Una exploración profunda y detallada de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural, 2021), libro de cuentos de Magela Baudoin.
El año pasado, Magela Baudoin publicó un nuevo libro de cuentos, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural, 2021). En el proyecto escritural mayor de la autora, este trabajo concreto permite, con mayor solvencia que los anteriores, entrar a un laboratorio creativo que, a ojos vista de lectores/as, expone sus materiales, procedimientos, fuentes y conversaciones que nutren su quehacer. Entre los variados ejes de lectura y acompañamiento crítico, que cada quien hallará en su travesía por el volumen, destaco dos: la exploración de múltiples voces a través de personajes muy variados y el robo-apropiación de lo leído y su explícita presencia en medio de la escritura.
Procedimientos
Tres detonadores se despliegan como modos de ir desarrollando o haciendo hablar las potencias narrativas de cada uno de los diez relatos. Unos se organizan a partir de la imagen poética; se trata de un modo quieto, contemplativo, que demora la descripción y las sensaciones alrededor de un encuentro cifrado en algo que ocurre y cambia entre los personajes. En “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, una elefanta a quien han torturado, carece de un ojo. La mujer que la mira también tiene ojos así, faltantes, celestes, tristes… pura evocación sin puerto.
En “Mujer fumando en la playa”, otra protagonista se ve/recuerda bailando tango en Argentina y esa foto del pasado la sostiene en el presente; sin embargo, la hija desmiente que ella haya estado allí alguna vez. En ambos relatos se asiste a alguien en su silencioso recordar. No se le demanda explicación ni se amplía la historia detrás del pasado ocurrido o del presente en que algo falla. Se trabaja mucho más la sugerencia latente en la imagen que el desarrollo de la historia. No importa qué pasó antes o después o de verdad, importa que han coincidido esas existencias o fallas en las memorias, o sitios. La narradora nos las deja ver, al paso.
El segundo procedimiento implica partir de un hecho noticioso. Más allá de la formación y del ejercicio periodístico de la autora en su carrera profesional, importa aquí percibir otro modo de encarar la escritura sin angustiarse por la veracidad o por el dato, más bien aquí se despliega la plurisemia que da al imaginario el hecho concreto. En estos cuentos, “Se escribe con v”, “Delirio en rosa”, “Menguele y el amor” y “¿Qué vas a hacer ahora, Madre?”, la velocidad de la narración se acelera y se ocupa de dar voz a una niña que fue abusada y mutilada sin poder hablar; a una historia de violencia intrafamiliar en que el hijo agrede a los padres o a un hijo que mata a su hermana, desafiando la ley materna; o, en el dedicado a Menguele, se toma la información de los nefastos experimentos del médico nazi con pares de hermanos y, específicamente, con los ojos. Se ambienta ese proceder en el oriente boliviano, en un mundo guaraní, entre dos hermanas que lo aman o se sienten llamadas por él. En estos casos sí hay un desarrollo más tradicional de la historia, siguen más la estructura clásica de los cuentos.
El tercer procedimiento podría denominarse un ejercicio conceptual en el que resuena una pregunta incontestable. Son tres los textos construidos de este modo. El primero y más extenso relato, “Solo vuelo en tu caída” y el último, “Ajayu”, radicalizan el ‘orbiteo’ que todo el libro da alrededor no de LA muerte sino de las muertes, las de cada uno en singular a partir del verso de Pavesse tomado en el título. Si el primero se sitúa en la irresoluble pregunta por la decisión o el accidente y deceso de un hijo en una familia (Nico) y sus devastaciones alrededor de lo no dicho entre ellos; en el último se cierra el ciclo con una historia que pone a una nana quechua a curar/conjurar el cuerpo de Alicia, a quien cuidó de niña, quien no quiere ya vivir. En este caso se yuxtaponen varios planos además del cultural, de dos formas de entender lo vital y de dos formas de ejercer y exigir el cuidado de cada vida para consigo, pero también para quienes cuidan/aman ese cuerpo.
Aquí, a diferencia de la insistencia en los silencios explorados en el relato inicial, todo circula alrededor de un pleno poder decir; algo como una fiesta de la palabra y de los poderes evocativos/curativos de variados elementos de la naturaleza con que Flora toca y llama el cuerpo de Alicia (una piedra, una oración, una imprecación, una planta, un viaje, un rito, una estratagema). Entre ambos, el cuento “Los chicos Manara” trabaja el descubrimiento del deseo a través de un niño/púber que goza mirando y dibujando las escenas eróticas del artista Manara. La pregunta aquí vuelve a situarse en la lucha por la vitalidad, desde otro ángulo que contrapuntea con los otros.
En este tercer grupo de relatos se encarna más radicalmente el eje a comentar: se piensa mientras se ficciona, mientras se cuenta una historia compleja que, dijimos, sondea alrededor de preguntas imposibles de contestarse, el deseo de no vida y el nacimiento del propio desear. Ahora bien, ¿cómo se hace esto? De varias maneras, al ingenio de cada autor/a; en este caso, oyendo las pieles.
Oír las pieles, mirar las muertes
Hay un presupuesto conceptual en este libro. Lo explicitó su autora en la presentación dialogada realizada el año pasado, en la ciudad de La Paz, en Plural: existe otro saber menos occidental de los cuerpos en otros marcos culturales. Sospecha que deviene pregunta y, luego, procedimiento. Todos los relatos centran su atención en los cuerpos y sus lenguajes singulares. Se entra en cada cuerpo, de a uno, por medio de un arduo trabajo con sus respiraciones, con sus movimientos, con sus gestos y cicatrices, con sus heridas o sus faltas. La pregunta es, entre otras, qué exigimos a los cuerpos.
¿Qué dicen los cuerpos cuando se quieren ir?, ¿qué dejan si caen accidentalmente dejando margen a la sospechosa posibilidad del suicidio?, ¿cómo silencian el hambre, el deseo, cuando cesan y aguardan la infatigable terquedad de vida en las células? Algo diría la voz forense en los detalles que deja la escena: una ventana abierta, almohadones en el piso, una preferencia por lo difícil en el protagonista, un alocado afán por el juego o las patadas en el aire, etc. Los relatos dejan esas pistas espaciales, esos detalles. En algunos casos los cuerpos hablan; en otros, la mayoría, es otro, el narrador o narradora, quien acerca el oído para entender lo que ellos atraviesan.
Estos relatos preguntan sin cesar. Se le pregunta a una niña cómo volver a ser lenguaje después del trauma, por ejemplo, y la respuesta es radical: sin ortografía, o justo, por querer aspirar a esa legibilidad legitimada de la norma sin lenguajes rotos, se responde con cuerdas cortadas a su instrumento musical/corporal antes de huir dejando enterrado a su padre a quien ha matado la comunidad. Se le pregunta a un hijo trans cuánto de la aprobación paterna basta para no destrozar esa incondicionalidad/incomodidad. Se indaga por un niño que de tanto desear a su madre, toma a su hermana y le da muerte, quizás hasta desafiar a la figura materna, justo en lo que quiso de ella, su acción. Qué soportan los cuerpos en su bravura, en la violencia que da o recibe los ejercicios de poder, sean familiares, médicos, afectos o desafectos deseantes, etc.
Se indaga también por el deseo en varios momentos en varias de las historias. ¿Qué palabras queremos que den los cuerpos a sus hambres, especialmente a las silenciadas por la propia cultura? ¿Qué se puede oír, sino el aullido de las hermanas pidiendo a una dejarle el hombre para ella a pesar del peligro, del asedio, del poder con el que irá tomando su cuerpo? ¿Cómo entrar en un trauma infantil de la niña y en su deseo de sobrevivir, aún sin sonar, aún sin voz ni notas musicales? ¿Qué palabras da el hallazgo de la pulsión sexual sino es su derivación en dibujos que se copian, en madres que se espían, en iniciaciones robadas al azar, antes de que el cuerpo organice su propio alfabeto? Podría seguirse ampliamente ese camino. Por ahora, solo lo dejo insinuado.
Los cuerpos, las pieles que median y comunican el interior con el exterior de los sujetos, hablan. Cada personaje respira de modo diferente. Ese cuidadoso trabajo de exploración en la singularidad anclada en la voz de cada quien es el procedimiento madre de todos los enumerados hasta ahora. Se trata de un laboratorio en el que la escritora expone modos de oír los cuerpos, de apropiarse de ellos mediante sus voces, su respiración, el modo de hablar. Y es que no existe lo corpóreo que diga de x o z manera; existe la singularidad de cada piel. A contracara, el tema central de lo mortuorio y lo deseante como condiciones de nuestro cuerpo mortal también se despliega en cada muerte, no en su abstracción.
Se mira el cada deseo y se mira la cada muerte. Se mira los cuerpos desde nuestra condición de fragilidad. Esa concreción de nuestra circunstancia resuena con el otro pilar del libro: las condiciones también materiales de una escritora/lectora/robadora.
“Escribir en muchedumbre”
En consonancia con varias producciones actuales, esta poética reaviva la vieja idea de que no se escribe solo (tema recurrente en la teoría literaria de todo el siglo XX). La innovación está en la forma explicitada de la cita, la fuente, la huella que deja ese trasfondo en medio de la obra que leemos. Nombres como los de Cristina Rivera Garza y de María Negroni ayudan a entender el planteamiento. Para adelantarlo ahora, solo menciono que más allá de que existan muchas citas y paráfrasis, cuyas fuentes se detallan al final del libro, lo que interesa es la insistencia de los personajes y narradores en afirmar y en advertir al lector que lo que dicen copia, repite, actualiza lo ya dicho o escrito por otro en esa nube (virtual) que es la potencia literaria. En resumidas, esta autora insiste en advertir que no escribe sola, que esto que leemos ya estuvo y estará en otra parte. El efecto es doble porque obviamente nos pincha el globo de la ficción, a la que es delicioso entregarse. Pero, paralelamente, nos alivia de exigencia de erudición o de genialidad autoral: es, también, una historia que cada lector/a repita o imagine.
Si cuando llegue la muerte nos devolverá la forma en que cada uno la miró, la entendió, según posibilita Pavesse en los versos que dan título al libro de Baudoin, cuando llegue la ficción, esta ficción, también oirá la forma en que cada cuerpo ha vivido y fabulado su morir, su desear, su decir. Para eso atiende. Para eso niega los universales abstractos y entra en piel. Arriesga y, contándonos historias o mostrándonos imágenes, nos deja asistir a un laboratorio que se piensa creando, indagando. Siempre con palabras al oído, “abismada de voces”, otras que no son la suya y acompañan.
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