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Discreto temblor

Vilma Tapia Anaya presentó en la pasada FIL La Paz su nuevo poemario, Lentitud (Plural, 2022). Aquí una aproximación a la envolvente poética de la autora cochabambina con una entrevista y una reseña del poemario.


¿Cómo y cuándo nace Lentitud?, ¿cómo fue su proceso de escritura?

Publiqué La hierba es un niño en 2015. Los poemas reunidos en Lentitud fueron apareciendo a partir de esa fecha. No trabajo sobre la base de un proyecto, cada poema es una experiencia singular. La unidad que encuentra un libro está dada por la temporalidad de mi estar viviendo en un momento determinado; parece que en cada etapa de la vida el orden y la manera en que se hacen presentes cosas, personas, vivencias, dan un sentido más o menos definido a ese tiempo. En Lentitud también trabajé algunos apuntes guardados en mis cuadernos de viaje, que tuve tiempo de revisar durante las cuarentenas.


¿Cuáles consideras que son los principales temas, conceptos o elementos que convergen en este poemario?

¿Viste que Alba María Paz Soldán subraya en el prólogo el Amor? Eros, dice ella.


Es interesante volver sobre los propios poemas, pues se hacen visibles temas, elementos, que quizá el autor no consideró como tales el momento de escribir. Me acaba de pasar. Pensando en tu pregunta, recién descubro que el concepto cuerpo se repite, con todo lo que este implica, materia, tiempo, vivencia, experiencia, trabajo… Y así distingo ahora el concepto de tiempo como destino, aunque sea una paradoja, pues lo ‘destinado a’ es lo que está sujetado a algo. Lo dado, lo fijado. Creo que yo pensaba en lo que eligiendo se toma, se cultiva, se reencamina. Se des/vía. Como el tallito de una planta que está creciendo mal, quiero decir, feo. Aparece también el concepto de tiempo-camino-a-la-obra, a la Obra, como en los poemas dedicados a Derrida o a Igor Barreto, el magnífico poeta venezolano. Alba María iluminó esta idea en su lectura del poema dedicado a Rilke y también más adelante, al final de su texto. Este tema sí lo pensé. Lo pensé en los poemas dedicados a artistas que fueron, son, fundamentales para mí. Desde el que aparece en la tapa: Giacometti y, después, Blanca Wiethüchter, Rubén Darío, sobre todo con “Los motivos del lobo” que mis hermanas y yo aprendimos de memoria siendo niñas, entre otros poemas que mi papá recitaba, también de memoria. De todos esos poemas, una de mis hermanas recuerda los de Tamayo de memoria. Difícil para mí, difícil que yo lo repita. De memoria. En el libro también dedico poemas a Rodin, Celan, Calveyra… y hay poemas que dialogan con filósofos que leo y releo.


¿Qué papel juega lo espiritual o lo místico en tu obra?

Hablemos de lo espiritual. Creo que la poesía mística solo puede ser recibida, concebida, escrita por místicos, como sucedió en tiempos pasados, como sucede quién sabe en qué monasterios, entre qué silencios... La expresión “concurso [competición] de poesía mística” es un oximorón. Sin embargo, la experiencia espiritual, aun religiosa, y también el destello místico, aislado, accidental, catastrófico, como diría Derrida, es común en los seres humanos, por tanto, aparece en la poesía. Con seguridad todo ser humano tuvo experiencias claras en relación con lo trascendente y con lo sagrado. En mi obra, pensar a Dios ha sido recurrente, desde el primer libro que publiqué, marcado por la Rosa. Y esto porque es de ese modo que se ha dado en mi vida, aun desde antes de que aprendiera a leer y escribir.


Ahora que me conduces a buscar en la memoria, reconstruiré algo que estaba ahí, sin haber sido escrito. Recuerdo un dibujo. Un dibujo que nos mandaron hacer en el prekinder de las monjitas alemanas al que fui en La Paz.


En una hoja dividida en dos verticalmente debíamos dibujar el infierno a la izquierda y el cielo a la derecha. Tener que realizar esa actividad fue para mí una violencia. Llegué a casa cargada de preguntas, de reclamos, casi llorando. Mi mamá me escuchaba siempre como si yo fuese grande y me hablaba de la misma manera. Me tranquilizó. Pero mis argumentos no eran desdeñables: Tuve que dibujar ambas representaciones en una misma plana, lo que era inconcebible para mí, una al lado de la otra, como si hubiese alguna correspondencia entre ellas. Recuerdo menos el dibujo que hice del cielo, solo recuerdo los colores que usé, pero tener que dibujar el infierno, un infierno, unos personajes, para el infierno, me molestó. Me sentí obligada a imaginar algo grotesco, ridículo –y a dibujarlo–. Pienso que es desde entonces que no me gusta ni siquiera pronunciar ciertas palabras.


¿En qué proyectos literarios estás trabajando actualmente?

Los poemas siguen llegando, los anoto. Sé que después uno de esos poemas adquirirá una luz especial y esta dará un sentido de unidad a todos. Quisiera empezar a ordenar y corregir algunos ensayos que tengo en mis archivos, pero creo que es un deseo que no alcanza a ser proyecto.


Tiempo transcurrido

“La escritura poética de Vilma Tapia Anaya se sustenta en la indagación de su mundo interior, en sus caminos hacia la claridad, hacia lo esencial”, sentencia Alba María Paz Soldán en el prólogo que nos guía hacia Lentitud, el más reciente poemario de la autora cochabambina, ya un referente de la poesía nacional. A lo largo de 46 poemas “este libro indaga, ahonda y se sorprende ante el engarzamiento, el encuentro inusitado, entre el yo poético y estos habitantes de su poesía, hasta llegar al gesto de una disolución con y en lo sagrado que pasa por lo cotidiano, donde se hace el camino de la escritura poética” (Paz Soldán).


Una ineludible espiritualidad se enraíza a la profunda tierra –como lo quiere la condición vegetal de muchos de los textos– y, a la vez, atraviesa el aire diáfano de Lentitud. Su filiación reside en el lugar desde donde se enuncia y contempla: el cuerpo, la experiencia, la memoria, la lectura; territorio plural y sensorial que, como apunta el poeta Benjamín Chávez en el texto de contratapa del volumen, también entraña un trabajo minucioso y pausado, que es ya una marca registrada de estilo de la escritora: “Una labor sin apresuramiento que respeta y agradece los dones concedidos. Jardinería apacible al arrullo de tibios soles”. Menos, es más.


La poeta explora pares antitéticos para desovillar una poética que exuda levedad, pero no liviandad. Los poemas tienen, en todo caso, más la cadencia rítmica del columpio que la tensión bipolar de la balanza y estas bifurcaciones pueden darse de un poema a otro o dentro de un mismo poema. Podemos reconocer algunas de estas divergencias cardinales:


peso/gracilidad:


La promesa del glaciar rompiéndose pesa

pesa la pared erosionada por las aguas del río

y hasta el guijarro

pesa


y


Melodiaba en cada pétalo de tu plexo solar


(“Pasos Movimientos”, 35-36);


o

hundido tu liviano peso en la blanca fragmentación

(“Infancia del aquí”, 20);


hogar/extranjería:


Cuenco de lejanía la luna

detrás del agave

el extranjero

(“Nocturno I”, 51)


pensamiento/acción:


Desde el oscuro limo se erigen gestos claros

digamos

pasos

*

¿Imaginaste que el sonido de una caña te alzaría tan lejos?


(“Pasos Movimientos”, 34);


“obstinada actualidad”/tiempo mitológico: sugerida en la serie “Hijos de la Tierra” I al III (40-43); et al, que, puestas a multiplicarse como vientos desatados, proponen al lector un juego de copiosas imágenes.


Lentitud ofrece poemas delicados y dedicados –casi cada uno– a autores y autoras, personas y personajes, con quienes Tapia Anaya dialoga desde su propia lectura que tamiza y proyecta un imaginario resultante, por tanto nuevo.


Una curiosidad retórica: a contracorriente de mucha poesía posmoderna y coloquial en nuestro idioma, el empleo del oxímoron y la paradoja resiste la tentación de la ironía o el fácil ingenio, para provocar perplejidad, pausa y reflexión: “discreto temblor” (“Discreto Temblor”, 32); hay en ellos una invitación a detenerse a escuchar y mirar, como en las varias escenas de exploración, de avistamientos y (re)nacimientos del mundo que pueblan el libro.


Existe también una vocación por contemplar el tiempo transcurrido, que en ocasiones es ciclópeo “desde más atrás del olvido desde hace tiempos / el amor el amor única / trazada senda” (“Desde más atrás del olvido”, 15); y, otras veces, ínfimo: “Una miguita del tiempo precipitándose” (“1993/ejercicio de escritura”, 27). Ese vaivén elástico acaso sugiere, sin caer nunca en la tentación de explicitarlo, el título del libro.


A partir de esa correlación temporal-espacial es que se puede comprender que la naturaleza encarne una cualidad mística: “signo sobre el vientre de la aurora”(“Hijos de la tierra III”, 43); el cuerpo devele su temple divino: “hundió́ la cara en las aguas de su propio río” (“Dánae”, 17); y las escenas de otras latitudes y eras (“Argel, 19 de octubre de 2018 a las 12 y 33 minutos” o “Craiova”, 60) puedan imaginarse como daguerrotipos suspendidos en el tiempo.

Y, por supuesto, de aquellas ilaciones devienen los encuentros y superposiciones entre naturaleza y cuerpo: “sube la marea vegetal hasta mis pulmones” (“De camino a la Rosa”, 30); entre cuerpo y mundo humano: “Toqué la dorada sombra de tu haya / sus raíces / y el follaje entrañable / de tu abecedario” (“Cernăuţi, 19); y entre éste y el reino natural: “las mira plantar rosas altas entre la hierba / sus tallos crecen hasta tocar las lindes de una tierra / resplandeciente dorada /como la paja del techo / debajo del cual se cobija / presto / el hombre” (“Paisaje de oro”, 18); para cerrar el círculo fractal, de correspondencias insinuadas y bordes tan finos como los versos de Lentitud:


Las manzanillas solares el flameante peso del caballo

los ojales de cien camisas

cosas expanden el lugar


(“Moradas”, 24)


Ese lugar expandido es “un mundo inmenso que se abre al misterio, a lo sagrado y a lo desconocido” como intuye Alba María Paz Soldán en el prólogo que puede leerse previamente o después de sumergirse en las aguas cálidas de los versos de Tapia Anaya y completar, una y otra vez, un círculo virtuoso trazado por “movimientos del imaginar”, un jardín donde la música ocurre, “donde resuena / esencial / su lluvia” y el canto reverdece.

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