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Annie Ernaux en el hondo espejo de la memoria

Foto del escritor: martin zelayamartin zelaya

El Premio Nobel de Literatura, lo político en la decisión de la academia sueca y el guiño a la autoficción. Además, Edmundo Paz Soldán y Guillermo Ruiz comparten sus experiencias en torno a los libros de Annie Ernaux.


No leí nada de Ernaux. Hace varios meses, tal vez más de un año, vi una de sus novelas (no recuerdo cuál) editadas en Tusquets en una librería de viejo. Me interesó pero salí con un paquete de libros en los que no estaba incluida. Recuerdo que por la noche revisé la tauca seguro de que iba a encontrar el libro con el clásico diseño de la editorial española: portada y lomo negros, enorme fotografía o pintura y letras blancas. Me arrepentí y me propuse volver otro día para comprarlo. Por supuesto lo olvidé por completo hasta el jueves pasado a las 7:35 cuando, apenas apagar el despertador, entré a Twitter para conocer la decisión de la Academia sueca.


En las noticias, artículos de opinión y entrevistas en torno a la concesión del Premio Nobel de Literatura 2022 a la francesa Annie Ernaux, predominan dos enfoques: que los suecos parecerían querer consagrar la autoficción, más que cuestionado género o estilo, y que ratifican una tendencia marcada: elegir a occidentales (léase europeos, estadounidenses, pero también escritores en lenguas predominantes, inglés, francés, alemán) por sobre gente del resto del mundo. Y esto por no hablar de que la autora de Los años es recién la decimoséptima mujer laureada contra 102 hombres.

Le pedí a Giovanna Rivero que comparta con La Trini sus impresiones sobre la novelista francesa, pero la pillé en aeropuertos, apunto de culminar su gira sudamericana por el FILBA en Buenos Aires y talleres y presentaciones en Santiago. “Ernaux me gusta, hace de las emociones una justificación existencial”, alcanzó a escribirme.


Pero sí pillé con algo más de tiempo a Edmundo Paz Soldán, casualmente, también en aeropuertos (también estuvo en el festival porteño). “Sí, el Nobel es un premio limitado: se hace el universal, pero privilegia sobre todo a los escritores europeos (18 de los últimos 30 ganadores son europeos; solo un latinoamericano)”, me contestó Edmundo, respecto a las segunda de las tendencias arriba referidas. “Eso no es culpa de Ernaux –continúa– una de las escasas escritoras cuya obra suscitaba consenso”.


- ¿Qué puedes comentar sobre la literatura de Ernaux?

- (EPZ): Pocos pueden igualar su desmesurada ambición de convertir toda la experiencia vivida en literatura. Esa experiencia singular, sin embargo, está siempre dialogando con el momento histórico, de modo que en su obra la literatura aparece como la vida privada y también pública de la nación (Francia). Ernaux es consciente de la falibilidad de la memoria; así, su poética consiste en articular con inusitada lucidez a través de la escritura, entre dudas y omisiones, la subjetividad femenina en pelea constante con la opresión de clase y género.


También logramos contactar con Guillermo Ruiz Plaza. Ya no en aeropuertos, sino en su casa en la patria de la flamante Nobel, donde vive hace ya un par de lustros.


- ¿Qué te dejaron las lecturas de la Ernaux?

- (GRP): Por ahora solo leí dos libros de Annie Ernaux, pero de ambos guardo un recuerdo muy vívido y esa es, quizá, la mejor forma de saber si un autor nos ha marcado o no: La place (El lugar, 1983) y Je ne suis pas sortie de ma nuit (No he salido de mi noche, 1999). Este, muy impactante, es el diario minucioso y agudo de la lenta degradación de su madre, enferma de Alzheimer.


La place, es el que la dio a conocer. Trata de la distancia que poco a poco se fue asentando entre ella y su padre, un tendero muy modesto y limitado, sobre todo en el plano cultural, que es el ámbito gracias al cual ella se elevó socialmente. Esto provocó entre los dos, ya desde los tiempos del colegio, una especie de resquebrajadura, que Ernaux examina con minuciosidad.


- ¿Y en cuanto a su estilo y la “literatura del yo”?

- (GRP): Son libros de no ficción que dejan con ganas de más. Son breves, concisos y, a la vez, densos y profundos. Ernaux no se concede el lujo de una sola metáfora ni un solo ronroneo de complacencia. Su escritura es fáctica y afilada. Es una narradora-cirujana que se estudia a sí misma y atisba a los suyos en el hondo espejo de la memoria.

“Ya no soy quien fui –nos dice– pero pasé por ahí”. Eso es lo que recupera en sus obras. Y además, hay esa exploración de los otros que, en rigor, apenas conoce. La literatura viene a llenar las distancias, impuestas por la realidad, que nos separan hasta de las personas más íntimas. O al menos lo intenta. Eso es terriblemente universal.


Independientemente del Premio Nobel, es una autora que, sin duda alguna, volveré a leer.



Hay un debate vigente en la narrativa actual: la valía y aceptación de la autoficción o literatura del yo. ¿Hasta dónde es válida –se preguntan algunos–, la ficción basada en uno mismo? De entrada, es pedante y poco llamativo leer a alguien que se toma por protagonista y héroe; que piensa que sus vivencias pueden interesar y cautivar.


No obstante, como ante cualquier encasillamiento, prejuicio o subjetividad en lo referido a la literatura, lo que finalmente vale es que un libro sea bueno o malo; que un escritor escriba bien o no. Dependerá del talento y destreza del autor o autora crear personajes y tramas que cautiven o, de pronto, contar sus andanzas de manera excepcional o no. No viene a cuento, entoces, prejuzgar, condenar o, dado el caso, consagrar, solo por o partiendo del estilo, género o categorías que se escojan.


Ojalá la aparente unanimidad en torno a Ernaux permita despejar nubes respecto al tema. En su “Manifiesto insistente por la imaginación”, leído en la FILBA de la semana pasada, Giovanna Rivero dice algo que puede calzar al respecto:


¡Vade retro, Satanás!, exclamaré cuando, con las reglas de la industria académica, quieran amasar mi pensamiento, la imperfección de retórica argumentativa, la mezcla de tradiciones literarias –porque escribir es poner a conversar tiempos históricos analépticos, monstruos que blasfeman con lenguas distintas–. El canon, en cambio, es monotemático, aseñorado, reductivo.

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