Una aproximación al libro objeto Sol de Fiorenza Meruvia, presentado recientemente en la Casa del Poeta de La Paz.
Se suele decir que nacemos al lenguaje y que este nos precede. Que nuestro tránsito por la vida no es sino la construcción del sentido que le daremos al lenguaje que ocupamos mientras estamos vivos. Lo que hagamos con él tiene una doble labor. La de construir nuestro mundo interior y particular, y la posibilidad de establecer puentes de comunicación que sean lo suficientemente significativos como para perdurar en el tiempo.
Así, el lenguaje se transforma. Y no hay manera de que nos alejemos de él porque todo nos lo remite. La música, la filosofía, el amor, los paisajes, el arte: todo se funda en nuestra relación con las palabras, pero, ¿qué pasaría si al lenguaje que conocemos le damos un giro? ¿Si nuestro lenguaje pudiera ensamblarse con el de las demás personas? ¿Si nuestras palabras solo pudieran adquirir sentido y profundidad cuando se unen a las de los otros? Bueno, estas preguntas se resuelven en Sol, el libro objeto de Fiorenza Meruvia que tiene algunas señas particulares que bien vale la pena explorar.
En principio el libro está construido sobre la base de un círculo que permite la lectura en el sentido de las agujas de un reloj y que demuestra el movimiento y la vitalidad de la vida en cada estadio de su existencia.
Así, el libro que es un círculo reproduce la intensidad del sol en su intensidad y en el carácter reflexivo de las palabras que contienen las imágenes. Imagen y palabra es el lenguaje que la artista encuentra para consolidar y compartir su particular visión de mundo. Porque Meruvia entiende que el acto de creación es un acto comunitario y de entrega. Y que al crear estamos respondiendo a la esencia más profunda y verdadera de lo que somos como humanos. Venimos para crear e indicar el camino al alumbrarlo con las palabras y las experiencias que cada uno de nosotros porta.
Por ello, Sol es también una invitación –o casi una invocación–, para que el lector-espectador se adentre en sí y pueda verse a la luz de los ojos del otro. Este acto transpersonal es parte de la impronta de este libro que posee versos con una economía verbal sobrecogedora, porque no pierde ni fuerza ni valor ni contundencia, pero al mismo tiempo, indica un camino sobre lo que se puede hacer con la poesía cuando se la trata con delicadeza. Y es por ello que en cada página el trazo de la palabra está acompañado por el trazo de la imagen.
A veces las imágenes –aunque mejor sería llamarlas dibujos– se complementan a los versos, en otras ocasiones van en dirección contraria y en las más de las oportunidades, lo que se da más bien son ecos derivativos de unos sobre los otros, como si entre palabra y dibujo existiera una comunicación danzarina que abre los sentidos hacia otro espacio y lugar en el lector-espectador. El libro es una invitación para, desde un conocimiento gnóstico y ancestral, que el ser humano pueda entender su origen y por qué las palabras y el lenguaje le son tan importantes.
Pero, además, Meruvia demuestra que poesía e imagen, versos y dibujos, ritmo y quietud, espiritualidad y lo mundano pueden convivir en un mismo tiempo y lugar porque de las polaridades es que estamos hechos y de las contradicciones se alimenta el verdadero conocimiento. Y no es una celebración de la duda como principio metodológico o una afirmación del relativismo como principio rector de la vida; al contrario, la búsqueda que se halla imbricada en cada página de Sol tiene que ver con un propósito: un momento de revelación en el que nos demos cuenta de al menos tres cosas.
La primera de ellas, que estamos conectados entre todos de distintos modos y que estamos para encontrarnos y conjugar el verbo y la imagen; para conocer más sobre nuestro presente y así poder transformarlo.
La segunda tiene que ver con la información celeste que porta el libro, porque es un conocimiento que bebe y se nutre de muchas tradiciones espirituales, religiosas, gnósticas y filosóficas que profundizaron sobre el yo, sobre la vida, sobre lo eterno y la muerte y el amor y sus dilatadas formas, y sobre el motivo de nuestra vida y el sentido que le deseamos dar. Y no se trata de un aterrizaje en una doctrina new age, edulcorada bajo el signo de la Era de Acuario, ni de un manual de autoayuda. Menos de una forma abreviada de una terapia con plantas ancestrales y medicinales. Sol es una puerta. Permite que quien ingrese en él pueda habitar un espacio propio y natural que debe ser nombrado por cada uno según sus propias reglas y en total libertad. Sol es un deseo para que todo ese conocimiento fluya y se encuentre con cada persona según sus propias necesidades. Sol es un acto de entrega porque otorga conocimiento a quien lo visita sin esperar nada a cambio.
Y la tercera cuestión que nos plantea este libro tiene que ver con una muestra de las búsquedas por las que atraviesa el arte en este presente. El arte por el arte parece ya no ser suficiente. Sobre todo, cuando venimos de una pandemia que nos transformó. Ahora el arte es liberador y también revelador. El arte como vanguardia es uno de los idearios que subyace a Sol. Pero no la vanguardia como libertad para la experimentación, formal, sino la vanguardia como acto político. Y como tal, público. Es una obra de arte abierta al público porque fue pensada para explorar emociones que nos atraviesan a todos. No todos saben nombrar o definir en su momento, y por eso Sol da las claves y posibilita el camino.
Abierto el camino, es más fácil transitar por su huella. El libro postula la oportunidad de conocerse mejor para conocer mejor a los demás. Y sobre lo humano, también arroja un franco proceso de desconocimiento que tiene el objetivo de romper con los sentidos comunes y los prejuicios a lo establecido, para, en su lugar fijar nuevas ideas y motivos sobre lo que somos, fuimos y seremos. Pero sin olvidar que, en horas bajas, lo que nos sostiene es el arte; el arte como diálogo con la tradición y con el futuro.
Por eso Sol es una obra vital. No se agota en el sentido del pasado, sino que es una puerta abierta e invita a que cada artista tome un gajo de esos rayos para continuar la obra y prolongarla en el tiempo y por los espacios. Así se define para la artista la vanguardia y así se siente el arte cuando su poder es curativo, liberador y sanador. No es un arte que se mira al ombligo y por ello es liberador. Es sanador porque reconoce la fisura, el daño, la herida y desde ella crea, se cura, se sostiene. Y curativo porque al verlo se respira mejor: se entra en pausa, se baja la intensidad a la vida y se reorganizan las prioridades.
Sol es un libro que bien puede servir para poetas y bien para personas que hacen meditación o para aquellos que hacen curaciones con medicina tradicional. Sol, en ese sentido, se parece a un ritual. Es un acto colectivo en el que cada uno de los involucrados obtendrá de él lo que necesita y sabrá recibir y entender la información en el momento justo. El libro está abierto, porque abierta está la vida.
Ingresar a Sol es un acto de fe que se percibe porque va cambiándote por dentro a medida que pasan los días y la información y las emociones se van acomodando y ajustando. Nadie queda impasible frente a Sol porque, en buena medida, es el mismo sol que nos habita desde siempre. Solo lo estamos reconociendo.
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