Una nueva colección de poemas en nuestra sección Yuyay. Los siguientes poemas pertenecen al libro Sobre la fauna del abismo, publicado a comienzos de este año.
Vestido con harapos
Se convirtió desde joven
en animal de cuidado,
alguien que muerde
antes de verse acorralado
(hoy parece un mono enloquecido).
Lluvia. Tránsito. El ruido
de un taladro mecánico pese a la hora
(debe ser todavía de noche,
pero ya se trabaja
en esta ciudad implacable).
Saco y pantalón de lana vieja, despedazados,
andar lento, cara lapidada, olor a acaroína
(apesta como un gato meado)
y en la mirada de barro la ausencia
del instinto básico de supervivencia.
Malgasta su vida en sostener lo inasible.
Le dice algo al que tiene al lado,
pero al lado no tiene a nadie.
De la cloaca abierta a la vera
mana un aire fétido y bilioso,
lleno de ratas y de palomas
(que también son ratas)
y de cadáveres de perro.
La gente ya hace cola para el micro.
Pasa un tipo vestido como un modelo:
parece un miserable teórico publicitario
–o peor aún: un empresario mediático–
atento a la visión patética de su fatum:
él simplemente se estira
en un aburrimiento de lánguida conjetura
que le muestra a las claras
la sorna áspera del ex preso.
Lo mira, en general, con desolación la gente
(para él parte del decorado):
con esa cara y así mal vestido
es un chorro en las últimas o está loco,
en todo caso,
¿de dónde ha podido sacar tanto odio?
(Al comienzo de su guerra
había un origen monetario,
ahora ya no le da el menor valor a nada,
o a lo sumo
se empeña en apurar lo inevitable).
Mientras medula en su mente
otra teoría de pústulas y rostros contaminados,
de orines o carne cruda,
pasa un coche rasante y
sin querer le pisa el pie
(el tipo no frena,
sino que dispara
mientras él en el piso grita
y no lo auxilia absolutamente nadie).
(Ahora ese dolor se sumará
al de su hígado, a las ladillas, la culebrilla,
las picaduras y la pierna enferma;
la picazón de las axilas y las bolas).
Y cuando para de putear y
apenas logra relajarse
una brisa de conmiseración
se superpone al odio
hacia la raza humana,
su rostro se dulcifica bajo
la luz contaminada de la mañana
y él mismo parece
tan sutil como una mariposa,
tan insolente como un escorpión irritado,
tan insignificante como una estrella fugaz
en un mundo que ha perdido su belleza.
Ignoto
Una remota noche de verano
me develó la existencia de este hermoso fracaso,
su solitario alegato
su horrísona carcajada
su nobleza de crucificado
en la gelidez del mundo.
Ni una línea memorable recuerdo
de esa obra desleída en la niebla,
pero me viene su fiebre y me gana su furia
al rescatar de la incuria de la mala memoria
su turbadora lectura de joven iconoclasta,
paradigma de la demolición en su nobleza aquilina.
En las esquinas de sus estrofas campeaba
un cruel sentido de la vida enfurecida
como marcada por su destino trunco
que en su baraja de cartas sin marcar
le sirve de ventana a ese demonio:
valedor y cicerone de los neófitos.
Prestigia a la poesía su actitud desprendida
su belleza sublime nacida del sufrimiento
su entusiasmo meridiano mezclado a la tristeza
como si entregara a las musas sus heridas
y a la vez el resultado fuera colateral en su efecto
de locura y de entrega,
tan distintas a su símil colectiva.
Su estampa física tragicómica
acuñó las tribulaciones de un tiempo sin que nadie supiera,
personaje fabulado
y a la vez más real que una epidemia.
Quien lo conoció lo desolló con saña
porque la literatura, pródiga en estafas,
no supo de este quijote
y porque su propia humildad
conspiró contra su obra.
Hoy ha muerto en su divina ignorancia
desleído y olvidado y
perdida su obra en la aridez de la trama.
El aura de su gracejo,
como un mito discutible,
escuda sin saberlo un tesoro secreto:
un vasto conocimiento
de un orden superior a todo esto.
Ciruja
¡Abajo el trabajo y quien lo trajo!
Juan Filloy
Bajo un cielo de tarántula amanecida
un extraño ser también se despereza
en el ansia de arrancar su cifra al día
y encenderle una rosa a la alborada.
Sobre la sórdida estrechez del mundo
ha armado un lecho con despojos prolijos
y él mismo pareciera que fuera al verlo
un libro venerable con una leyenda secreta.
Un aire fresco de cúmulos nimbus
hace de espejo proceloso de sí mismo
que es como un gozne de curiosidad golosa.
Parece que hubiera, en su repudio sin estuario,
una verdad desnuda anidando en ese gesto:
la solitaria puerta de los desesperados.
Así hecho uno con la respiración del cosmos
(según aprendió de su experiencia abundosa,
como aquel que ha visto el rictus de la máscara)
hay una conciencia en la grieta que has abierto
en el árido corazón de nuestro ritmo cotidiano.
En la gesta heroica de tu desobediencia,
del desdén valeroso hacia la usura
el acto adusto refiere el gran designio
del que ha roto la sutura con los suyos.
Y aunque marcado por el ojo zafio ajeno
-en parte por condena, en parte por envidia-
debido a que pareces el íncubo de un hombre
(o un sátiro flechado por la dicha)
admiro una vez más esa renuncia,
hermoso hermano vagabundo.
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