La película Moonage Daydream de Brett Morgen va mucho más allá de la narrativa documental en formato imágenes de archivo y entrevistas: propone una intensa belleza visual y una profunda reflexión filosófica a partir de la vida y obra de uno de los íconos del rock mundial.
I'm the space invader I'll be a rock 'n' rollin' bitch for you
(Soy el invasor del espacio seré una perra rockera para ti)
David Bowie, Moonage Daydream
Cada palabra, sonido musical e imagen tiene su justo lugar en el impactante largometraje de Brett Morgen. Y enfatizo largometraje porque la experiencia de más de dos horas de frenesí visual y sonoro excede el carácter formal de un documental donde se suelen alinear imágenes de archivo en secuencia cronológica matizadas con entrevistas mirando-a-cámara. Lo que el director norteamericano (responsable de obras como Kurt Cobain: Montage of Heck, 2015) consigue con Moonage Daydream es acercarnos a la quintaesencia de una estrella de rock con una honda preocupación por la naturaleza humana, su tiempo histórico, la alienación de las sociedades, el aislamiento existencial, el irrenunciable derecho a la individualidad y el futuro de la especie, con un collage audiovisual más cercano a un concierto en tiempo real que a una proyección.
La vanguardia es así
La prolífica obra de Bowie brinda con creces el eje narrativo de la aventura. Un vistazo, con numerosas imágenes inéditas, a los grandes y masivos tours (Diamond Dogs, 1974; Glass Spider Tour, 1987; Earthling Tour, 1997, entre otros ) nos permite conectar la evolución de sus diversos personajes y fases, su sentido de la moda y el espectáculo, su constante reflexión y comentario sobre el individuo, el tiempo y el arte, y su sonido camaleónico. Ziggy Stardust, El Duque Blanco y otras entidades lo exhiben extravagante, contradictorio y ecléctico, pero nunca inconsistente.
La cita que abre el filme, que referencia a la muerte de Dios anunciada por Nietszche en el nacimiento del siglo XX, nos dice que el hombre buscó rellenar ese vacío dejado por Dios. Buscó respuestas y el arte –o más precisamente el rocanrol– era una de ellas. Pero Bowie fue más lejos: se postuló él mismo como un semidios andrógino, un mesías, un hombre de las estrellas, un ser con dos pupilas, una puesta en los ojos de la audiencia y la otra en un futuro tan excitante y misterioso como su música. Se colocó a sí mismo y a sus mutaciones de personalidad como a un frontman por encima de los géneros (musicales y sexuales) y de las convenciones de una sociedad que, a todas luces, manifestaba una dramática ruptura generacional de postguerra y vivía la vanguardia –de la tecnología, del arte, de las formas de pensamiento y vida– como paradigma y consigna.
En la película aparecen entrevistas otorgadas a periodistas, en su mayoría, conservadores, pedantes y condescendientes, que tratan infructuosamente de “desenmascarar” al personaje al que miran como un niño caprichoso; pero las declaraciones de Bowie son siempre lúcidas y provocadoras, y dejan claro que ni su arte ni su manera de presentarse al público constituyen un berrinche. Todo cuenta en su rebeldía y en su búsqueda artística como método de autoconocimiento y comentario social.
Y, sin embargo, pese al peso de sus palabras y canciones, de su arraigo en el público global en, al menos, tres generaciones, Bowie afirma aceptar y procurar la “impermanencia” y transitoriedad de las cosas. En un momento sentencia que el artista no existe. Y esa inquietud y disolución de la persona se expresa también en el nomadismo. El artista se muda a Los Ángeles, a Berlín, a Japón, donde se diluye entre las multitudes y pergeña nuevos alter egos, colaboraciones y sonidos.
Destaco dos aspectos y una curiosidad que pudieran ser trillados pero se enfatizan en el filme, y sobre todo en los extractos de conciertos. Uno: la voz de Bowie, su timbre mutante, sus matices histriónicos, su capacidad de seducción y mesmerismo, sin dejar de ser jamás un provocador elegante y un artista intelectual.
Dos: una suerte de bowiemanía, no siempre retratada, la relación que el público estableció con él, la fascinación que ejercía a varios niveles. En este sentido Moonlight Daydream se prodiga en subrayar el carácter hipnótico, vibrante y ritual de los shows del inglés.
Y una curiosidad: la recurrente imagen de las arañas. Desde el nombre de su banda soporte en los 70, The Spiders, pasando por la araña mecánica de la gira Glass Spider, hasta la araña claustrofóbica sugerida en las penumbras de los videos de Blackstar.
Tendremos una fiesta
La etapa positiva y optimista de los 80, con mucho baile, blazers y colores pastel pone en duda, ante el incesante asedio del periodismo, las intenciones artísticas del Duque, que responde: “la pobreza no es pureza”. Ese aparente cinismo contrasta con una época en que Bowie abraza grandes causas benéficas, genera conciencia social, masifica su audiencia y se permite creer en el futuro.
Hacia el final del filme el destello frenético de la pantalla nos lleva por la vida de un hombre que es mucho más obra que biografía, que no quiere desperdiciar ni un solo día y abraza un éxtasis creativo e impetuoso. No olvidemos que grabó 25 álbumes de estudio, nueve en vivo y realizó tres bandas sonoras, sin contar las innumerables colaboraciones y recopilaciones.
La voz pausada, teatral y profunda, en off, se alterna con footage en que atraviesa con su mirada felina, creando una superposición de imágenes sonidos que nos sumergen en un delicioso caos. De hecho, en un momento dado, dice que un error de la humanidad es la negación del caos como parte de la vida y, en efecto, Bowie parece encontrar en el –aparente– caos un orden, una estética, una oportunidad creativa para una experiencia arrolladora, expresada sobre todo en sus elaborados shows y en sus álbumes dignos de revisitarse, donde muta constantemente de rostro y voz.
Bowie es todas esas cosas: un chico espacial, un caimán, una mamá-papá que viene por ti, un hombre de las estrellas, un extraviado Major Tom. Morgen evita deliberadamente las indagaciones freudianas de la infancia y los lazos familiares, el contexto histórico en blanco y negro (aunque sí usa este recurso para contrastar la explosión de color del rock versus la anodina domesticación de la vida de la clase media de los 60), y nos muestra a Bowie siempre como Bowie, como un hombre público, como un caballero de los escenarios y de las conferencias de prensa, como un tipo arrogante, coqueto y brillante. No está en juego si aquello es real o es falso, nos presenta al artista en estado de performance permanente.
Moonage Daydream es una declaración de principios con mucho rocanrol y accesorios, toneladas de maquillaje, cientos de trajes extravagantes, pasos de baile, filosofía del arte y de la vida y música significativa, emocionante y profunda. Una peli para fans y no tanto, digna de ser apreciada en pantalla grande si quieres sentir esa pistola de rayos en tu cabeza.
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