Publicamos los textos ganadores del Concurso de cuentos al estilo viscarreano, organizado por el Movimiento Cultural Ulupika. Este es el relato ganador.
Si no hubiese notado al policía y a su perro a tiempo, ahora mismo no estaría disimulando estar consciente, intentando entender lo que mi madre me dice y preguntándome si todas esas sirenas que escucho vendrán por mí.
Es difícil recordar con claridad cómo fue todo, de no ser por el terror que sentí nada de esto se habría quedado en mi memoria. No había terminado la clase de estadística, éramos mis dos amigos y yo, chachándonos nuevamente del colegio. Ni bien burlamos la pobre seguridad nos cambiamos el uniforme para no ser reconocidos como estudiantes, total, sin esa camisa blanca que había oscurecido el sudor y uso excesivo, nuestros bigotes a medio crecer y nuestra estatura mayor a la del promedio, se podía decir que parecíamos adultos. Empezamos a caminar por la ciudad sin rumbo aparente, devolviendo la mirada chueca a las señoras que nos usaban de mal ejemplo para sus hijos, acompañados de risas y empujones, llegamos hasta Ciudad Satélite, ubicando al tiro un taco para pasar nuestra tarde jugando bola nueve. “El Manu” estaba en una racha de cinco partidas, insultaba a nuestras madres o se burlaba comparando nuestras habilidades con las de su hermano menor.
—Manu, si tan bueno es tu hermanito el cagón, tráelo y vas a ver como la hago mi hija. — le dije a modo de burla, sabiendo que su pobre hermano no tendría el valor para faltar a clases.
—¿Sí, mierda? Mañana mismo lo traigo y van a ver cómo les va a dejar el ojete. — Contestó con una sonrisa fanfarrona.
—Son unos inmaduros, vámonos de aquí, estoy aburrida—Dijo Laura.
Pasamos el resto de la tarde caminando por las placitas, fumando los cigarrillos de Laura. Cayó la noche y estábamos cagando de frio, aun así, no era suficiente motivo para volver a nuestras casas, no porque tuviésemos familias malas, para nada, simplemente no queríamos. Manu finalmente decidió marcharse para llegar temprano y convencer a su hermanito de chacharse con nosotros, entonces no nos quedó más que volver a nuestras casas, como si ese gordo gran-puta uniese el mediocre grupito que teníamos. Laura se marchó a una fiesta con su novio universitario, no sé qué tan legal es que una chica de diecisiete años esté con un señor de veintiocho, pero la verdad no me importa mientras siga trayéndonos alcohol y cigarrillos gratis.
Al día siguiente ya estábamos saliendo del colegio cuando Manu nos dijo que esperemos un cacho, trajo en segundos a su hermanito, Matías. Empezamos con nuestra rutina, la mayor parte del trayecto nos la pasábamos ignorando a Matías y en ocasiones lo tratábamos de incluir a las conversaciones, pero era inútil intentar sacarle más de dos palabras. Finalmente llegamos a Ciudad Satélite y encontramos el taco.
—Listo, van a ver de lo que este llocalla es capaz—Dijo Manu sacudiendo bruscamente a su hermano que sonreía tímidamente.
El mocoso, a penas más alto que la mesa, tomó el taco, apunto como si fuese a disparar un rifle, metiendo la bola dos de un tirón, algo que cualquiera podía hacer por pura suerte, pero cuando volvió a pegar, metió la bola nueve chocándola antes con la uno, había ganado en dos turnos.
Manu empezó a reír como desquiciado cuando vio nuestras caras de asombro, así pasamos el resto del día hasta que nos cansamos de perder contra esos dos hijos de puta. Saliendo del lugar nos topamos con un atardecer naranja, significaba que todavía teníamos tiempo. Entre risas y comentarios del juego, Matías empezó hablar más, a duras penas se escuchaba lo que trataba de decir, pero aun así fingíamos que lo escuchábamos y reíamos esperando que eso lo anime a subir un poco el tono de voz. Llegó un momento en el que Laura participaba menos que los demás, y entre susurros nos dijo “chicos, vamos un momento a ese callejón, miren lo que mi novio me dio ayer”, con ganas de perder el tiempo le seguimos le juego, claro, burlándonos de lo que nos dijo.
Al medio de dos casas y detrás de un basurero, Laura sacó de su mochila una bolsa que cubría una envoltura de chocolate, nos dio pie a más burlas, hasta que sacó de la envoltura un montoncito de hierba. Sorprendidos le preguntamos qué diablos era eso, solo para confirmar sospechas, era en efecto, marihuana. Sin nada mejor que hacer y hechos a los grandes decidimos vaciar uno de los cigarrillos de Laura y rellenarlo con hierba. Era difícil ocultar el nerviosismo cuando nos tocó fumarlo, pero para Matías fue imposible, le dije que no era necesario si no quería, pero Manu insistió diciendo “déjalo, tiene que hacerse hombrecito” metiendo el porro a la fuerza en la boca del puberto que inhaló todo el humo como un profesional solo para empezar a toser como un anciano, intentando sacar todo de sus pulmones. Mientras nos quejábamos con Laura de que no hacía efecto y que todo lo que advertían en noticias era falso noté a un policía con un pastor alemán que olfateaba enérgico. Asustados nos fuimos corriendo, ignorando los autos que pasaban por nuestro lado, empecé a sentir como mi corazón latía sin control y me temblaba el cuerpo como si fuese a morir, todo se sentía lento. Para cuando terminé de cruzar la autopista me di la vuelta y encontré a Matías viendo absorto a su hermano regado por todo el piso como una paloma y a un minibús que detuvo el tráfico. Nos miramos con Laura y nos fuimos corriendo a nuestras casas, dejando al mocoso con lo que quedaba de su hermano.
No recuerdo cómo llegué a mi casa o a la cocina, en realidad, ni siquiera recuerdo por qué estaba tan nerviosos o por qué me ponía a temblar escudando las patrullas o ambulancias, y eso me hizo reír como loco mientras tomaba un té junto a mi madre.
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