Damián Guerra, compositor, cantante y guitarrista de la banda Lengua Negra, reseña el nuevo EP, Espacio temporal, del trío paceño HombreUmbral, que se estrenó ayer en plataformas de distribución digital de música.
El universo de la música psicodélica está compuesto en gran parte por inmensos laberintos que se enredan en la improvisación. Es tal vez uno de los aspectos mas interesantes que este amplio y expansivo genero tiene para ofrecer, y esta vez, HombreUmbral explora esos laberintos arcanos empuñando antorchas de fuego fatuo y descubriendo leyendas indescifrables en sus musgosas paredes.
El EP Espacio temporal es un trance colectivo que converge en la química de los tres intérpretes, y a raíz de ese caldo, nace un cuarto miembro, compuesto por la esencia sonora que estimula a la imaginación del que se expone a los sonidos desaforados de una manera a ratos esquizofrénica y a ratos completamente etérea y meditativa.
Iniciando el experimento con la lava burbujeante de “Thunupa”, la estructura sónica va tomando forma con un pulso constante que se colorea y retiñe en ondas hasta que el volcán se muestra a si mismo como una imponente deidad y se alza con un manto de fuego y estrellas encandilando la vista y estallando en el cielo antes negro y placido para convertirlo en un océano palpitante que aplasta el aire con sus densas olas y se desintegra en riscos fríos.
De ahí hay un cambio de paradigma, aunque no necesariamente abrupto, si no como la continuación de un sendero que cambia de rumbo pero mantiene la coherencia del panorama a lo lejos, “Tempus Fugit” se muestra más melancólico y con una melodía benigna pero firme, que va intensificándose conforme avanza pero sin perder su razón de ser, con pasos oscilantes se genera la hipnosis con el bramido del bajo, que esta presente y ausente al mismo tiempo, se abre camino y luego se esconde, como unos ojos observando a través de una maleza densa y que al final quedan impregnados en el aire espeso que da paso a “Requiem”.
Esta última experiencia esta dominada por la guitarra y sus silencios se hacen notar como una oscuridad abrupta, es un viaje ófrico y que antecede una despedida solemne, con una emotividad montañosa, una subida a la sima del mundo, que no alcanzamos a ver, pero estamos perfectamente conscientes de su inmensidad, y de repente, la vorágine se hace presente como una enredadera que nos transforma en una efigie tallada con una mueca de asombro y resignación al mismo tiempo. El caos y la disonancia se hacen carne, y se desintegran lentamente con el ultimo aliento de unos acordes que susurran un recuerdo, un paraje, un espacio, el tiempo.
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