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mary carmen molina ergueta

Argentina, 1985: cuando la justicia mete goles

Reseña de la emotiva y necesaria película de Santiago Mitre, protagonizada por Ricardo Darín.

En una escena relativamente temprana de Argentina, 1985, el fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín) conversa con su amigo Carlos Somigliana (Claudio Da Passano) en las butacas de un teatro. Somigliana era oficial de justicia, pero ante todo era dramaturgo, uno de los principales autores del Teatro Abierto, movimiento cultural de resistencia contra la dictadura argentina que interpeló al aparato represor y a la sociedad en la primera mitad de los 80.


En la escena, los colegas barajan algunos nombres de abogados para integrar el equipo de asesores que investigará a las juntas militares de la dictadura (1976-1983), en el histórico juicio que Strassera, como fiscal acusador, acaba de asumir. No hay candidatos, dicen los personajes: este no, porque “se fue volviendo facho con los años, un clásico”; aquel tampoco, porque es “facho-facho, tiene hijos en el liceo militar”; ni pensar en esos otros, porque son “recontra” o “súper súper” fachos. “Puta madre, no hay nadie”, reniega Strassera.


Es imposible percibir, a través de la descripción escrita, toda la potencia del humor de esta conversación. Esa palabra, que en estos tiempos ha complejizado sus sentidos, que se oye en una y otra vereda, que a cien años de la Marcha sobre Roma que terminó de catapultar a Mussolini vuelve a enredar los hilos entre el autoritarismo como estrategia y el orden social como excusa, en el diálogo de los amigos no-fachos esa palabra suena como un retintín punzante y ácido, tan cargado de alerta y posicionamiento político como de ironía y esperanza.


El humor de este y otros momentos de la película de Santiago Mitre (la secuencia inicial, por ejemplo), o del perfil de varios de sus personajes (empezando por el fiscal), no trivializa el fondo del asunto histórico tratado en el filme (el juicio a las juntas militares), sino que es una herramienta que activa la complicidad con el público. En Argentina, 1985, la risa congrega y articula a lxs espectadorxs por la memoria y la reparación colectiva, sosteniendo un tratamiento cinematográfico respetuoso con la historia y las víctimas, pero no por ello acartonado en la solemnidad, un tratamiento que apuesta por lo emocional y lo afectivo para poner en la mente y el corazón una historia victoriosa sobre la justicia y la democracia.


La película estrenada en el Festival de Venecia y ahora disponible en Amazon Prime Video –productora del filme–, se centra en un episodio concreto de la historia argentina del siglo XX, el denominado “Juicio a las Juntas”, proceso ordenado por el gobierno democrático de Raúl Ricardo Alfonsín a través del cual se condenó a los principales líderes de las tres primeras juntas militares de la dictadura (el Proceso de reorganización nacional), entre ellos Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Roberto Viola y Armando Lambruschini. La importancia de este juicio civil, a nivel regional y mundial, es innegable, ya que fue el primero, después del proceso de Núremberg, contra comandantes militares por el asesinato en masa de personas. Además, el proceso se llevó adelante poco después del fin de los gobiernos dictatoriales y de la recuperación de la democracia (diciembre de 1983), sentando un precedente esperanzador para el resto de América del Sur, que atravesaba complejos periodos de violencia, fin de la misma, democracia precaria, crisis socioeconómicas y urgencias de reparación histórica y justicia.


La película de Santiago Mitre escoge la perspectiva del fiscal asignado al caso, Julio Strassera, para acercarse al desarrollo del proceso, desde la investigación hasta la condena. Lo hace para atender las particularidades de este hecho histórico desde la veta humana que encarnó su principal faceta: la judicial. Esta es una película de juicio, o un drama legal, que formalmente opta por la factura clásica, cercana a lo hollywoodense, en la que el relato de los hechos se construye con medidas de emoción, heroísmo y solemnidad, orientando el despliegue de las acciones y la resolución hacia la problematización, cuando no la reparación, del sentido de justicia.


Después de esa primera conversación que tienen el fiscal Strassera y su amigo/colega Somigliana, aparece una solución para conformar el equipo que iba a llevar adelante la investigación para el caso: trabajar con jóvenes, recién egresadxs, estudiantes, trabajadorxs judiciales que estaban comenzando su carrera. Ahí sí hay candidatos. No más inmunes, sino más críticos con la corrupción del sistema y de los aparatos de poder, estas personas compartían con el fiscal una imagen pública que, de entrada, los disminuía: a Strassera le habrían criticado no haber hecho nada durante la dictadura, mientras estxs jóvenes eran blanco fácil de un descarte por su inexperiencia o su supuesta ingenuidad. A ellxs se suma el fiscal adjunto del caso, Luis Moreno Ocampo, un abogado cuya historia familiar de tradición militar podría haber teñido el caso de un color obvio. Las expectativas de la opinión pública que anticipaban el fracaso de este equipo finalmente no se consuman. La contextura heroica que Mitre y su coguionista, Mariano Llinás, elaboran para estos personajes apuesta por darle cuerpo a la experiencia y el contexto de la democracia con sujetos que puedan configurar un porvenir más justo desde, justamente, su juventud, su frescura y arrojo, su humor.



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