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Los muertos

A la memoria de todos los [nuestros] muertos que nos observan, acompañan y que habitan este y otros mundos.


“La fuente de sabiduría, de fuerza y de experiencia, la constituyen los muertos; la puerta siempre abierta, el rumbo de los que transitan con rumbo cierto, en el vivir real y radical, lo constituyen los muertos. Nada tan verdadero, nada tan humanamente humano como la carne de los muertos. Ningún olor tan oscuro como el olor de los muertos; ninguna contemplación como la contemplación de los muertos. Ningún silencio como el silencio de los muertos; ningún otro silencio se deja escuchar en el silencio. Nada como la inmovilidad, nada como la fuerza expresiva que mana de los muertos”. (Jaime Saenz, Poesía reunida. 2015: 279)


La muerte es la indisoluble compañera de la vida, es el camino coronado, es el ascenso y el descenso por abruptos territorios, es la síntesis de los pasos recorridos, de lo aprendido, lo no aprendido e incomprendido; es el sumario de todas las victorias y fracasos acumulados.

A ambas las llevamos dentro. Vida y muerte respiran a través nuestro, en cada inhalación (vida) y cada exhalación (muerte), latiendo también al unísono en todas nuestras concavidades. Tan exacta y única es nuestra vida que se ocupa de todos los inicios, así como nuestra muerte es la encargada de todos los finales. Ella, la muerte, tiene el perfecto epílogo para cada historia tejida con hebras de luz y oscuridad; hilos que van edificando nuestro epitafio. Cada muerte es una singular obra esculpida en el cuerpo, por tanto, es en nuestra carne donde se va registrando a detalle nuestro estar y transitar para así confeccionarnos una muerte exacta, a medida, aunque creamos que no es nuestro tiempo y rechacemos la mano y penetrante mirada de aquella que viene para silenciar nuestros nombres.


La muerte tiene muchas formas. Hay muertes de todos los tipos, matices, colores y sabores; las hay destellantes, dulces, silenciosas y tranquilas. Otras son sombrías, bruscas, amargas y dolorosas. Sin embargo, todas huelen a despedida y vacío.


Cuando la vida de nuestra muerte despierta, entramos en intensa metamorfosis, es el tiempo de los cambios, cuando emergen nuestras profundas y angulosas formas; nuestra piel, músculos, sangre, huesos, cabellos, ojos y voz mutan, somos como débiles insectos que día con día observan las deformaciones del cuerpo. Nos toca adaptarnos, comenzar a volar sin alas, mirar sin ojos, escuchar sin oídos, desarrollar nuevas pieles, nuevas antenas y filamentos que nos conectarán con lo externo. Aparentemente todo va perdiendo vigor y encanto, así comenzamos a recorrer el universo de lo estático, de las profundidades y del silencio que nos atraen y seducen. Nos vamos preparando para despojarnos de todo lo que fuimos, de nuestro cuerpo que es morada y refugio, pero también látigo y cárcel; la transición no es sencilla, deshacernos de la carcasa significa experimentar un distinto nacimiento para el cuál no estamos preparados. Es duro despedirnos de nosotros mismos. Despedirnos desde la plenitud, lograr la paz y confianza para entregarnos al dolor, al polvo y al olvido, nos exige un grado de humildad extremos, para volver a ser partículas que darán vida y forma a otras formas.


La muerte, nuestra muerte, tiene un lugar y hora fijados para darnos encuentro. Quizá ya hemos transitado esos parajes sin siquiera intuirlo; allí llegaremos nuevamente, sin prisa ni demora para el encuentro pactado. ¿Cuál será el lugar y la hora de nuestra muerte?,¿quiénes estarán designados para acompañarnos en este trance inevitable?, ¿qué clase de muerte tendremos?, ¿dulce o amarga?, ¿apacible o tortuosa?, ¿cuál será la última expresión de nuestros rostros? ¿nos iremos tranquilos o contrariados?, ¿cuáles serán nuestras últimas palabras?, ¿qué clase de muertos seremos?, ¿seremos pena o consuelo?, ¿luz u oscuridad? ¿recuerdo u olvido? Hay tantas preguntas que serán respondidas poco a poco, en murmullos develados por nuestra celosa muerte.


La muerte final llega después de las múltiples muertes y mutaciones personales que nos van conduciendo y preparando hacia el renacimiento último. Cada muerte en vida está hecha de abandonos, despedidas, nostalgias y engaños; cada una nos hace vivir el duelo, la negación, pero también la aceptación, para luego conducirnos hacia la muerte de nuestra muerte [vida], pues posteriormente emergemos renovados, fuertes y ligeros. Empero, cuando llega la muerte definitiva, nos despertamos como muertos que viven sus muertes en digno tránsito para experimentar nuevas conversiones, porque estar muerto significa alejarnos de la vida y el mundo conocidos, pero también nos acerca a nuevos senderos y mundos desconocidos.

Los muertos, nuestros muertos, nosotros muertos, pasamos el umbral de la vida, el ritual del despojo; al otro lado, somos nosotros, o al menos nos parecemos a lo que fuimos, pero somos distintos, estamos hechos de otras sustancias, no tenemos el peso de nuestros cuerpos, pero aún sentimos, reímos y aún liberados de la materia, lloramos porque recordamos.


Los muertos dejan inquietantes y profundas enseñanzas. Nos enseñan a no temerle a la muerte, pero también a reverenciar sus designios y territorios. La infinita mirada de los muertos nos enseña a comprender lo efímero y doloroso. Mirando los apagados ojos de los muertos comprendemos que la vida migra, que el cuerpo es cascarón frágil de algo más grande que brota. Así, los muertos nos enseñan que no existen certezas, porque la muerte nos arrebata la vida y la siega de cuajo cuando menos lo esperamos.


Los muertos nos acercan a la vida, nos sumergen en intensas meditaciones y nos muestran el camino construido. Nos ayudan a recordar y añorar; nos enseñan a sufrir, pero también a gozar. Ya estamos muertos desde el día que nacemos, es inevitable nuestra partida, nuestra huida, nuestro abandono y despedida. Sin embargo, muertos, nos hacemos invencibles y nos adaptamos al no tiempo, al transcurrir en espiral.


Los muertos son engañoso final, son fuego que renace fortalecido, son separación, pero también constante reencuentro en distintas formas, lugares y tiempos.

La muerte de mi muerte

La vida de mi muerte

Mis muertos

Yo muerta

Morir

Ir



Ilustración: Stella Tejerina Vargas

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