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Oración lanzada al aire

El guitarrista y productor sucrense Christian Aillón estrena, virtualmente, su nuevo disco Nube, grabado y producido en Sao Paolo, Brasil; que cuenta con la colaboración de varios artistas bolivianos.


La densidad envolvente del álbum nos recuerda la sintonía y ascendencia de Aillón en la copiosa producción del sello independiente El otro baile, conformada fundamentalmente por la obra de José Carlos Auza y sus alias, y otros proyectos (L’Enfant, Taki Ongoy) de los que Christian fue parte creativa y activa. Pero hay mucho más.

 

Christian Aillón, ahora radicado en Sao Paulo, Brasil, no solo echa mano de las artes oscuras del estudio y de su generoso arsenal rockero, electrónico y moderno, sino que dialoga con –y alude a– la inmanente tradición de la música boliviana, particularmente chuquisaqueña, en cuanto a temática y rítmica. El trabajo se redondea con el aporte lírico de su hermano, Alex Aillón, conocido escritor y periodista, quien “traduce” la intensa musicalidad y emocionalidad de las canciones de Christian en letras que van de la recreación lúdica del imaginario folklórico, expresado en frases como “ch´askita estrella al despertar” de “Cariño” o “Con mi alcohol, wawitay, bailaremos hasta mañana” de “Constelaciones”, hasta reflexiones más bien existenciales: “El tropiezo no es tropiezo si no aprendes al andar” ( “Tropiezo”), con ribetes de alta poesía: “Para recoger la luz envuelta en tu cintura” (“Morenada”). Una decena de canciones que los Aillón completan a cuatro manos en una complicidad de códigos propios. Al fin y al cabo, ¿no es acaso todo arte traducción?

 

Nube sucede a Fotogramas (2018), en la discografía de Aillón. En este lapso la saludable incorporación de recursos sonoros y la consolidación de su oficio como productor son incontrastables. En un medio musical como el nuestro, en el que los artistas se producen sus propios discos, más por presupuesto que por ego, estamos ante un par de generaciones de gente muy capaz en la producción de música con recursos electrónicos. Así como admiramos el virtuosismo de algunos intérpretes, o la vastedad teórica/armónica de algunos compositores, creo que también es justo reconocer lo mucho que logran los nuevos músicos y productores, frecuentemente con escasos recursos, revelando nuevas formas de creatividad.

 

“Nube”, la canción, musicaliza un poema de Juan Huallparrimachi cantado por la madre del artista (Nelly Valverde) en quechua, y ensaya una declaración de principios estéticos y culturales: la música andina, atraviesa –trasparente pero sónica– el disco como el viento de la pampa. Sin embargo, en lo sonoro son otros los elementos que podrían definir el disco. A saber: orquestaciones sintéticas potenciadas por el estéreo; atmósferas enrarecidas por sonidos procesados, samples y superposición de beats; voces fantasmales y –preponderantemente– programaciones que “rompen” y subdividen el tempo constantemente, aspecto que llega al paroxismo en el instrumental “SP”, tema, literalmente, no apto para cardíacos.

 

Los invitados, Mao Khan, Arpad Debreczeni, José Carlos Auza, Luis Aranda, René Hamel, músicos solventes que en las últimas décadas han probado su talento y valía, aportan timbres e interpretaciones que destacan en la experiencia secuencial de la escucha del álbum. En “Bajo la luna” la voz de Ale Lanza brilla, precisamente, como amparada por la luz lunar. El epílogo, con “Bailando” (título tramposo donde los haya), proyecta una grandilocuencia que se basa en la superposición de capas musicales, que a mí me rememora el Vagabundo (1996) de Robi Draco Rosa, y nos evoca esa cualidad, acaso boliviana, del baile melancólico, del baile llorado, del otro baile. Cuando se hace silencio, reconocemos que la experiencia ha sido poderosa.

 

Lo nuevo de Christian Aillón es, de hecho, una nube sonora, densa y vital, inequívocamente boliviana y valientemente global; es también, como la nube virtual que almacena un infinito de data en un chenko invisible, un receptáculo de ideas variadísimas y plurales, con un orden, que lo salva del delirio, claramente marcado por la mano autoral que hace de estos vaivenes canciones con forma y letra; y es nomás una expresión de una cultura híbrida, que podríamos poner a conversar con la hipercultura simultánea y múltiple, que estudia Byung-Chul Han. En Nube, la cuestión de la identidad –musical, individual, sucrense, etc.– se plantea y resuelve en el territorio –virtual o real– de la música, ese lugar donde somos felices.

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