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Bajo el mismo cielo

El poeta uruguayo Jorge Palma, recientemente galardonado con el Premio Pilar Fernández Labrador (España), visitó Bolivia en la pasada FIL Santa Cruz. Esta entrevista para La Trini es una declaración de principios poéticos.

- ¿En tu poética se aúna lo atávico y lo social e indirectamente político, ¿cuáles son los temas que más te (pre)ocupan?

- Básicamente, me percibo como un humanista, si se entiende que esto incluye todo aquello que toca al ser humano, lo que lo atraviesa, lo condiciona, lo urge, lo sostiene: desde sus creencias, la falta de ellas, la fe, las preguntas existenciales, la fugacidad del tiempo, la precariedad de la existencia, los límites de la piel y las carencias: afectivas, espirituales, materiales. Somos eso y mucho más.


Y dentro de todo eso que me preocupa, me ocupa y me toca profundamente, está naturalmente lo social, y lo político (no partidario) y también lo atávico. Como me toca todo lo humano, habitualmente me siento movido o movilizado por el vértigo de vivir, la constatación de tránsito de nuestra vida (en particular a partir de unos años encima) el destino, y la trascendencia. También lo atávico, pues en mi caso, siento una conexión natural con el pasado, no solo familiar que podría llevarme a varias generaciones anteriores, sino más lejos. Pues me pregunto tanto lo que podría estar pensando un primo nuestro mientras pintaba una pared en Altamira, como lo que está pensando el lustrabotas de la plaza; una mañana lluviosa y él mirando al cielo a ver si ese día puede lograr su magro salario. Todo eso me atraviesa, no solo al momento de escribir, sino mi día entero de todos los años de mi vida.


Y una preocupación constante de restablecer o restaurar el orden perdido de las cosas. Acaso por eso buena parte de mi poesía es evocativa, y voy a buscar al pasado lo que ahora no solo no tengo, sino que necesito para seguir, porque el orden ha sido quebrado. Naturalmente todas esas preocupaciones hacen que mi oído se incline hacia lo social, al otro, al prójimo, que soy yo mismo en otra piel. No tengo claras preferencias en mi poesía, de hecho, hago poesía con tinte surrealista, mística, religiosa y, también, marcadamente social. Pero de todas las aristas, la social es la que pesa más. En cualquier poesía que vaya a abordar, cualquier tema, incluso comenzado como un texto místico, termina por imponerse lo social, porque es algo muy fuerte para mí, visceral te diría. Es una cuestión de empatía absoluta.


- En tu poema “Malabares” expones la precariedad de la clase trabajadora ¿El poeta también tiene que hacer malabares?

- El poeta también hace malabares a la hora de crear. Porque trabaja a alto riesgo, sin platea, sin retorno inmediato y con un material digamos “inflamable”. Es muy buena la metáfora de los malabares a la hora de crear un texto y de vivir. El poema “Malabares” habla de la precariedad de la existencia y de la precariedad de la clase trabajadora o de muchos de ellos, o, más profundamente, de lo esencial de la existencia, pues, aun en los casos de una plenitud económica, a la hora de definir la permanencia de la existencia hasta el que puede pagarse un viaje a las estrellas depende de una vacuna, un fármaco o una camilla.


Pero volviendo a la pregunta, la poesía tiene mucho de eso, pues a la hora de escribir un texto, están jugando y conjugándose muchas cosas, no solo lo que se siente en ese momento, sino desde el estado de ánimo, las creencias, las aspiraciones, las circunstancias personales. Y se “juega” y muy seriamente con esas mancuernas o esferas que pasan de una mano a la otra mientras una queda en el aire por tres segundos y la otra viene en camino y hay que decidir. Pero también el poeta hace malabares para subsistir, para seguir creando, para no bastardear la obra (estamos hablando de escribir seriamente) y fundamentalmente honrar el don. No se puede no honrar el don, eso que se nos ha dado gratuitamente y es un regalo con el que venimos. Esa tarea hay que cumplirla cabalmente, con responsabilidad, enteramente. Es algo serio. En mi caso es un apostolado. 100 x 100.


- ¿Cómo ves el movimiento actual de la poesía y a los(as) poetas; en Uruguay en particular y en Latinoamérica en general?

- Lo veo a nivel general muy dispar. Hay una gran preocupación por lograr espacios y reconocimiento rápido, casi sin obra, y poco rigor a la hora del trabajo. Parecería que si hacemos una pregunta rápida tipo: “¿qué prefiere usted: escribir o publicar?”, la gran mayoría contestaría lo segundo, cuando en realidad debería ser lo primero.


Veo mucha improvisación, poco rigor, poco compromiso con la escritura misma. Y una apabullante y sistemática apuesta a lo individual, donde escasamente aparece el otro, el prójimo. La deshumanización está presente en la poesía actual, pero no tanto como tema sino en quienes la hacen. Es una poesía, como dice Zurita de “Yo Yo”: digamos: mi dolor, mi sombra, mi, mi, mi. La literatura o el arte refleja el tiempo de cada uno o refleja una época, es verdad; pero, ¿tiene sentido hablar solamente de mi dolor?


Naturalmente hay otras vertientes, otros modos y acercamientos, otras preocupaciones que son las menos. Ni hablar de lo que estamos presenciando ahora, una poesía casi pasatista, casi tan líquida como la realidad y el rocío.


En lo que refiere a mi país, es un reflejo del mundo. Están todas las variantes. Aunque Uruguay es como casi todo el sur: frío, con una idiosincrasia española e italiana, países fundados básicamente por corrientes migratorias, que conservan cierta reticencia a lo florido, banal o ligero. De otra manera no se explicaría el tango, ni ese sentimiento de fuga constante; la añoranza y la nostalgia no permite dormirse en nada líquido. Incluso a veces puede (y lo hizo) pasarse de oscuridad.


- ¿Cómo fue tu experiencia en Bolivia?

- La experiencia en Bolivia fue única y, como dijo Floriano Martins (N. d. E. poeta brasileño), irrepetible. No solo por el grupo humano, extraordinario, sino por lo parejo de las propuestas, el nivel general, la apuesta, rigor y multiplicidad de voces (todas distintas) y un verdadero encuentro de almas. También reencuentro, pues tuve la feliz oportunidad de reunirme con mi entrañable amigo, hermano en la poesía y en la fe, como Gabriel Chávez Casazola, a quien no veía desde hacía 12 años. Nos conocimos en la ciudad de Granada, Nicaragua, en el festival del mismo nombre y desde allí no hemos parado de estar juntos, pero separados por la geografía, nada más.


Por lo demás, una experiencia extraordinaria. La posibilidad de compartir otras voces, otra forma hasta de comer. Viajando en representación de Uruguay, y poder conocer in situ la poesía local no solo de Santa Cruz sino del resto de Bolivia y a los otros integrantes de las delegaciones extranjeras, con voces y ritmos diferentes, aunque con preocupaciones muy similares. Pocas veces se da que un grupo de invitados extranjeros y locales conjugue no solo en las poéticas, sino en una confraternidad que trasciende al festival y hasta un chat colectivo donde nos seguimos acompañando. Es algo formidable, milagroso te diría, que se da muy pocas veces, así, en gran número, y todos remando para un mismo lado. Es como un barco con un montón de locos divinos remando hacia un mismo puerto. Verdaderamente lo vivimos como una pandilla.


- ¿En qué proyectos literarios estás trabajando actualmente o con vistas a un futuro inmediato?

- Acabo de terminar un libro después de mi regreso de Santa Cruz, un libro de poesía que había empezado antes del viaje. Y ahora estoy trabajando en una novela, un emprendimiento de largo aliento, sostenido, arduo, con las mismas preocupaciones, los mismos desvelos, las mismas preguntas sin contestar, bajo el mismo cielo que me vio nacer, y que sigo honrando como al don recibido.

“Buena parte de mi poesía es evocativa, y voy a buscar al pasado lo que ahora no solo no tengo, sino que necesito para seguir, porque el orden ha sido quebrado”.

Malabares


En las esquinas del frío el hambre hace malabares, tira mancuernas al aire traga antorchas disimula el ruido de sus huesos

haciendo malabares.


En las cocinas más pobres las mujeres hacen malabares con el arroz las papas los boniatos

con siete monedas y una carcasa de pollo con un huevo una manzana con tres panes diminutos

esperando solos en una mesa vacía.


Los obreros de las fábricas

hacen malabares. Los vendedores de paraguas

hacen malabares.

Los contadores de historias

hacen malabares con las palabras con las pausas los silencios

con las monedas contadas

en las esquinas al final de la jornada.


En los hospitales de Dios los pobres hacen malabares. Las camillas hacen malabares. El algodón y las gasas hacen malabares. La sangre las proteínas el ácido nucleico hace malabares en un cuerpo que hace malabares

para sobrevivir.


Malabares

a la hora de comer.

Malabares a la hora de buscar,

como un obseso, una camilla,

un balón de oxígeno un tubo de ensayo.

Malabares

en las esquinas de la ciudad.

Malabares

con panes y cucharas.

Malabares

con los huesos que tiemblan,

crujen, sacan canas verdes

cumpliendo las leyes del mercado,

en las esquinas del frío

donde el hambre pone huevos,

seguros, intactos, como el primer día.

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