A unos días de la realización del Festival de Teatro Peter Travesí, en su versión 2024, en Cochabamba, la escritora y crítica Fernanda Verdesoto nos ofrece un insight de El ring de las maravillas de Jorge Calero, obra que se presentará en dicho festival.
Si bien yo no practico ningún deporte, me gusta mucho verlo. Siempre tengo la impresión de que los deportes son muy teatrales, los y las deportistas están siempre muy conscientes de la presencia de la cámara, de un público, de un espectador, y de cierta manera les encanta ser observados. Y a mí me encanta observarlos, lo que corren, celebraciones especiales, la ocasional lágrima, y claro, la lucha libre es de los deportes donde surge una teatralidad muy interesante para analizar.
No es casualidad que sea justamente la lucha libre el deporte escogido en El ring de las maravillas para hablar de cuál sería el futuro de la actividad teatral en Bolivia, y claro, el futuro de nuestra identidad.
El ring de las maravillas se lleva a cabo en un futuro –que parece distante, pero tal vez no lo es tanto– donde la única forma de teatro posible es en un ring de lucha libre. No sé si es distópico, más bien, tiene muchísimo sentido, hoy en día es la forma escénica con más público en Bolivia, sobre todo por sus grandes protagonistas, las cholitas luchadoras. A partir de esta premisa surgen dos vetas importantes en esta obra: ¿qué es hacer teatro en Bolivia? ¿qué es la identidad en Bolivia? Ambas, preguntas muy difíciles de responder, pero que en la obra se entrelazan constantemente.
Si empezamos por la segunda pregunta –por qué no–, hay que cuestionarnos hasta qué punto la identidad es performática. ¿Qué partes de la identidad son observables y cuáles no? En la obra, las dos protagonistas nos plantean que es hasta cierto punto. Hay mucho de la identidad que queda fragmentado en la historia familiar y nacional, asimismo, en lo que como sociedad hemos deseado olvidar. Que, como en la lucha libre, nos armamos un melodrama de acción, donde buscamos y hasta necesitamos tener buenos y malos, héroes y villanos, donde a veces fingimos que nos golpeamos y nos masacramos, y que nunca sabremos bien quién ganó, donde terminamos confundidos, pero aun así seguimos alentando, quién sabe a quién. Qué interesante metáfora de nuestro país, la lucha libre.
Por esto mismo, el escenario es, tal vez, una muy acertada representación de lo que sería Bolivia en el año 3000 –si Bolivia aún existe para entonces–, una época en la que la pelea es omnipresente, las luces de neón son parte de nuestra identidad –si no lo son ya– y la música se manifiesta constantemente, es pues, un ring de las maravillas, así como este podría ser el país de las maravillas.
Nos narran la historia de Infierno Verde (nada casual este nombre, tan grabado en nuestra historia, en nuestra identidad de pérdida) en su paso por la lucha libre y su paso por la clonación que, qué sé yo, capaz algún día se logra. Y allí surge una gran pregunta. Si la clonación realmente se puede llevar a cabo, ¿se mantiene la identidad del clonado? ¿La identidad es algo que se lleva “en la sangre” y en todas nuestras células? Vas más allá de la performatividad, pues las cholitas siguen siendo cholitas si están en ropa de trabajo, entonces, ¿se podría clonar esta identidad para perpetuarla?
Claro, entonces, la obra, en lugar de responder a estar preguntas, sigue complejizando la cuestión, a través del humor, a través de la reflexión. ¿A quién clonamos? ¿A quienes mantienen la identidad, en su cuerpo, en la cotidianidad o a quienes escriben sobre la identidad? Creo que eso es algo importantísimo en esta obra, la irreverencia con los escritores que escriben sobre la chola (en general hombres, de clase media), esos próceres de la escritura boliviana que conjeturaron durante mucho tiempo qué era ser chola en Bolivia.
Me imagino que pronto tendremos la misma irreverencia con algunos nuevos escritores que siguen hablando en nombre de... Las escritoras están y, sobre todo, las actrices están, qué lindo escuchar sobre las Kory Warmis, la Satuca, y las entrañables Agar Delós y Rosita Ríos en esta obra, donde una vez más, identidad y teatro no son cosas aisladas, sino una misma conversación. Y esta obra problematiza, no busca dar respuestas u opiniones sobre lo que es o debe ser.
Me reí, sufrí un poco, sobrepensé varios temas mientras me reía, una obra compleja tiene esos efectos sobre sus espectadores y espectadoras. Y los temas complejos necesitan su tiempo. Una obra que abarca un mundo cyberpunk y lo sobrepone al nuestro necesita actrices completas, que hacen lucha libre, que se entienden entre sí, que le hacen justicia a un vestuario maravilloso, que se cuestionan. Es un trabajo que vale mucho la pena ver, de donde salí con más preguntas que respuestas, como debe ser.
FICHA TÉCNICA
Director y dramaturgo: Jorge Calero
Actrices: Alejandra Quiroz y Cintia Cortez
Producción: Sol Calle
Diseño de luces: Miguel Ángel Estellanos
Música: Diego Fernández Reguerín
Vestuario: Victoria Suaznábar
Coach de combate: Christian Frías
Acondicionamiento físico: Jorge Vargas
Diseño: Carla Díaz
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