Una crónica del reestreno y actualización de la obra La saga de los vampiros, de Luis Caballero y Javicho Soria, que marcó asimismo el retorno de la Escuela de Espectadores, un espacio necesario para la reflexión sobre el arte teatral.
Vísperas de feriado. Podríamos pensar que muchos estaban con la jarana y la fiesta en la mente, pero no. Muchos fueron al teatro. Decidieron juntarse entre amigos, familia, e ir a ver La saga de los vampiros y el regreso de la Escuela de Espectadores.
Esta obra escrita, dirigida y protagonizada por Luis Caballero y Javicho Soria, fue estrenada en 2005, y repuesta por séptima vez el 6 de abril pasado. Sabemos que trata de un par de amigos, que son vampiros, que se complementan en casi todos los aspectos de su personalidad, que recorren el mundo y diferentes hitos de la historia de la humanidad. Sabemos que es una obra muy divertida. Sabemos que vivió para conocer su mayoría de edad.
Ahora bien, ¿qué es lo que la hace tan especial? 18 años de aventuras de los vampiros Ciro y Hefestos que siguen cambiando y evolucionando. Las risas siguen siendo las mismas que cuando vi la obra en 2007, pero el texto y el contexto mutaron. En esta nueva versión, ahora los vampiros conocen Tik Tok, reemplazaron a los periodistas por los influencers y viven las repercusiones de la pandemia del COVID-19. Hay algunos diálogos que quedaron atrás, otros que se reforzaron y unos últimos que se actualizaron. Creo que es por este motivo que se valora más la palabra “saga” del título porque, con los años, aunque sea la misma obra, también se la puede ver como una serie, una continuación de la historia de sus protagonistas.
La obra evolucionó a partir del texto, de las adaptaciones que los acontecimientos ameritaban. Ahora bien, La saga de los vampiros creció también en su puesta de escena. Hay cambios en las luces, los sonidos y los movimientos; es por eso que regresa constantemente a las tablas, por ser moldeable, por saber correr con los tiempos, por saber actualizarse de manera textual y técnica.
Y fue la primera obra con la que regresó la Escuela de Espectadores. Volvieron los vampiros, volvió la escuela. Elección acertada, ya que se concibió este regreso como un evento de puro diálogo y conexión entre artistas y público. Esa es la primera idea de la Escuela de Espectadores: aprender a mirar desde la relación que se va creando en el hecho teatral. Y la conexión se sintió desde el principio.
El evento comenzó con una breve conferencia de Jorge Dubatti (fundador de la Escuela de Espectadores de Buenos Aires) quien, gracias a las maravillas que nos brinda Zoom, habló de la importancia de ser espectadores, que no se trata de una actividad pasiva. También reflexionó sobre que hay que saber cómo mirar, saber que somos mirados a la vez; sobre cómo trabajar la mirada. Una primera toma de consciencia del fundamental rol de ser espectador.
Cuando se bajó el telón, se invitó al público a conversar con los actores. Esta es una parte en la que muchos salen rajando, pero esta vez no hubo éxodo. Una mayoría se mantuvo en sus butacas y comenzó a dialogar, a preguntar, a conocer más. “Dos preguntas y cerramos todo, cuidado cansemos a la gente”, decíamos los organizadores. Pero después de dos preguntas, se levantaron dos manos, y luego dos y tres manos más. Continuaron preguntando sobre los cambios en la obra, sobre su longevidad, sobre su minimalismo. Y se alargó la charla, pero seguían todos contentos, todos interesados. Se veía todo, menos cansancio en los rostros de los espectadores. El primer paso estaba dado. Se junta un público, se crean espectadores.
Vísperas del feriado y 180 espectadores fueron al teatro. Pequeñas victorias en la noche cultural paceña.
Fotografías: Gaba Claros / Débora Villarreal / Fernanda Verdesoto
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