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La revolución de las Ovejas Negras

Actualizado: 15 abr 2022

Conversamos con Aldrin Sivila, (cantante, guitarrista y compositor) e Iván Alfaro (bajista) de Las Ovejas Negras de Tupiza, en una sala pequeña y fresca, cercana a la plaza Osorio, la placita donde se fundó Cocha, despuecito de la iniciativa independiente del Festivalle, que juntó bandas con propuesta propia en Tiquipaya. Hablamos –precisamente– de fundaciones, de inquietudes, de la porfía del camino del artista y de las proyecciones de una de las bandas más interesantes y vigentes del rock boliviano actual, que se ha ganado su lugar a pulmón y que ha girado casi por todo el país, contra viento y pandemia.


Orígenes


“Soy de Tupiza. Me llamo Aldrin Sivila y mi proyecto musical empezó en Cochabamba cuando estaba en la universidad”, comienza a contar el cantante y compositor, un personaje que “tiene más horas en guitarreada que sobre el escenario”, según bromea Iván Alfaro, su contrapunto en esta interviú, también conocido como Napo, por derivación del nombre de otro proyecto musical pujante que fusiona el rock y el teatro: Napoleón se fue a Marte, en el que canta, compone y dirige.

Aldrin, el Oveja, es un tipo divertido que habla muy en serio; y ello se expresa en sus canciones que tienen esa amalgama curiosa entre desenfado y profundidad. Si bien la banda solo ha editado oficialmente un disco “profesional” (Revolución Mental, Discolandia, 2019), tiene en su haber años de conciertos, siempre circulando por el lado under del rock. El nombre de la banda parece remitir a ese enmarañado cabello: “mi viejo me decía oveja, de niño eres la oveja negra de la familia, ese nombre ya venía dando vueltas en mi cabeza”, relata, y arroja luz sobre algunos datos de sus inicios musicales: “eso fue el 94 o 95. Luego me fui a Brasil, un añito, allí hice un taller de composición en la Universidad Tom Jobim, de Sao Paulo (N.d.E.: Universidade Livre de Música Tom Jobim), y creo que ese cursito me sirvió bastante, parece, porque cuando regresé, empecé a darle más seriamente a la música”.


Aldrin: “Luego dejé la universidad y me fui a Tupiza. Ahí me puse a componer más temas, luego conocí a Iván (Alfaro) y con él empezamos a tocar. Después me lo presentó a Ramiro, su hermano, y ya con él más hemos empezado a laburar las canciones mientras Iván trabajaba en su proyecto Napoleón se fue Marte. Nos quedamos con Ramiro, pero Iván siempre ha estado ahí con nosotros; últimamente, más sólidamente hemos estado trabajando. De bateristas, han estado Pepito (Padilla), Alan (Daviú) y ahora Ozzi (Ozzmar Ballesteros), pero sí, ya está más sólida la banda”.


Influencias


En las canciones de Las Ovejas se sugieren ritmos tradicionales como la tonada que, con tratamiento y espíritu rockero, desembocan en una música oscura y festiva a la vez, densa y agridulce, como la chicha. Sin embargo, estos dos se burlan de las etiquetas:


Iván: “Así, en forma de chiste, salió decir que nosotros hacemos rock reggae rural. Ahí se quedó y se pasó la voz y ahora nos conocen por rock rural”.

Aldrin: “Pueblerinos” (risas).


Pero las referencias musicales están claras: “desde niño he escuchado rock (…), y yo creo que eso ha ayudado bastante para poder fusionar sonidos, ritmos, y después también he explorado mucho el folklore, ¿no?, (…) sus tinkus de Luis Rico me han ayudado mucho, Alfredo Domínguez… entonces de todo eso que he ido escuchando he ido sacando una ensalada de ritmos”, precisa, impreciso, Aldrin.


Revolución Mental


El único disco suyo que se puede encontrar, en cd y plataformas virtuales, tuvo un proceso de grabación bastante accidentado. “Escogí Discolandia por su sello y porque es conocido y tiene peso y puedes sonar en sus radios, ¿no? (…) Se presentaron varios obstáculos, la cuestión económica, el tiempo, ahí no te perdonan ni un minuto, tienes que tratar de hacerlo lo más rápido posible y, como ninguno vivía en La Paz, ha sido jodido”.


Ese impasse con su primera experiencia en estudio, sin embargo, terminó empujando a la banda a encontrar su camino en adivinan el camino. Iván lo enuncia clarito: “Las Ovejas Negras no es un grupo de discos, sino es más de sonar en vivo. Presentar el disco y tratar de distribuirlo no ha sido mi primera opción, sino aprovechar el momento para constituir realmente la banda, y creo que el público también por fin ha podido ver un grupo. De ahí para atrás, si ves, a veces tocábamos los dos, a veces tocaban el Ramiro y el Oveja, yo creo que la gira ha sido como decirle al público: ya está, el grupo se ha consolidado”.


Movida


“Hemos conocido a un amigo en Santa Cruz que tiene un estudio de grabación y hemos hablado de grabar un disco allí. Con este otro disco vamos a seguir tratando de expandir nuestra música, llegar lo más lejos posible”, se entusiasma el Aldrin, que tiene a su cargo, de una manera natural y asumida por la banda, la autoría en letra y música de las canciones, que cada vez llevan más público a los conciertos. “Ensayar, tocar, grabar… son tres cosas que queremos hacer. Y la grabación tiene mucho que ver también con el hecho de que el Aldrin tiene bastantes temas. Podríamos hacer cinco discos tranquilamente, la idea sería registrar eso, que no se pierda en el tiempo, y en eso estamos. Pero creo que lo que tiene que madurar, ahorita, es el sonido de la banda. Ya suena, las canciones son buenísimas, pero creo que esa solidez se está trabajando todavía. Y una grabación, desde mi punto de vista, sería mejor en vivo, toda la banda”, apunta Iván.


Por la actitud rebelde e independiente y su porfía por tocar material propio, las Ovejas han ido generando una movida alrededor. Por donde quiera que vayan comparten escenario con bandas, la mayoría emergentes, con las que tienen afinidad musical, equipos, fans loquitos y afters. “En el camino vamos descubriendo gente que está en la misma movida, que se inspira con nosotros y ya tiene su banda. Hemos encontrado muchas cosas así, gente que se está articulando en torno a lo que estamos haciendo, y es un gusto para nosotros”, señala Iván.


Y, por supuesto, el Oveja reflexiona sobre el presente y el futuro: “después de grabar este disco, quiero expandir más la música. Tratar de salir de Bolivia. Querer vivir de la música es jodido. No da. Se han hecho como camarillas, igual que en el fútbol, no quieren dar cabida a las nuevas bandas fuera de su círculo. Entonces, querer vivir de la música en Bolivia, pucha, es arañar. Tal vez en otros países valoran más el arte, no solamente pensando en lo económico, sino también en difundir lo que hacemos. Es el propósito de nuestra música, que llegue el mensaje. Hay gente que ha cambiado de vida por escuchar nuestras canciones”.


Ante la emergencia sanitaria global y la complicada realidad política y social del país en los últimos años, esta banda ha logrado lo que pocas: generar espacios y audiencias propios y viajar de ciudad en ciudad. Desde su experiencia denuncian: “(en) esta pandemia todos se han olvidado de los artistas, (ellos) se han vuelto hamburgueseros, se han vuelto deliverys, no ha habido apoyo del gobierno para seguir apostando por la música”. Y así, pasa lo que viene pasando desde hace generaciones, como detalla Aldrin: “hay algunos que se cansan de darle amor al arte y dicen: tengo que hacer mi casa, tengo que pensar en mis hijos o en mi familia y chau música, y ponerse la corbata o agarrar cualquier herramienta y chau sueños”.


Iván profundiza en la problemática: “cada vez está más fuerte en nuestra cultura el pensar que ser artista no significa nada. Pero cuando estás metido en el medio te das cuenta de que esa misma gente que te está diciendo que te vas a morir de hambre es la que no te quiere pagar, es la que está menospreciando el valor y la importancia que tiene, a nivel social, un artista. Todo el tiempo hay que estar lidiando con eso. Está tan metido ese estereotipo del músico (al) que le das dos jarras de trago y te lo va a tocar toda la noche… y eso cansa, eso estresa, eso jode, ¿no?”.


La caída del sol llega con una declaración de principios que, acaso, renueva la tradición de ir contracorriente y el debate perpetuo del ejercicio del arte en Bolivia: “hay harto de revolución mental al decir: yo me hago cargo de esta decisión que he tomado de hacer música, de expresar lo que pienso a través de lo que me gusta hacer, pero, a la vez, hay una necesidad básica que hay que cubrir. De ahí surgen los problemas materiales. Porque, del otro lado, yo creo que estamos muy satisfechos, y esa también es la chispa que nos inspira a seguir y buscar opciones (…) es tan gratificante que una persona te diga: ‘me has cambiado la vida con esta canción’ o ‘he ido a tu concierto y me han dado ganas de hacer música’, ese es el impacto, ¿no?”.


Debajo del radar de las celebridades, esto está ocurriendo, y reivindica el espíritu comunitario de la música “aquí, allá, donde sea”.

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