Con la publicación de Ensayos reunidos (1915-1930), primer volumen de la Obra completa del autor de La Chaskañawi, asistimos al génesis de su pensamiento e influencia en las letras y la cultura bolivianas.
Lector excepcional, Carlos Medinaceli (Sucre, 1898 – La Paz, 1949) rompió el estereotipo de “boliviano encuevado” que estigmatizó, generalmente con razón, a los escritores e intelectuales hasta entrada la mitad del siglo pasado. Si bien no salió del país y no frecuentó otros idiomas, estaba al tanto y al día de todo por su curiosidad y su voracidad lectora. Leía y analizaba a escritores latinoamericanos y europeos, tenía bagaje suficiente para opinar con conocimiento de causa sobre cualquier novedad historiográfica o sociológica (y literaria, claro) nacional y fue un lúcido columnista crítico de la política y coyuntura.
Todas estas facetas –junto y, ante todo, a la de gran pensador y sistematizador de la literatura boliviana– quedan por primera vez a la mano en Carlos Medinaceli. Ensayos escogidos (1915-1930) primero de cuatro volúmenes de la Obra completa que, bajo la edición de Ximena Soruco, publica la Carrera de Literatura de la UMSA.
“Medinaceli es esencial para la crítica literaria boliviana porque se ha inventado lo que llamamos la literatura boliviana”, escribe Luis Cachín Antezana. Y en innumerables tertulias mejora esta certeza: “si Gabriel René Moreno se inventó Bolivia, Carlos Medinaceli se inventó la literatura boliviana”.
Y es que a partir de su lectura y comentario –su obra crítica– se tiene certeza de existencia y, por lo tanto, posibilidad de aproximación y conocimiento de decenas de autores y escritos de aquellos días en los que el periódico, de difícil acceso, era la única herramienta de divulgación-comunicación; tanto así, dicho sea de paso, que este libro que ahora celebramos es producto de los cientos de textos dispersos publicados en diferentes diarios y algunas revistas.
La importancia de Medinaceli es capital para las letras de este país, mucho mayor de la que se le reconoce, siendo que es conocido –y no poco– sobre todo por su única novela, La Chaskañawi. Y siendo que su prolífica producción, pese a su corta vida de 50 años, fue sobre todo ensayística y que en gran medida se publicó después de su muerte. Por eso son más que trascendentes esta publicación y los volúmenes por venir.
Muy en línea con Antezana, Soruco explica en su estudio introductorio: “La reunión y ordenamiento cronológico de sus ensayos en esta edición ilumina el progreso de la elaboración de una literatura nacional para Bolivia, obra sigilosa pero no clandestina de Carlos Medinaceli” (18). Y más adelante sintetiza otra de las verdades evidentes de la incidencia del escritor chuquisaqueño en la Bolivia de su época: “Medinaceli está consciente de que la literatura no es documento de la realidad, copia fiel, fotografía mecánica, sino trabajo artístico. No comprender esta diferencia compromete la calidad literaria…”. (23)
Entre docenas de textos de diversa índole, en este primer volumen –ordenados todos cronológicamente–, podemos destacar “Tradición y renovación”, “Ignacio Prudencio Bustillo y su libro”, “Aguafuertes de Roberto Leitón”, “Hacia la creación de la Biblioteca Boliviana”, “La misión nacionalizadora de los artistas y la incomprensión de la moda” y “Nuestra generación”.
“La reunión y ordenamiento cronológico de sus ensayos en esta edición ilumina el progreso de la elaboración de una literatura nacional para Bolivia, obra sigilosa pero no clandestina de Carlos Medinaceli”
Extractos de tres artículos de Medinaceli
Sobre la universalidad de aptitudes
En nuestra crónica anterior disertamos acerca de que el boliviano, por no conocerse a sí mismo, da en creerse capaz para desempeñar cualquier cargo, estudiar cualquier profesión y así le ofrezcan un curato o una capellanía, los acepte a ojo cerrado sin valorizar, previamente, sus capacidades psíquicas (…).
Atribuimos la causa principal para que los bolivianos nos creamos con aptitudes universales a una falta de espíritu autocrítico, a una ausencia del socrático nosce te ipsum. Bien puede ello ser una de las causas, pero otra también estriba en nuestros pésimos sistemas educacionales. (342)
Hacia la creación de la Biblioteca Boliviana
(Un inteligente acuerdo del supremo gobierno)
Como recordarán nuestros lectores, nos hemos ocupado en estas columnas en repetidas ocasiones acerca del valor que representan nuestros escritores de las épocas pasadas, aquellos que, para llamarlos de alguna manera, dimos en designarlos los clásicos, aunque en realidad no lo sean, ni por la índole de su obra, ni por su orientación estética. (…) En síntesis, veníamos a estatuir lo siguiente: que publicar una Biblioteca Boliviana de estos autores venía a ser fundamentar la nacionalidad, puesto que es por el arte, singularmente, por donde se revela el alma de las naciones… (476)
Nuestra generación
En 1918, unos cuantos mozos desorbitados y tarambanas, –léase idealistas, dada la sensatez burguesa del ambiente– fundamos una sociedad tenebrosa, o sea un cenáculo literario que se llamaba Los Noctámbulos. Nuestro fin era noble y heroico: asesinar a los filisteos. Ejecutarlos sin forma ni figura de juicio, manu militari, a base de chistes y calambures, especialmente a los del vulgo municipal y espeso. Y, después, reírnos olímpicamente del gaznápiro mundo. Teníamos 20 años.
…Decidimos, pues, publicar una revista (…) Entonces, uno de los nuestros, el más noctámbulo de todos los noctámbulos, que no sabíamos cómo, pero que providencialmente cayó en Potosí desde Puno del Perú, Juan Cajal, discurrió el consorcio feliz: ¡Gesta Bárbara! (676-677)
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