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El hombre invisible

En abril de 2023, en Taska y 1969 Rock Bar, el guitarrista y compositor Juan Ernesto Saavedra ofreció dos conciertos que señalan los inicios de una carrera solista esperada e interesantísima.


Cuando le preguntaron a Borges para qué sirve la poesía, protestó célebremente: “bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor del café? ¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo? ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?”.


Podemos preguntarnos también: ¿para qué sirve el arte?, ¿para qué sirve la literatura? Podríamos parafrasear al man de los laberintos circulares y preguntarnos en voz alta: ¿para qué sirve la música? Y aunque no sabemos si el hombre era dueño de la idea, del cuestionamiento y menos del sentimiento que te habita cuando ves un concierto como el que acabo de ver, aquí vamos, porque la ocasión lo merece. Y porque el tag de Borges rinde.


El guitarrista, devenido en bajista por estudio y porfía (acaso por generosidad), además de compositor, productor y músico medular de la escena kochala, Juan Ernesto Saavedra, acaba de dar, en Taska, el segundo concierto como solista de su vida… y algo acaba de pasar.


El hombre ha sido parte de esa amable banda de rock llamada La Manzana junto a Guery Sandóval, Fabi Fiorilo y Marcelo Aguilar (sí, el “Maguila”) en una década –la del 2000 al 2010– llena de búsquedas identitarias en el rock boliviano. También ha sido puntual funcionario de la banda taquillera y bailable María Juana. Pero no paró nunca de estudiar, de perfeccionar su interpretación, de querer algo más.


Y esa noche, particularmente, nos compartió algo realmente bello. Quienes conocen su pulcra interpretación de guitarra, se rayarán al saber que el ñato estaba nervioso de presentar un concierto como solista y preocupado de que se valore el acto profano de enfrentarse a un auditorio. Ser solista y estar solo son cosas que conviene diferenciar, pero, a veces, sobre todo al principio de la experiencia de enfrentar a una audiencia sin el apoyo musical ni escenográfico de compañeros musicales, es un incordio del que hace falta salir entero. Así se forja el acero.


Y el Juan, siempre en segundo plano en las formaciones que integró, esa noche era el único emisor de un sonido trabajado y bien logrado. “Estás acá” de Spinetta y los Socios del Desierto, acustiqueada; “San Francisco y el lobo”, de Serú Girán; y “Fuji”, del fundamental Estrelicia (1996), dan cuenta de una ascendencia inequívoca anclada en la canción mejor lograda del rock argentino. Pero también de su relectura de los clásicos, de su eclecticismo y de su solvente capacidad interpretativa. Punto aparte para sus bien logradas composiciones, la mayoría de ellas inéditas.


Y Juan guiña a su audiencia, por otra parte, familiar. Piezas como Que ves el cielo (Invisible, 1976), son exquisitas en su voz y guitarra. Y para joder a sus amigos –o para corchearse con la época–, jugueteó con cumbias reamornizadas y más tarde convocó al vozarrón de Diego Obando para agitar con “El Triste” de José José o convocar al joven talento guitarrístico Michael Antony para jammear, esta vez desde el bajo. Me queda claro algo: el Juan lo da todo, con música propia o ajena, y se nota y se agradece.


En este show, cuando invita a un músico a escenario no es para lucirse, sino para asumir un segundo plano y dejar que los invitados brillen. Creo que es una actitud noble y garbosa, cosa que demuestra en varios de los ensambles de los que es parte. Una de sus invitadas al escenario, su madre, la cantautora y gestora Estela “Chela” Rivera, da en el clavo cuando sube para cantar “Un vestido y un amor”, de Fito Páez: “Cantar con un gran músico es un honor; y si ese músico es, además, tu hijo, es un milagro”.


Y, para quienes lo conocemos desde hace años, como un perseverante talento, como un profesional rendidor, es un verdadero gusto verlo tomar el centro de la escena, en esta era que es, definitivamente, la venganza de los nerds y también, la era de la boludez.


Juan Ernesto Saavedra, ecléctico, solvente, inquieto, incansable, es un músico que, ahora, por decisión y peso específico natural y libre, se propone como un solista para ver y escuchar. Y cómo ya sentenció Andrés Caicedo: “Qué viva la música”.


foto: Andrea Andrade

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