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Acerca de Crónicas del desvanecimiento, de Maielis González

Una breve reseña e invitación de la escritora cruceña para acercarnos a Crónicas del desvanecimiento, de la autora cubana Maielis González, libro de relatos breves publicado por Yerba Mala Cartonera de Cochabamba.


A propósito del lanzamiento de Crónicas del desvanecimiento, de Maielis González, publicado por Yerba Mala Cartonera, voy a compartir algunas lecturas y fragmentos de estos seis relatos breves que podrían considerarse cuentos o microcuentos y que incluso, por la centralidad de algunas de sus imágenes, parecen colindar con la poesía. Estos relatos dejan, en mi lectura, más allá del recorrido puramente narrativo, ciertas sensaciones y preguntas. 

 

El primer texto, denominado “Lánguido epitafio para los viajeros del tiempo”, pone en cuestión la conexión cibernética y su relación con el tiempo y el espacio, a través de la narración de un salto desde New Jersey hasta, en palabras de la narradora, “aquella antiquísima villa que alguna vez llamaron Habana, aquella ciudad detenida en el tiempo y minuciosamente diseñada para calmar, aunque solo sea por un rato, sus ansiedades”. 

 

El segundo cuento, por su parte, en breves palabras dibuja una sociedad donde es preciso mudar de piel. El acierto principal de este texto radica en la mirada de quien narra: una niña que, vestida de látex, cual “alien recién desembarcado de la nave nodriza”, descubre a partir de un encuentro, una novísima noción de injusticia, que es capaz incluso de desmoronar el discurso de los padres. 

 

“Nombrar las cosas", el tercer relato, comienza con una imagen poderosa: el protagonista contempla con detenimiento su caligrafía. “Había quedado perfecta. Parecía un leve encaje sobre el papel. Sopló para acelerar el secado de la tinta y un instante después comenzó a guardar sus instrumentos”. Ahí podríamos preguntarnos por la escritura como oficio y artesanía, la proveniencia de las palabras escritas, el desborde de la memoria y la ficción. 

 

En “Trance”, volvemos a la relación con los padres a partir de un comportamiento enrarecido de estos. Dice el relato: “Al principio, cuando aún éramos niños, los imitábamos: copiábamos sus movimientos porque aquello era lo natural, lo lógico, incluso lo correcto. Con la pubertad llegó la rebeldía y la puesta en evidencia de que la actitud de los progenitores no tenía sentido”. Este cuento parece no pretender explicar lo extraño, más bien, hacer las paces con lo que no llegamos a comprender. 

 

Y finalmente nos topamos con los dos últimos relatos. “Crimen”, mi favorito del libro, y “Ni-vivos-ni-muertos”, ambos relacionados con la enfermedad como dispositivo relacional con los otros y con nosotros. El primero muestra una sociedad sancionadora que condena el contagio y el segundo, en cambio, se centra en el estado mental en la progresión de una cuarentena opresiva.

 

Dicho esto, quiero cerrar señalando que esta lectura que les traigo del libro es más bien una invitación a que lo lean. Es probable que ustedes hallen también una prosa provocativa capaz de despertar, como lo dije antes, ciertas sensaciones y preguntas sobre las posibilidades que habitamos.

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