Los cuatro duendes de la mesa redonda (Breve memoria y anecdotario)
- martin zelaya

- 7 sept
- 4 Min. de lectura
El suplemento cultural El Duende, de Oruro, la publicación cultural periódica vigente más antigua del país, deja de circular en edición impresa y lanza su renovada edición digital. En esta nota, Martín Zelaya, parte del consejo editorial, hace un homenaje a los cuatro grandes gestores e impulsores de suplementos.

La mesa redonda es simbólica. Son los escritorios, mesas de comedor y bar; mesas de cafés, singanis y cigarrillos en las que se fraguaron cientos de números de este suplemento literario. Es símbolo del trabajo dedicado e incansable de más de tres décadas; la persistencia que llevó, primero cada quincena, luego de manera mensual, a crear un sueño y plasmarlo: llenar ocho páginas de poesía, ficción e ideas; de iluminación para las mañanas de domingo y toda la semana. La mesa, escritorio, velador o anaquel es, también, símbolo del destino: miles de lectores que espera(ba)n el número de turno para devorarlo y disfrutarlo de un sentón o a lo largo de la semana. Ahora, la mesa, la plataforma –al ritmo de los tiempos que corren–, será la pantalla de la computadora o del celular. Es decir, seguirá siendo.
Los caballeros son tales. Los grandes forjadores de esta maravilla que hoy culmina un ciclo histórico y trascendental en los anales de la literatura boliviana: Alberto Guerra, Luis Urquieta, Edwin Guzmán y Benjamín Chávez. Estas son unas breves memorias y anecdotarios para acercarnos a sus perfiles.
Caballero uno
Fue a finales de 2000 o inicios de 2001. Menos de dos años antes había dejado Oruro para continuar estudios en La Paz. Pocos meses habían pasado de la muerte de un queridísimo amigo de infancia y los retornos de fin de semana habían dejado de ser motivo de reunión y algazara para tornarse más familiares. Hasta que ese viernes cambió otra vez el chip. Me convencieron de ir a una khoa en el extremo este de la ciudad. Apenas llegar, la posibilidad de una farra más quedó descartada al ver los inicios de una ceremonia conmovedora: Alberto Guerra, con su proverbial barba y pelo blancos, su doble poncho de lana, la chuspa y el cigarrillo inseparables, daba unas palabras tan contundentes y sabías que poco importa ahora no recordarlas. Lo que quedó es la estela de un sabio profeta.
Fue el primero de no muchos encuentros con el maestro. Dudo que en los siguientes me hay distinguido de entre el grupo de amigos que se colaba a una que otra reunión o lectura de poesía. Me quedó grabado para siempre el halo que irradiaba y que poco a poco –al pasar de los años– el imaginario reemplazó, al tomar conciencia de su nombre y figura, con el acervo de su obra escrita y su legado en El Duende.
Caballero dos
No recuerdo las circunstancias en que conocí a don Luis Urquieta Molleda. Si el segundo, o tal vez tercer encuentro: me invitó un whisky en una recepción por El Duende –a propósito del número 300, si no me falla la memoria–, y me sorprendió prestándome atención por 20 o 30 largos minutos en torno a las últimas lecturas de entonces, y con una invitación amable: “espero tus artículos sobre Saramago Pitol para El Duende”.
Don Luis enmarcaba a plenitud el rótulo de caballero. Gracias a su visión y porfía El Duende llega vivo y con renovados bríos a las postrimerías del primero cuarto de siglo. Gracias a su amor infinito por las letras y la cultura, Oruro gozó de muchas de las mejores iniciativas en el arte en las últimas décadas. De cuando en cuando releo con cariño algunos de sus textos de Sol de otoño, que llevan impregnada a tal manera su impronta, que parece como si uno conversara con el autor.
Caballero tres
Todos en Oruro –o casi todos– nos conocemos al menos de vista, ¿no ve? Yo tenía en mente el rostro de Edwin Guzmán desde los primeros años de básico, porque es tío de mi mejor amigo de entonces. Años después, tras compartir boliche o sala de presentación, un par de veces, el primer contacto real fue cuando me inscribí a su curso de Lenguaje de la Imagen en la carrera de Comunicación de la UTO. Cómo olvidarlo: Edwin escogió el peor horario: 7:00 AM. Por supuesto que valía la pena levantarse los martes y jueves a esa hora, no solo por la conferencia maestra –tenía la lección en mente y simplemente daba una erudita charla con referencias y sugerencias de lectura– sino poque matizaba la clase con el fascinante aroma de su pipa provista siempre de finos tabacos de diversos sabores.
Ya con los años, el querido Kowi me abrazó con su amistad y, por supuesto, sigue siendo el cómplice de lecturas y maestro en referencias literarias, musicales y de artes plásticas.
Caballero cuatro
Conozco a Benjamín Chávez por 39 de mis 48 años. Es mi hermano del alma. La música fue el primer cable: recuerdo que pese al celo adolescente de la época en que costaba mares conseguir un buen disco o casete, siempre accedió a pasarme alguna copia y aconsejarme cantautores y grupos. Y luego la literatura. Sin mi pasar y repasar asombrado por su cada vez más creciente biblioteca, dudo mucho que me habría tomado el bendito vicio de la lectura. A todo esto, ya en esos años tempranos de los 90, Benjo se codeaba con Alberto, Luis, Edwin y muchos de los protagonistas de la movida cultural orureña. Pronto destacó entre ellos y empezó a colaborar con El Duende que hoy dirige asentado en su bagaje y sello propio, pero siempre bajo la estela de los primeros. Benjo sustentó, a lo largo de los años, mi colección de “duendes”, por si me perdía alguna La Patria dominical; me invitó no pocas veces a enviar textos, a pesar de que por 15 años yo dirigí un par de suplementos literarios de la competencia, y canalizó, hace poco más de un lustro, mi ingreso como parte del consejo editorial, grato honor.
Ese es el cenáculo base. Hay que agregar, por supuesto, al maestro Erasmo Zarzuela y a otros de los tempranos forjadores: Eduardo Kunstek y Berny Salinas. Estos orureños son, hicieron y hacen El Duende que hoy cierra el ciclo del papel y se lanza a las ondas infinitas de lo digital.







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