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La dispersión de los venenos

Actualizado: 27 oct 2022


Es una noche perfecta para el misterio y el horror. El aire mismo está repleto de monstruos

Mary Wollstonecraft Shelley



1. La presentación


Bueno, ahora que estamos todos reunidos, creo que podemos empezar. Tenía preparado un discurso para esta noche, pero, debido a ciertas dificultades técnicas inesperadas decidí dejar de lado las trivialidades de la cortesía y el protocolo institucionales puesto que, de acuerdo a este memo que sostengo en la mano... perdón, creo que alguien lo sustituyó con una copa de vino semivacía sin que me dé cuenta. Denme un segundo, ahora lo arreglo.

Perfecto. Lo siento, tenía sed. Barato, pero logra su cometido. Tommaso, creo que debes a nuestro público aquí reunido una muestra de la cava privada que ustedes guardan para sus jefes y no esta reserva de vinagre que siempre sirven en estos eventos que ustedes, en secreto, detestan tanto como yo. Así que, por favor, lléname la copa con la buena merca. A tu esposa no le importará que te retires por un momento. Vamos, mueve ese delicioso traserito ítalomarifrunci con el que hipnotizas a tu asistente, y trae una caja para todos nosotros.


Vaya, no sabía que podía caminar tan velozmente.


¿Dónde estaba? Cierto, el memo. Pues me lo acaban de dar. Hace unos minutos. Justo antes de empezar la presentación del premio y ordenarme que haga de maestra de ceremonias porque el miembro del jurado que debía hablar nos canceló a último momento. O fue obligado a cancelar por la esposa. Y sabiendo que todos ustedes presentes son amantes de la buena lectura, quisiera leérselos, pero no sé dónde lo puse.


Gracias, Tommaso. Puedes volver a tu asiento. ¡Qué eficiencia! No te apresures en volver a tu mesa, déjanos disfrutar la vista. ¿Qué opinan de ese meneo, señores y señoras? ¡Un aplauso!


Como ustedes saben, me pidieron que sea una de las jurados del gran premio de cuento y, en contra de todos mis instintos, tuve que aceptar porque, bueno, es parte de mi trabajo. Léase: me obligaron. Debo admitir, sin embargo, que una parte de mí quería hacerlo. En su momento, no entendía por qué pero, esta noche, luego de haber llegado a ese punto liminal en que ya dejas de medir el vino que tomaste en copas, y comienzas a hacerlo en botellas, sobrevino una epifanía: quería hacerlo por masoquismo puro y concreto –no se preocupen, prometo tratarlo con mi analista o, al menos, convertirlo en una entrada de mi diario donde quedará reducido a una simple anécdota sin revisar ni analizar ya que, si algo me ha enseñado la vida es que la introspección te caga la existencia, tanto o más que tus empleadores. Y creo que la autorreflexión es uno de mis peores defectos. ¡Oh! Qué no daría por ser una de esas hirsutas aspirantes a rubia que subliman sus más caras aspiraciones al estrellato cinematográfico utilizando tintes cancheros –ustedes saben cuáles, esos que vienen en bolsitas de aluminio y apenas te alcanzan para dos mechones laterales que te hacen ver, en el mejor de los casos, como la novia gritona del monstruo de Frankenstein.


Perdón, divago. De vuelta al concurso.


Bueno, no todavía. Primero googleen “Elsa Lanchester” para asentar bien la imagen anterior. ¿Les recuerda a alguien?


¿Estamos listos? Procedamos.


2. In vino…


Como decía, acepté ser jurado un poco a regañadientes, un poco por curiosidad, aunque creo que más preciso sería decir morbo; como cuando se topan con un horrífico accidente de tráfico y deciden reducir la velocidad para ver la dimensión de la tragedia, pero manteniendo la apariencia de que no les gratifica el dolor ajeno.


Debido al trabajo que realizo aquí, perdón, realizaba, he visto de todo. He leído de todo. Así que no solo me convertí involuntariamente en una experta en nuestras letras, sino que desarrollé una cierta... la palabra que busco no es afición.


Mi garganta está seca. Tommaso, más vino. No, tú. Sírveme tú. Ya no trabajo para ti, ¿recuerdas? Así que, técnicamente, estoy aquí como una invitada. Ni pienses en mandar a tu María Hirsuta a hacer tu trabajo de campo. Además, tu asistente salió corriendo como diablo ante la cruz al enterarse de que, en vez de desmoronarme llorando en mi oficina, acepté ser la maestra de ceremonias. O tal vez salió de urgencia a reabastecerse de agua oxigenada ya que sentía que se le notaban sus raíces morenas, qué sé yo. Tú la conoces mejor que nadie.


Gracias. ¡Ya sé! Estómago. La palabra que busco es estómago. Como dirían los franceses, le mot juste. ¿Ven que un buen vino hace toda la diferencia? ¿Otro brindis? Vamos, saben que lo quieren tanto como yo. Levanten las copas: ¡In vino veritas!

Et in veritas venenum.


3. La hoguera y los gatos


Así que, luego de hacer todos los tediosos trámites burocráticos en una de las oficinitas sucias de la institución que patrocina este evento –ustedes pueden imaginárselas, cuartitos oscuros impregnados de ese olor tan característico a veloz sexo frenético entre secretaria y jefe que deben aprovechar al máximo los tres minutos que roban entre reunión y reunión con los franchutes culifruncidos de nariz respingada que pululan en el directorio… me disculpo, ese último comentario fue totalmente inapropiado. El vino hizo que me expresara indebidamente. Quise decir suizos.


Entonces, luego de firmar el acuerdo aceptando el nombramiento de jurado, ya que, de acuerdo a la convocatoria, solo pueden juzgar “personalidades destacadas de la literatura nacional”, cosa que yo no sabía que era (puesto que lo único que hice durante todos estos años fue sentarme en la biblioteca congelándome la coneja, ya que los jefes máximos no quisieron instalar un sistema de calefacción para no arruinar el patrimonio histórico de la institución), terminé llegando a mi casa no solo con una mochila llena de informes y documentos y correos pendientes –papeles que, te aclaro, Tommaso, ahora constituyen patrimonio histórico de mi chimenea–.


Tuve que cruzar la ciudad en dos minibuses para llegar a mi urbanización, cargando 87 novelas de un mínimo de 120 páginas cada una (en Times New Roman e interlineado doble, como requiere el formato), todas escritas por aspirantes a novelistas, muchachitos de ojos estrellados que sueñan con lograr, de la noche a la mañana, la inmortalidad literaria e integrarse en el panteón inalcanzable de artistas ilustres de pecho henchido y rancio abolengo, sujetos que se cubren la cara horrorizados cuando se les pregunta si leyeron a algún escritor novel y se persignan rezándole a la Santísima Trinidad de Flannery O’Connor, John Cheever y Charles Bukowsky para que perdonen los pecados del entrevistador y lo exorcicen de tan nefastas influencias. Dicho sea de paso, esta gente también invierte una pequeña fortuna en la curaduría de su Instagram para asegurarse que se encuentre estudiosamente poblada con fotos de dicha conyugal cosméticamente heterosexual, veladas primorosas al aire libre en compañía de sus pares de fama internacional, todos posando con copas de cristal Lalique en las manos y sonrisas de extrema perfección ortodóntica, celebrando con bombos y platillos el lanzamiento reciente de la narrativa más tediosa de la temporada.


Y, claro, fotos de sus gatos. Nunca faltan las legiones de micifuces caminando con la cola en alto y el orto florecido ante la cámara, indiferentes ante los delirios de los humanos cuya presencia apenas toleran bajo su techo. Y todos los felinos están bautizados con nombres que delatan al lector crítico, sutil como un guiño entre ladrones, aquellas influencias que sus dueños tan casualmente, tan persistentemente, tan calculadamente mencionan ad nauseam, desesperados, casi, en todas las entrevistas con pseudoperiodistas culturales de pluma complaciente y sonrisa vacua, notas periodísticas que obtienen reclutando a sus agentes, mamás, hermanas y amantes, meneando nalga a diestra y siniestra a velocidades hipersónicas para mantener la vigencia de su marca personal. Este minino se llama Balzac y este otro es Diderot; aquel es Racine y este es Maupassant; el gordo de la esquina es Flaubert y el que cuelga de la cortina de seda japonesa bordada a mano por una legión de abuelitas ciegas, ese es LaFayette: solo come trocitos rectangulares de salmón canadiense de crianza libre de crueldad. Quijote y Ozymandias, Yago y Calibán, Ishmael y Darcy, todos posando pacientemente ante sus mascotas humanas contorsionadas ante ellos sosteniendo sus celulares de alta gama para sacarles la mejor foto posible. Hashtag MishiFeliz. 🐱


Si es que necesitan alguna evidencia de que yo soy lo más lejano a una personalidad destacada de la literatura nacional, les puedo mostrar una foto de mi perra, Nori: ella come caca y bebe del retrete.


Tommaso, travieso, llamaste a seguridad. ¿Realmente crees que Carlitos podrá bajarme del podio? Recién estoy calentando motores. ¿Dime, Carlitos, sabe alguien de la colección de revistas eróticas de fantasía medieval que guardas en tu escritorio? Eso es, Carlitos, corre de vuelta a tu mamá. Y aprovecha para arrancarte esa espantosa uniceja. Pareciera que estás criando una familia de chinchillas en la frente.


Más vino, por favor, Tommaso, que la noche es joven y abunda la leña.

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