Un antídoto contra el olvido
- vadik barron
- 7 may
- 6 Min. de lectura
Potosí Rock Song Book es un compendio de más de 200 páginas en el que el músico Peter López (Peter Sirinu) recupera –comocancionero, partituras y testimonios– 31 canciones de autores del rock potosino de las últimas tres décadas. Este texto fue leído en la presentación del pasado 29 de abril en Cochabamba.

Somos un país con serios problemas de memoria. Cada rescate y puesta en valor, y en escena –en estas épocas, de cortísima duración, atención y trascendencia– es, me parece, un motivo digno de celebración y reconocimiento. Afrontémoslo, nos cuesta mirarnos unos a otros, valorarnos, reconocer el trabajo y la ascendencia de quienes nos precedieron para que tengamos referencia, experiencia y práctica de las expresiones artísticas y culturales que ejercemos actualmente.
En un país con una historia como la del nuestro, y ante una sociedad que permanentemente se da la espalda a sí misma, los esfuerzos, por no decir patriadas, de la memoria colectiva son generalmente travesías solitarias y desvelos individuales, más aún en la música que, aunque nos es medular como eje de la identidad nacional, es al mismo tiempo relegada a un segundo plano en su estudio, conservación, archivo y proyección profesional.
Empecemos por reconocer la escasa cultura de archivo en lo referente a lo musical en Bolivia. No solo hemos tenido una limitada industria discográfica, y actualmente una escena musical enfocada directamente en el plagio y la fiesta privada, sino que la producción cultural en general tiene muy pocos registros, y si estos existen no están al alcance de la mano de la ciudadanía, y aun cuando pueden estar relativamente disponibles, generalmente en estrechos círculos académicos, tampoco parecerían ser de interés para el común de los estudiosos nacionales, tendencia que creo ver cambiar en los últimos años, sobre todo gracias a los catálagos del Musef, el archivo fonográfico de la Fundación Patiño, los festivales del charango y piano, desde el sector público o institucional, y las imperecederas Flaviadas de La Paz, entre algunas otras aventuras privadas.
En ese sentido, hay que decir que el rock ocupa un escalón muy bajo en la consideración general del público acerca de lo que es música boliviana, y hay que añadir un componente generacional. Como cuenta en el prólogo el propio autor del libro, hubo décadas, principalmente los 80, 90, y la primera década de los 2000 donde, de hecho, el rock era parte de la música de los jóvenes y forjaba identidades individuales y colectivas, actitudes críticas y exploraciones artísticas. Al parecer en los últimos años ya no lo es, y las propuestas existentes en el rock boliviano, más allá de su valor estético y musical, se desenvuelven en un plano secundario, por no decir marginal.
El rock, un género anglófilo y “foráneo” por excelencia, por sus orígenes y sus mitos parnasianos de masividad y excesos, fundante de una estética visual que frecuentemente excedía y hasta subordinaba a la propia música, en nuestro país siempre ha tenido un carácter alternativo y en ocasiones reducido a una élite socioeconómica urbana, y pese a que eventualmente en algún momento se ha democratizado y ha llegado a sectores más populares, nunca ha podido competir realmente en el imaginario de la audiencia boliviana con la autofagia del folklore o la tiranía la cumbia.
Con estos antecedentes, el desafío de un músico de rock que quiere proponer sus propias canciones, grabar sus discos y hacer conciertos para el “gran público” es doble. No solo se le opone una tradición que limita la música boliviana a ciertas músicas, sino que también tiene que pelear contra el propio prejuicio interno del género que tendió a componer en inglés, o a reducir su creatividad a ciertos temas o estéticas como, por ejemplo, sucedió con las generaciones de los 80 y 90 que únicamente propusieron la música en sintonía con la que imperaba en las radios, salvo contadas excepciones.
Y la palabra excepción es, probablemente, la más precisa para definir un poco el espíritu de este libro y del gran trabajo de Peter López para hacernos llegar un texto tan minuciosamente elaborado en el que combina tres expresiones o dimensiones desde las cuales podemos acercarnos a la música. Ya hemos dicho que tenemos muy poca tradición de una literatura musical, de una cultura del archivo o de un material didáctico a futuro para que las nuevas generaciones conozcan a los autores y estudien su repertorio y propuesta estética, por lo que podríamos analizar el trabajo de Peter en los tres formatos de texto: el cancionero, la partitura y el testimonio.
El cancionero es quizás la forma más extendida en la que las canciones de música popular y sobre todo rock ha llegado a los jóvenes que quieren tocar en la guitarra sus más preciadas canciones. Esta posibilidad está al alcance de cualquier aficionado entusiasta de la música y en Potosí Rock Song Book, efectivamente, encontramos los acordes y las letras de 31 canciones trabajadas en detalle.
Las partituras permiten, desde la convención del lenguaje musical académico, la posibilidad de interpretar y analizar, las formas de composición de los autores y también para eventualmente realizar futuros arreglos. No nos olvidemos que este no deja de ser un registro histórico, en este caso de la ciudad y del departamento de Potosí en las últimas décadas, de una presencia aislada y poco conocida de cultores y autores del género rock en Bolivia.
Y el tercer plano en que se nos presentan estas canciones es el testimonio. Ya sea a través de citas de otros textos, de entrevistas o de conversaciones de Peter López con los compositores, muchos de ellos realmente desconocidos para el público y la esfera mediática, o incluso algunos que dejaron la música o se alejaron del medio artístico, el testimonio es fundamental para retratar no solamente el tiempo y el espacio en que nacieron ciertas obras artísticas, sino también para conocer las motivaciones, circunstancias, influencias y el universo creativo que configura estas obras musicales.
En un compendio que abarca tres décadas, vamos a hallar mucha obra Hard Rock y Heavy Metal, como las de Hernán Laguna (Viuda Negra, Laguna Mental) o Luis Fernando Valda (Excelsior), o el metal andino de Ayar Jaguar; pero también vamos a encontrarnos con reggae (Samuel Fuertes, La Imilla Reggae) y canciones con interesantes diálogos o fusiones de la música andina con la estética de rock, como Ricardo Campos, líder de Rijchary, el solista Carlos Sivila, Aldrin Sivila (Las Ovejas Negras de Tupiza) o Iván Alfaro (Napoleón se fue a Marte); y –aunque numéricamente mínima– también la presencia femenina, con Adriana Rose. Treinta y una canciones con autores de diferentes generaciones y discursos.
Cabe hacer notar que el songbook no se circunscribe únicamente a la ciudad de Potosí sino que incluye autorías de Tupiza, Villazón, Uyuni y Llallagua, lo que a su vez refiere la ineludible importancia de los centros rurales y mineros en buena parte de nuestra historia.
Uno de los principales desafíos para quien escribe acerca de la música, es hacer que la lectura movilice la escucha, hasta acá abstracta, imaginada. Porque si la gente no tiene a mano un archivo o soporte sonoro y no conoce previamente la música no podrá de ninguna manera llegar a ella. Pero creo que sólo leer estas letras, la curiosidad de cantarlas sobre esos acordes, y conocer las historias de sus protagonistas nos pone ante un pedazo de historia que nos hace preguntarnos algo que nos preguntamos a menudo en Bolivia: ¿Esto existía?
Es justo y necesario reconocer aquí el trabajo exhaustivo y generoso de Peter López, quien no solamente recopila y rescata repertorio en peligro de extinción, sino que le da voz a autores que posiblemente hubiesen quedado traspapelados en la burocracia de la difusa memoria de la música boliviana.
Yo mismo durante años presenté el proyecto Cancioneros bolivianos a diferentes instituciones nacionales, municipales, culturales y educativas, públicas y privadas, para poder llevar adelante un proyecto de estudio, análisis, recopilación y difusión de las diferentes músicas bolivianas. Llevo 10 años intentándolo sin éxito y este libro de Peter López representa una posibilidad concreta de autogestión, de hazlo-tú-mismo (con los riesgos logísticos y económicos que implica) y al mismo tiempo encarna una denuncia a nuestras autoridades culturales, porque esta tarea debería manejarse desde políticas de preservación histórica, proyección y puesta en valor de la música hecha en Bolivia.
Iniciativas como ésta son dignas de reconocerse y de emularse. Alguien escribió que todo libro vence a la muerte. Este libro, que es al mismo tiempo un catálogo, es también una historia de los invisibles y, como el propio Peter escribe, “un antídoto contra el olvido”; el olvido que es lo que nos propone el mundo actual, light y efímero, y que es un vicio de nuestro país.
Finalizo citando el final del prólogo del libro que hoy nos congrega: “Potosí Rock Song Book es un homenaje a todos los grupos, músicos y compositores potosinos que crearon esta manera tan particular de ver el rock, a aquellos que estando lejos o cerca de su tierra, tanto en épocas de éxitos y fracasos, no torcieron el camino, y nos dejaron para nuestra dicha el legado de su música”.
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