Dos poemas inéditos de un colaborador de La Trini, Christian J. Kanahuaty, narrador y poeta boliviano.
Un sueño
Mi perro se fue de casa.
Mi esposo se acuesta con mi mejor amiga.
Y yo me corté las venas.
Mi madre, preocupada, llamó para decirme que volviera a casa.
La lluvia cae e inunda el camino.
No hay luz eléctrica desde la madrugada
y el sol está empañado por las cenizas del volcán.
La precipitada erupción dicta el momento de partir.
Quiera el cielo que en el infierno encuentre paz.
A los pobres que me ayudaron,
les dejo las gracias y las flores.
La historia
no hay palabras para describir lo que siento
no hay silencios que demuestren lo que amo
ni siquiera un grito o una pintura
tal vez si ustedes ingresaran en mi mente podrían ver lo que de verdad siento, pero esto es muy cursi y no tiene sentido
así que iré revisando un día a la vez
aunque tampoco eso ayuda, así que no interesa en nada lo que pase conmigo de ahora en más
simplemente decirles que un día tuve un derrame cerebral cuando me dirigía al trabajo y por aquel entonces yo trabajaba en una editorial
y fantaseaba con comenzar una línea de traducciones
no sé por qué, pero sentía que había en la literatura anglosajona algo que no estábamos mirando y me decidí a plantearle el proyecto al editor,
y él aceptó encantado de la vida, aunque sí me recomendó muy cautamente que fuera con cuidado sondeando el terreno
así que no tuve más que pedir horas libres para visitar librerías e informarme mejor de las existencias en las estanterías
sé que hubiera sido más sencillo solamente dedicarme a ver páginas web pero no hubiera sido real la experiencia
porque a nuestra ciudad no sólo llegaban los libros publicados en el país
teníamos acceso a muchas editoriales de casi todo el mundo, así que también debía hacerme una idea de lo que ponían en vitrinas y mesas de saldos,
y así más confiado, remití mi informe y esperé para saber qué pasos se podrían dar después:
lo que sucedió fue lo de siempre en este mundo;
algunos meses pasaron, y luego de esperar y quizá sentir que el proyecto como tantos otros habría naufragado y dado por muerto,
me llamaron y me asignaron un presupuesto y un nuevo equipo.
De más está decir que esa semana me sentí como en las nubes
por fin mi trabajo era reconocido
y mientras tanto a mi mujer le diagnosticaron cáncer de pulmón
y en casa las cosas se pusieron bastante cálidas
y muchas noches sin dormir
y por suerte no tuvimos hijos;
ahí sí que la habríamos pasado realmente mal,
pero siendo sólo dos, tuvimos tiempo para conversar y revisar todas las posibilidades.
Es bueno decir que ella no quería ningún tipo de tratamiento
si su vida tenía fecha de caducidad,
ella la quería disfrutar así,
sin recriminaciones
ni medicamentos
ni gastos en hospitales
ni visitas al doctor
y yo estuve de acuerdo:
simplemente cambió de dieta y empezamos a salir menos.
Nos pusimos al día con algunas películas
y luego de unas semanas
ella renunció al trabajo. Aprovechó ese tiempo para regresar a la pintura que había dejado justamente porque queríamos ahorrar
para que cuando decidiéramos tener un hijo
las cosas fueran menos complicadas.
Pero vistas las cosas, el hijo nunca llegaría
así que tampoco sería necesario el dinero extra:
con lo que ganaba en la editorial, nos bastaba;
y éramos felices
porque a ella el deterioro no se le notó.
En el trabajo, sin embargo, las cosas se pusieron un poco complicadas tras la pandemia:
se hicieron recortes de presupuesto, pero no cambios de mirada sobre cómo hacer las cosas,
por eso me redujeron el personal en el equipo, aunque las metas continuaron como siempre
y no supe decir no
así que me sumé al equipo de traducción.
Hice un par de buenos contratos y otro par fueron realizados por un agente que resultó un estafador.
Quizás las vidas de los autores se renuevan cuando asisten a la edición de una traducción de sus libros,
pero lo que sucede en una editorial cuando asume ese riesgo es que desde sus cimientos hay perplejidad por la arriesgada incursión
y no se sabe cuándo dará frutos o si los medios, la crítica y la prensa verán con buenos ojos la invitación
pero de alguna manera estábamos curtidos
y con la crítica no nos había ido tan mal:
entonces no pensamos mucho en eso y festejamos los contratos, las adquisiciones. Y los plazos se hicieron mucho más tangibles porque las ferias del libro estaban cercanas;
queríamos llegar con nuestro mejor material a Guadalajara a Madrid a Frankfurt a Buenos Aires
nos sentíamos imparables
y fue entonces que se presentaron los primeros síntomas
primero insomnio
luego una tembladera importante en la mano derecha
después mi pierna izquierda que reaccionaba a impulsos inexistentes
y un día empecé a no contenerme y derramar un poco de orina antes de llegar al baño,
en el chequeo de rutina la doctora me dijo que se debía a la misma causa:
atravesaba un periodo de mucho estrés,
y mi labor era darle un descanso al cuerpo.
Entendí que debía rebajar el ritmo de mis horas, pero no podía.
Entre el hogar, la editorial y las traducciones no supe cómo corregir mis intenciones y modificar las horas del día para que no fueran tan pesadas
después de todo, como dije,
el dinero no nos faltaba y estábamos bien. Y si por último, debíamos asumir un necesario equilibrio, bien podíamos vender la casa y mudarnos a un departamento
para que así con el dinero sobrante pudiéramos vivir de manera confortable.
Eso era lo que ambos pensábamos
porque nunca fui del tipo de hombre o marido o esposo que se guarda las cosas y sorprende con resoluciones imposibles a su mujer de un día al otro:
yo no soy así y creo que no me gustaría verme al espejo actuando de esa manera
así que cada paso que daba lo hacía sabiendo lo que me esperaría.
Ella sigue con vida
por alguna razón el cáncer se detuvo y mutó de forma extraña,
como si hubiera decidido quedarse a dormir en su cuerpo y pedir que nadie molestara.
Ella pinta y trabaja en la editorial desde que una mañana de domingo tuve un colapso.
Caí de las escaleras y estuve en coma buenos meses.
Al despertar no pude hablar
pero mi cabeza no dejaba de trabajar
así que recordamos unas películas que vimos sobre el tema
y mi esposa con los informáticos de la editorial desarrollaron este sistema que me permite comunicarme
porque el habla nunca regreso
ni siquiera como gruñidos o espasmos o algo.
Nada. Mudo. Aislado. Simplemente el silencio se apoderó de mí.
Entonces mi jefe dijo salomónicamente que era tiempo de un cambio
me dieron un nuevo puesto:
ahora me encargo de la recepción de los manuscritos, hago un dictamen y él lee mi informe.
Ella está con las traducciones.
Al final es una buena vida.
Estoy en casa con una enfermera que me cuida en todo momento
y mi esposa trabaja dos veces por semana desde casa.
Tenemos amigos que nos visitan,
no bebemos, pero se las arreglan con buenas intenciones y mucho cariño
y mi esposa se las ingenia para entender mi cuerpo cuando me toca
y yo también la toco a mi manera
pues a veces mi cuerpo recupera en parte su estado natural.
Así que aquí estoy, iniciando esta nueva aventura:
no será una biografía ni una autobiografía, ahora lo sé
quizá sólo apuntes
o un recuerdo
o un manifiesto
o una instalación de palabras con alguna forma, no lo sé.
Lo que importa,
lo que realmente importa,
es que ambos estamos con vida
y que la editorial está mejor que nunca
y que los libros que traduje se sigan vendiendo.
Por eso estoy tan satisfecho como cualquier otra persona.
Y ahora debo detenerme,
ella llegó y siento que mi cuerpo y mi mente y todo lo que soy
necesitan de ella;
las horas de la noche casi nunca nos alcanzan
así que como dicen por ahí,
esta historia continuará.
Christian Jiménez Kanahuaty (1982). Es autor de las novelas. Invierno (2010), Te odio (2011), Familiar (2019), Paisaje (2020), Los libros de nuestros padres (2023) y Cuidar del fuego (2023); de cuatro libros de cuentos: Cortas detonaciones (2008), El mareo (2008), Museo(2010) y No quedan días de verano (2015); y de los libros de poesía, Bodas elementales (2020) y Moxos (2023).
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