Treinta años de trabajo en distintas técnicas y formatos se exponen en la muestra retrospectiva Desgarre, de la artista paceña Adriana Bravo, quien en esta charla revela la riqueza y diversidad de su trabajo conceptual y la raíz de sus contundentes imaginarios, donde la provocación es una poderosa arma de construcción masiva.
- ¿Cuál es el concepto visual y temático de esta exposición?
- El concepto gira alrededor de la gráfica porque mi formación comienzo con el dibujo, luego transito 10 años de grabado, luego animación, pero a partir de gráfica o dibujo 2D; después con animación expandida y luego me fui a las turbias agua del arte contemporáneo. Pero en realidad, hasta las piezas que tienen que ver con trabajo conceptual están enraizadas en lo que es la imagen gráfica, por eso el nombre de la exposición es Desgarre, porque tiene que ver con la acometida de un lápiz sobre el papel o de una gubia sobre la madera… es pues un desgarre.
Tiene que ver, además, con los 30 años de trayectoria y con este tipo de trabajo que no surge maravillosa y dulcemente, sino que son cosas que te traspasan por dentro y salen de una manera desgarradora. Y también habla de lo que llamo el “monstruoso femenino”, que tiene que ver con lo grotesco, lo siniestro, lo abierto en la creación desde un espacio fuera de los parámetros que se le ponen a la creación femenina. Tratar de salir de eso y reflexionar acerca de lo que es crear.
Lo que he hecho en primera instancia es trabajar desde situaciones personales. Por lo general, lo que permea toda mi obra es que es intimista, intento ser lo más sincera posible. Mis primeros grabados tienen que ver con temas personales o familiares, luego con reflexiones artísticas, con imágenes metafóricas, esto atraviesa toda la composición de artes visuales y siento yo que es muy importante.
- ¿Cómo ves tu trabajo en retrospectiva después de 30 años?, ¿qué cambió y qué permanece?
- Ha cambiado la forma, yo trabajo ahora mucho con imagen digital, arduinos, cosas más relacionadas a la tecnología. La base sigue siendo el dibujo y la acometida formal. Siento que es parte de un saber hacer, de años de experiencia, del oficio. A cierta edad cualquiera tiene un manejo de ello, pero es en la propuesta conceptual donde radica la propuesta artística o creativa. El arte es la otra cara de la moneda de la publicidad, que te manipula para que compres ciertos productos, en cambio el arte intenta abrirte a que percibas otras cosas, que te cuestiones de una manera sensible.
Mi obra se ha vuelto mucho más política, en una primera instancia era más poética, más metafórica, ahora ha convergido en cuestionamientos directos porque yo, como artista, no soy un extraterrestre, no soy un ser escindido de mi tiempo, de mi geografía, de mi cuerpo, hay cosas que te atraviesan, como el género, la clase social, la situación racial, el país donde vives. Todo eso hace una construcción de imagen. Y todas esas cosas hacen que yo sea un sujeto que puede hablar desde muchas circunstancias.
- ¿Qué papel juega la provocación en tu obra?
- El venir de un país tercermundista, latinoamericano, central, sin mar, ser mujer, ser lesbiana, equivale a que tengo muchas situaciones que no son exactamente el centro sino la periferia, y creo que hablar desde la periferia no necesariamente tiene que ser halagador o decorativo, implica hablar desde una situación que debe provocar.
La sociedad paceña, boliviana, es doble moral, y creo que hay que plantear una obra que pueda abrir este asunto sexual, de género, amatorio, que puedan abrir las libertades de las personas. Por ejemplo, Vaginas del Gran Poder, antes que ser provocadora, intenta entrar por esas grietas y erotizar. Trabajar vaginas metafóricas, que tienen personalidades distintas y están engalanadas nos permite imaginar mujeres bolivianas. Es una pequeña bomba al nivel íntimo de las personas se me hace muy saludable, tomando en cuenta que lo personal también es político. Tiene una fuerza arrolladora.
- ¿Cómo ves el panorama de las artes en Bolivia en general y del grabado en particular?
- Catorce años de estabilidad antes del golpe han permitido que se den varias generaciones de artistas que han tenido tranquilidad para crear. Y, por otro lado, la situación misma del país ha contribuido para que se haga una obra única, que tiene una característica muy boliviana y muy poderosa, que trabaja no desde un orgullo chauvinista si no de ser uno, de sentirse orgulloso, sin tener tanto el parámetro de occidente. Tal vez esté siendo extremadamente optimista, pero quiero decir que hay un tipo de obra que es muy buena. Antes, en la generación de Gil Imaná, o de la gente que ahora tiene 60 años, tenías que ser de “buena familia”, pertenecer a cierta clase social, y eso ha cambiado mucho y abre de manera impresionante las posibilidades de acción, de creación y de construcción de imaginarios. Yo siento que es un buen momento para el arte en Bolivia.
Para el grabado también, pero ahora no está en ebullición. Pese a que hay colectivos como el de Ágora, siento que el grabado va un poquito más lento. Por ejemplo, en la gráfica, el trabajo de Daniela Rico, de Marco Tóxico, de Merlina Anunnaki: hay un buen momento de grandes dibujantes en Bolivia y una gran movida de dibujo, que me parece extremadamente fuerte.
- ¿Al margen de esta exposición en qué proyectos estás trabajando?
- Estoy trabajando en obras que se han quedado, digamos, fuera de la exposición del Museo Nacional de Arte. Toda una serie de retratos de mujeres que lleva por título Malvivientes, locas y sirenas, y son retratos de mujeres mezcladas con cierta iconografía que refiere a la mitología andina o a algunas occidentales. Son retratos de enorme formato, de 4 por 3 metros. Y algunos grabados en tamaño natural. Eso para la serie Incendiarios. Y pues seguimos con el trabajo de las Vaginas del Gran Poder, y por otro lado estoy pintando unos cuadros grandes, abstractos, que tiene ver con desarrollar la imagen del “corazón-vagina”, pero llevado ya a la pintura.
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