libro, es un cuerpo que ha tomado diversos elementos para existir, es un cuerpo que con ojos nuevos va recorriendo las esquinas de la ciudad, sintiendo el dolor propio y de la humanidad. En contraste, de este cuerpo “fantasma” que transita las calles, que penetra los sueños, el poemario va urdiendo imágenes de insectos, moscas, avispas, hormigas que remiten a lo pequeño, la vida diminuta, regresándonos nuevamente al barro de la creación.


El agua es un símbolo que se reitera en el libro, el agua como elemento purificador, de limpieza, el agua que va lavando el mundo, es el agua que transita el cuerpo de mujer de estos poemas que buscan en el proceso cíclico de la lluvia encontrarse y desencontrarse. Hay un no lugar, la vida transcurre en el imaginario poético de nuestras cabezas y todo aquello que se limpia vuelve a ensuciarse: “Por qué nos perdemos, / si ambas encontramos en la distancia / el sonido exacto de cuánto falta / para volver a donde ya no existe, / porque el sitio que dejamos / ha desaparecido”.


La poeta nos dice en Nombrar las gotas, que del dolor de su costado nace el hombre y no al revés. “Si mis costillas crujen, / se desintegran / para que surja el hombre”, y subvierte, con estos versos, el orden patriarcal del discurso judeo-cristiano de la creación del mundo.


Nombrar las gotas nos habla desde un cuerpo femenino y  colectivo que también es el cuerpo de otras, que también es el cuerpo de todas, la multiplicación de las gotas. La madre y la abuela aparecen en el poemario como un tejido ancestral, pues pese al dolor, es mirando hacia atrás que avanzamos. Las fuerzas femeninas y el amor se inscriben en nuestros huesos, nuestra existencia.


Leer este libro es leernos a nosotros, a nosotras mismas, en el espejo infinito de la lluvia.

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