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Foto del escritorvadik barron

“El cine es un arte colectivo”

El documental de Geraldine Ovando El disco de piedra explora el tema de la memoria familiar, de los orígenes indígenas y de la discriminación. La película se estrenó en San Lucas, Chuquisaca, donde fue rodada, y visitará varias ciudades bolivianas en estos días. La Trini conversó con la directora y con Miguel Nina, director de fotografía del filme.


- ¿Cuándo y cómo empezó a gestarse El disco de piedra?

- Se empezó a gestar en 2018, cuando leí un artículo en un periódico que hablaba sobre los discos de piedra, como unas rogativas a la lluvia que se hacía en varias comunidades. Se los mencionaba como un antecedente de una escritura, y entonces fue ahí que empecé a adentrarme e investigar sobre los discos, porque me cautivó, me fascino la posibilidad de que exista en algún lugar de Bolivia una escritura hecha de piedra y de barro.


Después de varias averiguaciones, llegué al Instituto de Investigaciones Antropológicas de Cochabamba donde me dieron algunos datos, pero me dijeron que las comunidades estaban en el norte de Potosí y no se podía entrar, que eran muy reservadas. Tiempo después encontré el dato de que estos discos se hacían en San Lucas, en Chuquisaca, y ahí fue donde el proyecto de documental cobró vida, porque San Lucas es donde nació mi abuela, donde solía andar mi familia materna. De esta manera me fui al pueblo a buscar dos cosas: los discos de barro, a ver si se seguían haciendo; y los orígenes de mi familia.


La película nació primero como una investigación de la escritura, lo que me llevó a investigar los orígenes de mi familia y la negación de algunos familiares de los orígenes indígenas. Al tiempo di con una fotografía de mi bisabuela vistiendo pollera y con trenzas, una foto que había sido negada, ocultada en la familia. Las pistas me llevaron a buscar cuál era nuestra relación familiar con el mundo indígena, sobre todo con Reina, la empelada de mi casa.


Entonces, a partir de los discos se hace un viaje a la familia, y partir de ello un viaje a la memoria y a los recuerdos de Reina, lo que lleva a hablar sobre la discriminación. Esas son las aristas del documental.

- ¿Cuáles son tus búsquedas personales y estéticas con esta película?

- Desde el principio tenía que ver con el barro y la memoria. San Lucas es un pueblo que mi abuela tenía en la memoria desde siempre. Empezamos a trabajar el tema de la memoria y el barro. De hecho, el tagline de la peli dice: “la memoria al igual que el barro es dura mientras permanece inmóvil, pero es frágil cuando se la toca”. Entonces abordamos la memoria y en un pre-trabajo en color, nos guiamos en estas dos ideas o líneas estéticas.


- ¿Cómo fue el proceso de rodaje en San Lucas?

- Viajamos en 2019, con mi abuela ya con 92 años. Armamos un equipo pequeño de cuatro personas y nos fuimos a filmar con una primera línea argumental del documental que tenía que ver con la memoria y con el barro, con los discos, con la escritura, y a partir del viaje obviamente el documental ha ido mutando muchísimo y adquiriendo su propia línea narrativa.


Nuestra llegada a San Lucas fue hermosa, mi abuela regresó después de 70 años. Yo nunca había ido. Entonces fue un poco conocer de la mano de mi abuela su pueblo natal, pero ella ya a sus 92 años tenía un pequeño grado de demencia senil, y había momentos en que no se daba cuenta de que estaba allí. Entonces el real descubrimiento, el verdadero viaje ha sido para mí estar de la mano de mi abuela. La aceptación de la comunidad ha sido muy linda: compartir una historia con mi abuela y contarles de nuestros orígenes sanluqueños. La comunidad nos abrió las puertas desde el principio.

“La memoria al igual que el barro es dura mientras permanece inmóvil, pero es frágil cuando se la toca”.

- ¿Cuáles son los desafíos de concretar un proyecto de cine en Bolivia?

- Afortunadamente el proyecto tuvo el apoyo de Programa de Intervenciones Urbanas (PIU) del Ministerio de Planificación y Desarrollo), que hizo posible conseguir una coproducción con Chile y tener a Coti Donoso, una de las montajistas, creo, más importantes de Latinoamérica. Su aporte y el aporte de todo el equipo que se fue sumando han sido indispensables: tenemos en la producción a Harold Céspedes, en la fotografía a Miguel Nina, a Henry Unzueta en el sonido, en la música a Alejandro Rivas y en el asesoramiento de guion a Camila Urioste. Todos talentosísimos bolivianos que han aportado mucho.


Creo que todas las películas que están siendo estrenadas desde 2020 han tenido el apoyo de este fondo lo que demuestra que lo que falta en Bolivia es apoyo financiero al cine. Por ser una industria costosa, se requiere realmente el apoyo del Estado. Muchas películas se quedan a medio camino por falta de fondos.


Por otra parte, siempre resalto que el cine de no ficción, el cine documental que estamos haciendo tiene muy pocos espacios de difusión. Las distribuidoras no difunden en la pantalla grande cine de no ficción. Entonces creo que también es un nuevo reto, para los que estamos trabajando este género, difundir en otros espacios y crear un público.


La palabra documental ha sido muy menospreciada y creo que es un lindo momento para dar a conocer que el cine de no ficción en Bolivia tiene también cabida y es producido con el mismo rigor con que se produce la ficción. Siempre recalco que el cine es un arte colectivo, comunitario que no se podría realizar sin un equipo.


- En los últimos años muchas producciones bolivianas han recibido reconocimiento internacional ¿Crees que es parte de un movimiento, de una generación, de una estética?, ¿cómo ves este momento?

- No faltan ideas, no falta talento, lo que falta es un apoyo económico. Y, por supuesto, también tiene que ver con una nueva generación de cineastas. Muchos hemos salido de la Universidad Católica, somos de la generación privilegiada de haber podido estudiar cine en Bolivia. Y el resto de directores ha tenido un acompañamiento y una formación privilegiada también, o venimos de familias de cineastas como Alejandro Loayza, yo, mi hermano, que tenemos el privilegio de tener a maestros que han sido nuestros propios padres.


Hay una nueva generación que se está preguntado sobre su propia mirada hacia la realidad boliviana, sobre sus propias identidades, sus propias posiciones políticas.


“La palabra documental ha sido muy menospreciada y creo que es un lindo momento para dar a conocer que el cine de no ficción en Bolivia tiene también una cabida y es producido con el mismo rigor con que se produce el cine de ficción. Y siempre recalco que el cine es un arte colectivo, comunitario que no se podría realizar sin un equipo”.

Miguel Alejandro Nina, director de fotografía


- ¿Cómo describes tu participación en la película, cómo fue tu proceso creativo?

- Cuando Geraldine me pidió que realice la dirección de fotografía en su película, me llenó de mucha alegría, pero al mismo tiempo, fue un reto enorme encargarse de todo el diseño fotográfico.


Decidimos filmar a dos cámaras, tener dos visiones: la de la directora, más cercana; y la mía, más objetiva, filmando con más quietud y de manera más contemplativa las secuencias de la película.


La cercanía con Geraldine, me permitió hacer una propuesta con mucha confianza y esta fue recibida con aceptación por el equipo de dirección y producción. Eso me dio mucha más seguridad al momento de estar en rodaje.


Encontrar la diferencia entre estas dos miradas fue la búsqueda creativa que logramos evidenciar en El disco de piedra.

- ¿Cómo fue la experiencia de filmar en San Lucas?

- Fue la primera vez que fui a San Lucas, un pueblo en medio de cerros. La recepción fue casi como una gran escena pre producida, porque llegamos y escuchamos en la parte trasera de la iglesia a mujeres y niños que cantaban en quechua. Cuando nos acercamos, vimos que una persona leía un pequeño libro y cantaba y todas las demás le seguían.


Los siguientes días tuvimos jornadas intensas de trabajo, pero llenas de aprendizaje y contacto con los niños que se acercaban a preguntar qué filmábamos y cuando les mostrábamos el monitor nos rodeaban para poder ver.


Cuando por fin vimos uno de los discos de barro cerca de una iglesia, nos quedamos sorprendidos y, en mi caso, muy nervioso porque era la primera vez que veía el disco y me di cuenta de que no podía fallar en todo lo que filmaría.


El ambiente era muy silencioso dentro de la iglesia. Un momento después llegaron algunos abuelos y niños con sus bancos de madera, se sentaron alrededor del disco y comenzaron a cantar los rezos.


San Lucas queda en mis recuerdos como un paisaje cálido en color, cálido en amabilidad y con atardeceres mágicos que pudimos retratar para la película.


- ¿Cuáles son los desafíos de hacer cine en Bolivia?

- Siempre es un acto muy valiente y arriesgado filmar en Bolivia, pero lo asumimos en equipo y eso hace que esto valga la pena, porque la confianza, el respeto y compromiso que tenemos trabajando con Geraldine hacen que podamos encarar proyectos como este.


Nos queda aún mucho por explorar, aprender y mejorar en el arte cinematográfico, pero también es importante encontrar una identidad en lo que se hace.

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