A propósito del lanzamiento del libro Archivología. Fundamentos teóricos y praxis en los archivos de Bolivia de Irenia Chura, la autora de este texto reivindica la importancia de las bibliotecas y repositorios en nuestro país y evoca el triste destino de un “tesoro” cautivo.
Hace más de 26 años inicié un camino de ida, enamorada, fascinada, sorprendida por esas piezas maravillosas que ocupan un lugar irremplazable en un estante, una mesita de luz, un escritorio, una mochila. Me refiero al libro: aquel objeto de deseo, de culto; el santo grial del conocimiento. Y también a las cartas, a los documentos personales de los escritores e investigadores que entregaron su vida a la creación del conocimiento, viejos mapas que representaban al mundo conocido hasta ese entonces.
Durante las más de dos décadas que pasé rodeada de libros y documentos, cuyo olor me transportaba a lugares inimaginables, tuve la dicha de conocer en persona a grandes personajes de nuestras letras, historia y cultura. Estoy hablando de Werner Guttentag, Armando Soriano Badani, Julio de la Vega, Valentín Abecia y del gran Josep Barnadas. Nunca olvidaré la primera vez que entré a las bibliotecas y archivos personales de Barnadas y de don Werner: cada centímetro de su hogar estaba habitado por libros bien cuidados, bien leídos, y la cantidad de información que yacía en esos más o menos 250 metros cuadrados era imposible de aprehender o imaginar para alguien como yo.
Leer el libro Archivología. Fundamentos teóricos y praxis en los archivos de Bolivia de Irenia Chura me evocó un sinfín de recuerdos de esas interacciones con aquellos grandes personajes que han contribuido al desarrollo de la cultura de nuestro país, con proyectos monumentales de recuperación de memoria y construcción de conocimiento. La dedicación titánica de estos investigadores, que podían hallar maravillas en un simple pie de página o una anotación borrosa dejada en lápiz por un escritor o un diarista, alimentan o, mejor dicho, alimentaron cientos de investigaciones en distintas áreas del conocimiento.
Viajé, en mi memoria, al tesoro que son los fondos bibliográficos de Barnadas, Jesús Lara y Augusto Guzmán, a esos documentos fundacionales de la tradición literaria boliviana, y que tantos años de trabajo costó recuperar, reunir y organizar. Me perdí al pensar en todos esos libros que actualmente se hallan cautivos y lejos del alcance de otros eruditos, críticos e investigadores bolivianos: todo ese patrimonio que, en vez de ser leído, catalogado, aprovechado en beneficio de las generaciones actuales y posteriores, ahora es un tesoro bajo llave. Un tesoro que recolecta polvo por capricho de intereses privados extranjeros que no entienden que nuestro país precisa algo más que las migajas que nos dejan condescendientemente las fortunas de antaño. Un capricho de los herederos y sus agentes que, más allá de tener un pasaporte boliviano, ignoran lo que Bolivia necesita.
Me refiero a los libros y documentos custodiados por la Fundación Patiño en Cochabamba. Este patrimonio fue entregado en buena fe por sus albaceas o custodios para el provecho de todos nosotros: sin embargo, ahora se ha reducido a un ítem de inventario del que nadie se ocupa. Lo que debería ser un instrumento para la recuperación y preservación de la memoria, irónicamente, se ha consignado al olvido.
“No deberíamos pedir permiso para acceder a nuestros fondos bibliográficos, al conocimiento que se nos heredó y que hemos producido durante décadas”.
No deberíamos pedir permiso para acceder a nuestros fondos bibliográficos, al conocimiento que se nos heredó y que hemos producido durante décadas. El libro de Irenia habría llenado de orgullo a aquellos eruditos que ya no están con nosotros: su trabajo es minucioso, en extremo profesional. Pero también reabrió una herida que está cerca de mi corazón, en realidad, del de todos quienes alguna vez hemos consultado un libro o documento invaluable y que amamos el conocimiento. Pienso en aquellos fondos especializados en literatura, historia y arte a los que no podemos acceder y en la manera insensible en que entes extranjeros emiten discursos corporativos vagos y engañosos, asegurando que todo se halla en buenas manos, sin dar la mínima evidencia de que sea así.
Estos archivos, documentos, bibliotecas personales y manuscritos carecen de un digno custodio que debería velar por el resguardo y protección de la memoria histórica y literaria del país. Estoy segura de que la obra de Irenia habrá de jugar un rol importante en la valoración de estos recursos. También creo que su libro proporciona el argumento más importante a favor de, primero, instituir y promover la consciencia acerca de la importancia de tener una Ley del Sistema Nacional de Archivos que regule y proteja los fondos bibliográficos de los bolivianos.
“Lo que debería ser un instrumento para la recuperación y preservación de la memoria, irónicamente, se ha consignado al olvido”.
Neil Gaiman, uno de mis autores favoritos, señala: “Las bibliotecas tienen que ver con la libertad. La libertad para leer, la libertad de las ideas, la libertad de la comunicación. Tienen que ver con la educación, un proceso que no termina el día que dejamos la escuela o la universidad. Tienen que ver con el entretenimiento, con la creación de espacios seguros y acceso a la información”. Al igual que Gaiman, me preocupa que haya gente que no entienda el propósito de las bibliotecas y los repositorios. Estos son más que estantes con papeles y libros. Pero hallo esperanza en iniciativas como la de Irenia y otras de gente joven que, con seguridad, no permitirán que nuestros tesoros se queden en el olvido.
コメント